domingo, 9 de septiembre de 2012

Glauber Rocha en el 19º FLVR


Cine de raíces indias y negras *


En esta edición, el Festival de Video ofrece la oportunidad de acercarse a tres películas del realizador brasileño Glauber Rocha, en copias restauradas y de calidad digital. Un homenaje al fundador del cinema novo, de incidencia fundamental en la búsqueda de un cine moderno, latinoamericano, revolucionario.

Por Leandro Arteaga

 “Nuestra pobreza es comprendida pero nunca sentida” dice Glauber Rocha en su célebre “Eztétyka del sueño”. Desde este sentir, vívido, cierto (Rocha compra su Arry Flex con el dinero “de la venta de tres vacas que mi abuelo me había dado”), es cómo se filma porque, tal como el realizador brasileño una y otra vez señalara, la estética tiene que ver con la ideología, nunca con la técnica. El cine filmado, la cámara comprada, el dinero obtenido, las vacas legadas. Una mirada retroactiva que desmenuce este proceso culmina en su raíz más profunda. Desde allí, por eso, las películas. Los travellings o las angulaciones serán decisiones consecuentes, nunca precedentes.
Recorrido en reversa que el espectador puede practicar, indagar, desde cualquiera de las películas de Glauber Rocha. “Puede” practicar. Pero debe practicar, si es participar de la experiencia colectiva del cine lo que se pretende. ¿De qué manera? Despojándose. Dejando detrás lo preconcebido. En otra palabra, desalfabetizarse. Tirar por la borda tantas horas obligadas de cine y televisión, digeridas por el simple hecho de haber sido vistas. Toneladas de amontonamiento audiovisual de carga semiótica, simbólica. Atentar contra ellas para, por fin, transgredirlas. Porque toda estética, a recordar, es ideología.
Aquí, entonces, el sueño. Es decir, el cine. Un cine que rompa con los panfletos y sus significados. Que las películas se digan solas, sin populismo, desde la completitud del espectador. Que entre ellos hablen, digan, sueñen. La película, así, nunca termina. Desnudarse de tanta mirada condicionada, dirigida desde entendimientos heredados. Liberarse, nada menos. El cinema novo como consecuencia y como revolución. Porque el cine, dice Pasolini, es la lengua de la realidad. Es mirar y asombrarnos, de nuevo y por vez primera, frente a lo que desde siempre nos rodea, redescubierto ahora en su misterio. Una vez arrojados allí, lo que nos sumerge es el abismo, con el sertão como escenario, lugar de disputas, nudo de fuerzas en choque que confrontan el proceso de colonización. Una búsqueda de mitos propios desde donde, luego, poder emerger. Hombre/mujer nuevos. Gracias al lenguaje nuevo que el cine es.
Por eso la tarea de crear al pueblo, porque en el Tercer Mundo -dice Deleuze cuando piensa el cine de Rocha- el pueblo no existe, está disgregado, y porque esto es así es que hay que creer en él. Tanto como en el amor. Hacer devenir al pueblo desde su deshacer primero. Tomar sus mitos y trozarlos, exponerlos, para que dialoguen consigo. Camino de deconstrucción que conoce en las figuras del cangaçeiro, del bandido, del cura, del político, del campesino, de San Jorge, de Satanás, a sus actores en pugna. Liados entre sí para deshilvanarse, para culminar en lo más íntimo por más primero por más anterior: la pregunta.
Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964) expone este recorrido. Desde la miseria del campesino, la comida que no alcanza, la explotación, la religión, el bandolerismo, las muertes, la profecía, las alucinaciones. El arribo a una mística de consecuencias distintas. ¿Cuáles son/serían? No es tarea de una película decirlas. Antonio das Mortes como graficación del destino inexorable, personaje responsable de su tarea, de matar para poder lograr el fin último, el fin primero. Su nombre atraviesa también O Dragão da Maldade contra o Santo Guerreiro (1969), con una melancolía todavía mayor, conciente de su participación terrible, no por el dinero, sino por la carga dialéctica que lo guía a terminar con Coirana, último de los cangaçeiros. ¿Último? Alrededor de ellos, mientras tanto, la fiesta pagana, la adoración religiosa, la retórica populista, cercados como se encuentran por los confines que delimitan las rutas de automóviles y camiones.
A Idade da Terra (1980) es la depuración mayor, no casualmente película final de Rocha -a quien la muerte sorprendió con apenas cuarenta y tres años-. Film-misterio, por saber ser capítulo desenlace en su filmografía, con un nivel artesanal tan mayúsculo como inmediato, desprejuiciado. Montado desde un falso raccord sin fin, aleatorio –sus rollos debían ser ordenados desde esta premisa para su proyección-, subdividido en tantos apóstoles falsos como verdaderos. Portadores de palabras que oír para desoír. Cuatro jinetes de un Apocalipsis cohabitado. Pero, una vez agotado por repetido hasta el cansancio lo tanto que se ha dicho, que se ha escuchado, quedará entonces la poesía del habla, en sus maneras tan diversas, plurales, distintas. Allí, y de manera esencial, cuando todavía no se sabía leer y escribir.
Aquí, cuando todavía habemos muchos sin saber leer ni escribir. 

* Este texto forma parte del Nº1 del Diario del Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales 2012. 

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