jueves, 31 de julio de 2014

Vecinos. Llegar a casa (2014. Francisco Matiozzi)


Historias que son muchas personas


Cuatro capítulos componen Vecinos. Llegar a casa, de Señal Santa Fe. La dirección de Francisco Matiozzi aporta un sello distintivo. Ilusiones de barrio y vivienda propia, repartidos en cuatro localidades de la provincia.

Por Leandro Arteaga

El Ministerio de Innovación y Cultura, a través del programa Señal Santa Fe, estrena otro envío y, como de costumbre, con una calidad que dice mucho del relieve que la televisión de la ciudad y de la provincia puede tener. Se trata de Vecinos. Llegar a casa, cuatro capítulos que podrán verse en carácter de estreno en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) mañana a las 20.30, con entrada libre y gratuita.
Vecinos está dirigido y escrito por Francisco Matiozzi (Pochormiga, Militantes), y cuenta con producción de Luciana Lacorazza (también guionista) y Fernando Gondard. La propuesta tiene eje en la visita a cuatro localidades de la provincia de Santa Fe –Totoras, Correa, San Justo, San Javier– que resultaran beneficiadas por los programas que impulsa la Secretaría de Estado del Hábitat de la provincia. De esta manera, Vecinos indaga en cuatro instancias que son, también, apenas micromundos inmensos dentro de ese caleidoscopio que es toda la provincia, con la capacidad de hacer de cada historia un cosmos que albergue intimidades mayúsculas. Acá, por eso, hay mirada de cine.
Esta mirada se debe a Matiozzi, cuya trayectoria le avala como realizador de temáticas afines, en donde ha depositado una preocupación manifiesta por la solidaridad ciudadana. Que Vecinos sea consecuencia de un proyecto de gobierno, de una acción política, no es condicionante para el quehacer del realizador, sino en todo caso desafío a contemplar desde su mundo personal. Es por eso que Vecinos tiene rúbrica autoral: al tiempo que adscribe a una acción política loable, suscribe un mirar propio, que encarna en los detalles gigantes que significan las vidas de todos, todas, y cada uno de los entrevistados.
Cada capítulo es ejemplo de cómo contar historias de muchas personas, de un conjunto, sin caer en los parlamentos o las cronologías explicativas; en todo caso, Vecinos se construye desde el fragmento, desde la historia de vida que anuda necesariamente otras. En este recorrido –de “hormiga”, queda claro– se señalan no sólo las ilusiones concretas de la casa propia, sino la enunciación de proyectos de vida entrelazados. La voz resultante culmina por ser plural, polifónica. Un logro semejante se debe, por un lado, a una manera de pensar puesta en juego, y por el otro a su expresión consecuente, la puesta en escena. Una sintaxis semejante sólo puede alcanzarse donde hay noción de cine. Vale decir, el montaje propuesto por los cuatro capítulos de Vecinos es polifónico porque lo moviliza una concepción de mundo en la que enraíza.
Recursos tales como intertítulos, dibujos y colores animados, así como la banda musical, aparecen para interactuar con los sujetos del documental. De tal forma, los colores y las palabras participan a la manera de intervenciones gráficas sobre el accionar real; mientras la música asume sonoramente las frases oídas, a las que “samplea” junto a imágenes que van y vienen, para adelante y para atrás, desdiciendo esa cronología que el cine sabe cómo alterar.
Así, Vecinos expone una cotidianeidad alterada, porque de lo que se trata, en última instancia, es del sueño cierto de la casa propia. Cuando cualquiera de los entrevistados dice lo que le pasa mientras dedica todo su empeño a este logro, nada hay más que decir. Es la concreción feliz, es la preocupación por planificar cómo serán esas paredes. Casas al lado de otras. Un barrio que surge, junto a otros que vendrán. Y todo eso por acá nomás, nada lejos de Rosario, tan subsumida en sus angustias a veces ególatras.

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