domingo, 22 de julio de 2012

Decur: Merci!+entrevista


Cómo decir lo que los colores sienten


El dibujante rosarino estrena libro, crece en reconocimiento, y delinea aún más un mundo de sueños, de recuerdos, de lectores.

Por Leandro Arteaga

Un mundo de pinturas, historietas e ilustraciones, donde prevalecen alegrías o miedos niños, libros añejos, cajoncitos de secreter, cartas escritas y por escribir, globos, mazapanes. Bello, cercano, inasible, extraño; el universo de Decur (Guillermo Decurgez) provoca su letargo de ensueño desde el momento en que se abre el cajón, a partir del primer giro de manivela a la fonola, o al dar vuelta la primera página del primero de sus libros: Merci! (Ediciones de la Flor) será presentado mañana a las 19, en Librería Ross (Córdoba 1347), con la presencia del artista y sus colores, dispuestos a dar rúbrica a quienes quieran un recuerdo más dentro de su galería estrafalaria, hermosa, rara.
“Le comentaba a un amigo –dice Decur a Rosario/12- que es como jugar al fútbol con tus amigos en la cancha del pueblo y que venga el Barça y te lleve, porque yo estaba dibujando en casa, subiendo mis cosas al blog (decur.blogspot.com.ar), y de golpe y porrazo Ediciones de la Flor me manda un mail y a la otra semana ya estaba firmando un contrato con una editorial que tiene pequeñitos monstruos atrás”. “La alegría es total, inmensa, es algo que no esperaba” agrega Decur, rosarino, con vida presente en Arroyo Seco, colaborador de revistas como Fierro y Orsai, además de director de revistabonete.blogspot.com.ar, publicación digital donde convive con los otros mundos peculiares de Liniers, Cachimba, Tute, Montt.

-¿De qué manera te atraparon la ilustración, la historieta, la pintura?

-Soy dibujante de toda la vida, pero cuando empecé a trabajar en otras cosas lo fui dejando. Hasta que en el 2009 lo conozco a Liniers y me cambió la forma de expresar. Siempre fui muy exigente con mi laburo, desde chico, si no me salía tal proporción humana me frustraba. Pero cuando encuentro a Liniers y a Max Cachimba, que lograban decir lo que sentían a través de un trazo diferente o resumiendo rasgos, me copó la manera con la cual transmitían lo que ellos sentían. A partir de ahí comencé a dibujar sin parar y fueron sorpresas tras sorpresas. En realidad, lo más importante de esto es la gente que vas conociendo en el transcurso, son regalos, son los verdaderos premios. Por otro lado, el color es algo que me gusta mucho, lo que trato de decir lo hago a través de los colores.

-En tu libro se descubren muchas cartas, maderas, declaraciones de cariño sin desenlace cierto, todos elementos de un mismo universo.

-Me gusta mucho todo lo que fue en el pasado. Para escribir una carta tenés que demostrar lo que sentís con la tinta, a veces con lágrimas. A la carta hay que enviarla, lo que demandaba un esfuerzo que no es el que hoy significa mandar un mail. En la letra estaban las emociones de la persona que escribía. También siento que en la madera, en el mueble, hay vida, es una cosa muy difícil de explicar, como si los muebles siempre tuviesen algo que contar. No sé si es lo que le pasa a la gente cuando ve un mueble de un familiar, es decir, verlo y pensar que dicha persona estuvo sentada en ese mueble, leyendo, escribiendo cartas, abriendo cajones, que hay todo un archivo que quedó allí petrificado. Es la importancia que le doy a las cosas antiguas, a las historias que hay por contar de las cosas antiguas, que muchas veces tiene que ver con mi interior, con lo onírico, algo que se mezcla con lo surreal, porque el libro también tiene un poco de humor, pero un humor medio bizarro, medio raro.

-Hay muchos árboles, con su madera para los muebles, como vínculo con los personajes.

-Es como la vida, que se transforma, o que muere y se transforma en otra cosa.

-De hecho, se nota una concepción cíclica en tus relatos, como el del niño vuelto viejo o el anciano vuelto niño, como si el transcurso del tiempo fuese reversible.

-Esa historieta lo define justo, transcurre mientras un señor abre cajones y saca objetos que lo devuelven a la edad de cuando los había adquirido.


-Si bien hay un clima risueño, las situaciones pueden ser a veces muy oscuras, con reminiscencias al cine de Svankmajer o los hermanos Quay, como si todo no fuese tan necesariamente feliz.

-Yo trabajé de varias cosas, desde un frigorífico hasta albañilerías o en fábricas grandes, y se sabe que no es muy amoroso todo eso. Ha quedado una sustancia interna que de alguna forma hace aparecer imágenes oscuras. Me pasó con los hermanos Quay, vi sus capítulos después y me volaron la cabeza, porque era muy parecido a lo que estaba haciendo. Mi infancia fue muy feliz, pero luego se mezcló con el trabajo duro, y eso ha quedado dentro de mí, de alguna forma siempre sale la oscuridad. 

-Algo que seguramente enriqueció al libro.

-Quizás el libro tiene esa fuerza, la fuerza de haber pasado por esta clase de trabajo. Hablando con Tute, el hijo de Caloi, él me decía que veía trabajando al padre todo el tiempo, y que adquirió esa cultura de llamar trabajo a todo eso. Mi viejo laburó toda la vida en fábricas, de trabajo en trabajo, de changa en changa; yo tuve que cortar con esa tradición y eso también tiene su importancia, es una cosa rara, porque mis viejos me estuvieron aguantando todo el tiempo mientras dibujaba, sin saber cómo iba a ir todo esto, así que si hay a quienes les tengo que agradecer muchísimo es a ellos. Por eso el libro se llama Merci!, en francés, y francés es mi apellido, que es el de mi padre.

-Uno de los relatos me llama la atención, basado en un paradójico “sueño real”, y me preguntaba si quizás no era ésta una de las maneras de acercarse al mundo de Decur.

-Cuando uno está veinticuatro horas por día sentado y dibujando escuchás música, radio, lo que sea para que te acompañe. A mí me gusta mucho escuchar los llamados de Tangalanga, y en el sueño se me mezclan sus frases. El cuento empieza con un señor que se despierta y encuentra un secreter con un montón de cosas que no puede tener, atraviesa puertas y termina con algo completamente bizarro, algo que yo tampoco me lo esperé. ¡La culpa es de Tangalanga!

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