Cine de raíces indias y negras *
En esta edición, el Festival de Video ofrece la oportunidad de acercarse a tres películas del realizador brasileño Glauber Rocha, en copias restauradas y de calidad digital. Un homenaje al fundador del cinema novo, de incidencia fundamental en la búsqueda de un cine moderno, latinoamericano, revolucionario.
Por Leandro Arteaga
“Nuestra pobreza es comprendida pero nunca
sentida” dice Glauber Rocha en su célebre “Eztétyka del sueño”. Desde este
sentir, vívido, cierto (Rocha compra su Arry Flex con el dinero “de la venta de
tres vacas que mi abuelo me había dado”), es cómo se filma porque, tal como el
realizador brasileño una y otra vez señalara, la estética tiene que ver con la
ideología, nunca con la técnica. El cine filmado, la cámara comprada, el dinero
obtenido, las vacas legadas. Una mirada retroactiva que desmenuce este proceso
culmina en su raíz más profunda. Desde allí, por eso, las películas. Los travellings o las angulaciones serán
decisiones consecuentes, nunca precedentes.
Recorrido en reversa que el
espectador puede practicar, indagar, desde cualquiera de las películas de
Glauber Rocha. “Puede” practicar. Pero debe
practicar, si es participar de la experiencia colectiva del cine lo que se
pretende. ¿De qué manera? Despojándose. Dejando detrás lo preconcebido. En otra
palabra, desalfabetizarse. Tirar por la borda tantas horas obligadas de cine y
televisión, digeridas por el simple hecho de haber sido vistas. Toneladas de
amontonamiento audiovisual de carga semiótica, simbólica. Atentar contra ellas
para, por fin, transgredirlas. Porque toda estética, a recordar, es ideología.
Aquí, entonces, el sueño. Es
decir, el cine. Un cine que rompa con los panfletos y sus significados. Que las
películas se digan solas, sin populismo, desde la completitud del espectador.
Que entre ellos hablen, digan, sueñen. La película, así, nunca termina.
Desnudarse de tanta mirada condicionada, dirigida desde entendimientos
heredados. Liberarse, nada menos. El cinema
novo como consecuencia y como revolución. Porque el cine, dice Pasolini, es
la lengua de la realidad. Es mirar y asombrarnos, de nuevo y por vez primera, frente
a lo que desde siempre nos rodea, redescubierto ahora en su misterio. Una vez
arrojados allí, lo que nos sumerge es el abismo, con el sertão como escenario, lugar de disputas,
nudo de fuerzas en choque que confrontan el proceso de colonización. Una
búsqueda de mitos propios desde donde, luego, poder emerger. Hombre/mujer
nuevos. Gracias al lenguaje nuevo que el cine es.
Por eso la tarea de crear al pueblo, porque en el Tercer
Mundo -dice Deleuze cuando piensa el cine de Rocha- el pueblo no existe, está
disgregado, y porque esto es así es que hay que creer en él. Tanto como en el
amor. Hacer devenir al pueblo desde su deshacer primero. Tomar sus mitos y
trozarlos, exponerlos, para que dialoguen consigo. Camino de deconstrucción que
conoce en las figuras del cangaçeiro,
del bandido, del cura, del político, del campesino, de San Jorge, de Satanás, a
sus actores en pugna. Liados entre sí para deshilvanarse, para culminar en lo
más íntimo por más primero por más anterior: la pregunta.
Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964)
expone este recorrido. Desde la miseria del campesino, la comida que no
alcanza, la explotación, la religión, el bandolerismo, las muertes, la
profecía, las alucinaciones. El arribo a una mística de consecuencias distintas.
¿Cuáles son/serían? No es tarea de una película decirlas. Antonio das Mortes
como graficación del destino inexorable, personaje responsable de su tarea, de
matar para poder lograr el fin último, el fin primero. Su nombre atraviesa
también O Dragão da Maldade contra o
Santo Guerreiro (1969), con una melancolía todavía mayor, conciente de su
participación terrible, no por el dinero, sino por la carga dialéctica que lo
guía a terminar con Coirana, último de los cangaçeiros. ¿Último? Alrededor de
ellos, mientras tanto, la fiesta pagana, la adoración religiosa, la retórica
populista, cercados como se encuentran por los confines que delimitan las rutas
de automóviles y camiones.
A Idade da Terra (1980) es la
depuración mayor, no casualmente película final de Rocha -a quien la muerte
sorprendió con apenas cuarenta y tres años-. Film-misterio, por saber ser
capítulo desenlace en su filmografía, con un nivel artesanal tan mayúsculo como
inmediato, desprejuiciado. Montado desde un falso raccord sin fin, aleatorio
–sus rollos debían ser ordenados desde esta premisa para su proyección-,
subdividido en tantos apóstoles falsos como verdaderos. Portadores de palabras
que oír para desoír. Cuatro jinetes de un Apocalipsis cohabitado. Pero, una vez
agotado por repetido hasta el cansancio lo tanto que se ha dicho, que se ha
escuchado, quedará entonces la poesía del habla, en sus maneras tan diversas,
plurales, distintas. Allí, y de manera esencial, cuando todavía no se sabía
leer y escribir.
Aquí, cuando todavía habemos
muchos sin saber leer ni escribir.
* Este texto forma parte del Nº1 del Diario del Festival Latinoamericano de Video y Artes Audiovisuales 2012.
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