lunes, 20 de julio de 2009

Che: Guerrilla (2008, Steven Soderbergh)


Una espiral
que desciende

Che: Guerrilla
(Che: Part Two)
España/Francia/EE.UU., 2008
Dirección: Steven Soderbergh. Guión: Peter Buchman, Benjamin A. van der Veen, a partir del “Diario de Bolivia” de Ernesto Guevara. Fotografía: Steven Soderbergh. Música: Alberto Iglesias. Montaje: Pablo Zumárraga. Intérpretes: Benicio del Toro, Carlos Bardem, Fr
anka Potente, Demián Bichir, Joaquim de Almeida, Gastón Pauls, Jorge Perugorría. Duración: 135 minutos.


Como si fuese el contrapunto respecto del film anterior –si tenemos en cuenta el díptico forzado para el estreno comercial, ya que Che es, en origen, una unidad de más de cuatro horas- la segunda parte del film de Steven Soderbergh (Kafka, Erin Brockovich) es de una tonalidad más terrosa, con un periplo de espiral que se cierra sobre sí, a diferencia de lo que veíamos y sentíamos en la primera entrega.
Lo que antes nos fuera propuesto como aventura que se corona y ramifica, aquí nos es devuelto en sentido inverso. Todo lo que nos significara una apertura ahora nos es –narrativamente- devuelto. El principio/nudo/desenlace anterior caminarán, en esta oportunidad, al revés, a la manera de un boomerang. También desde el ánimo del espectador, quien sabe acerca de la resolución inevitable y, sin embargo, asiste al drama con la esperanza, aunque vana, de que concluya diferente.
Son varias las alertas que el Che de Benicio Del Toro (estupendo y, recordemos, galardonado con la Palma de Oro en Cannes) recibe pero, a la vez, desatiende o desafía. El diálogo obsecado de Guevara se traduce en la posibilidad de llevar la revolución a cualquier lugar, las condiciones siempre estarán dadas allí donde existan maltrato y explotación. La situación es puntual desde la fricción con Mario Monje (Lou Diamond Phillips), quien le retira el apoyo del Partido Comunista, con el Che ya inserto en Bolivia y con la guerrilla en formación.
Y es puntual porque, además, se percibirán no sólo lo que podríamos tal vez entender como desinteligencias o empecinamiento, sino también por el desinterés de tantos sectores –civiles o políticos- que extienden su desdén ante Guevara. En este sentido, también habrá que ratificar –y esto el film lo hace- el interés de otros sectores, como el norteamericano, por intervenir activamente en la vida boliviana y latinoamericana.
No hay en el film un ánimo aleccionador o moralizante. Sí, en cambio, un planteo estético, de narrativa brillante. Soderbergh recupera con Che un cine mejor, creería que lejos del efectismo y moralismo que supuso Traffic (2000). Es cierto que tiene mucho de grandilocuencia –las cuatro horas- y de mirada “absoluta”, pero con la suficiente sencillez como para saber resolver los momentos, de suyo propio, más complejos. En este sentido, el asesinato de Guevara es significativo desde la elección del encuadre fílmico. No hay golpe de efecto ni moraleja final, sólo una inteligente resolución narrativa.
Son estos momentos los que, cinematográficamente, más se disfrutan. Como la instancia de desapego familiar, previo al viaje a Bolivia, donde un Guevara disfrazado ante sus propios niños terminará por descansar sobre el regazo amado de Aleida (Catalina Sandino Moreno). O también, como suma de partes y comprensión general, la lectura que se erige, podríamos estimar, de un Che solo, acorralado, como un león herido que desafía hasta último momento. Del Toro, allí, brilla entre la maraña de la melena y unos ojos que no se apagan.

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