Cómo decir lo
que los colores sienten
El dibujante
rosarino estrena libro, crece en reconocimiento, y delinea aún más un mundo de
sueños, de recuerdos, de lectores.
Por
Leandro Arteaga
Un mundo de pinturas, historietas e ilustraciones,
donde prevalecen alegrías o miedos niños, libros añejos, cajoncitos de
secreter, cartas escritas y por escribir, globos, mazapanes. Bello, cercano,
inasible, extraño; el universo de Decur (Guillermo Decurgez) provoca su letargo
de ensueño desde el momento en que se abre el cajón, a partir del primer giro
de manivela a la fonola, o al dar vuelta la primera página del primero de sus
libros: Merci! (Ediciones de la Flor) será presentado mañana
a las 19, en Librería Ross (Córdoba 1347), con la presencia del artista y sus
colores, dispuestos a dar rúbrica a quienes quieran un recuerdo más dentro de su
galería estrafalaria, hermosa, rara.
“Le comentaba a un amigo –dice Decur a Rosario/12- que es como jugar al fútbol
con tus amigos en la cancha del pueblo y que venga el Barça y te lleve, porque
yo estaba dibujando en casa, subiendo mis cosas al blog (decur.blogspot.com.ar),
y de golpe y porrazo Ediciones de la
Flor me manda un mail y a la otra semana ya estaba firmando
un contrato con una editorial que tiene pequeñitos monstruos atrás”. “La
alegría es total, inmensa, es algo que no esperaba” agrega Decur, rosarino, con
vida presente en Arroyo Seco, colaborador de revistas como Fierro y Orsai,
además de director de revistabonete.blogspot.com.ar,
publicación digital donde convive con los otros mundos peculiares de Liniers, Cachimba,
Tute, Montt.
-¿De qué
manera te atraparon la ilustración, la historieta, la pintura?
-Soy dibujante de toda la vida, pero cuando empecé a
trabajar en otras cosas lo fui dejando. Hasta que en el 2009 lo conozco a
Liniers y me cambió la forma de expresar. Siempre fui muy exigente con mi
laburo, desde chico, si no me salía tal proporción humana me frustraba. Pero
cuando encuentro a Liniers y a Max Cachimba, que lograban decir lo que sentían
a través de un trazo diferente o resumiendo rasgos, me copó la manera con la
cual transmitían lo que ellos sentían. A partir de ahí comencé a dibujar sin
parar y fueron sorpresas tras sorpresas. En realidad, lo más importante de esto
es la gente que vas conociendo en el transcurso, son regalos, son los
verdaderos premios. Por otro lado, el color es algo que me gusta mucho, lo que
trato de decir lo hago a través de los colores.
-En tu libro
se descubren muchas cartas, maderas, declaraciones de cariño sin desenlace cierto,
todos elementos de un mismo universo.
-Me gusta mucho todo lo que fue en el pasado. Para
escribir una carta tenés que demostrar lo que sentís con la tinta, a veces con
lágrimas. A la carta hay que enviarla, lo que demandaba un esfuerzo que no es
el que hoy significa mandar un mail. En la letra estaban las emociones de la
persona que escribía. También siento que en la madera, en el mueble, hay vida, es
una cosa muy difícil de explicar, como si los muebles siempre tuviesen algo que
contar. No sé si es lo que le pasa a la gente cuando ve un mueble de un
familiar, es decir, verlo y pensar que dicha persona estuvo sentada en ese
mueble, leyendo, escribiendo cartas, abriendo cajones, que hay todo un archivo
que quedó allí petrificado. Es la importancia que le doy a las cosas antiguas,
a las historias que hay por contar de las cosas antiguas, que muchas veces
tiene que ver con mi interior, con lo onírico, algo que se mezcla con lo
surreal, porque el libro también tiene un poco de humor, pero un humor medio
bizarro, medio raro.
-Hay muchos
árboles, con su madera para los muebles, como vínculo con los personajes.
-Es como la vida, que se transforma, o que muere y
se transforma en otra cosa.
-De hecho, se
nota una concepción cíclica en tus relatos, como el del niño vuelto viejo o el
anciano vuelto niño, como si el transcurso del tiempo fuese reversible.
-Esa historieta lo define justo, transcurre mientras
un señor abre cajones y saca objetos que lo devuelven a la edad de cuando los
había adquirido.
-Si bien hay
un clima risueño, las situaciones pueden ser a veces muy oscuras, con
reminiscencias al cine de Svankmajer o los hermanos Quay, como si todo no fuese
tan necesariamente feliz.
-Yo trabajé de varias cosas, desde un frigorífico
hasta albañilerías o en fábricas grandes, y se sabe que no es muy amoroso todo
eso. Ha quedado una sustancia interna que de alguna forma hace aparecer
imágenes oscuras. Me pasó con los hermanos Quay, vi sus capítulos después y me
volaron la cabeza, porque era muy parecido a lo que estaba haciendo. Mi
infancia fue muy feliz, pero luego se mezcló con el trabajo duro, y eso ha
quedado dentro de mí, de alguna forma siempre sale la oscuridad.
-Algo que
seguramente enriqueció al libro.
-Quizás el libro tiene esa fuerza, la fuerza de
haber pasado por esta clase de trabajo. Hablando con Tute, el hijo de Caloi, él
me decía que veía trabajando al padre todo el tiempo, y que adquirió esa
cultura de llamar trabajo a todo eso. Mi viejo laburó toda la vida en fábricas,
de trabajo en trabajo, de changa en changa; yo tuve que cortar con esa
tradición y eso también tiene su importancia, es una cosa rara, porque mis
viejos me estuvieron aguantando todo el tiempo mientras dibujaba, sin saber
cómo iba a ir todo esto, así que si hay a quienes les tengo que agradecer
muchísimo es a ellos. Por eso el libro se llama Merci!, en francés, y francés es mi apellido, que es el de mi padre.
-Uno de los
relatos me llama la atención, basado en un paradójico “sueño real”, y me preguntaba
si quizás no era ésta una de las maneras de acercarse al mundo de Decur.
-Cuando uno está veinticuatro horas por día sentado
y dibujando escuchás música, radio, lo que sea para que te acompañe. A mí me
gusta mucho escuchar los llamados de Tangalanga, y en el sueño se me mezclan sus
frases. El cuento empieza con un señor que se despierta y encuentra un secreter
con un montón de cosas que no puede tener, atraviesa puertas y termina con algo
completamente bizarro, algo que yo tampoco me lo esperé. ¡La culpa es de
Tangalanga!
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