Historias que
son muchas personas
Cuatro
capítulos componen Vecinos.
Llegar a casa, de Señal Santa Fe. La
dirección de Francisco Matiozzi aporta un sello distintivo. Ilusiones de barrio
y vivienda propia, repartidos en cuatro localidades de la provincia.
Por
Leandro Arteaga
El Ministerio de Innovación y Cultura, a través del
programa Señal Santa Fe, estrena otro envío y, como de costumbre, con una
calidad que dice mucho del relieve que la televisión de la ciudad y de la
provincia puede tener. Se trata de Vecinos.
Llegar a casa, cuatro capítulos que podrán verse en carácter de estreno en
El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) mañana a las 20.30, con entrada libre y
gratuita.
Vecinos está dirigido y escrito por
Francisco Matiozzi (Pochormiga, Militantes), y cuenta con producción de Luciana
Lacorazza (también guionista) y Fernando Gondard. La propuesta tiene eje en la
visita a cuatro localidades de la provincia de Santa Fe –Totoras, Correa, San
Justo, San Javier– que resultaran beneficiadas por los programas que impulsa la Secretaría de Estado
del Hábitat de la provincia. De esta manera, Vecinos indaga en cuatro instancias que son, también, apenas
micromundos inmensos dentro de ese caleidoscopio que es toda la provincia, con
la capacidad de hacer de cada historia un cosmos que albergue intimidades
mayúsculas. Acá, por eso, hay mirada de cine.
Esta mirada se debe a Matiozzi, cuya trayectoria le
avala como realizador de temáticas afines, en donde ha depositado una
preocupación manifiesta por la solidaridad ciudadana. Que Vecinos sea consecuencia de un proyecto de gobierno, de una acción
política, no es condicionante para el quehacer del realizador, sino en todo
caso desafío a contemplar desde su mundo personal. Es por eso que Vecinos tiene rúbrica autoral: al tiempo
que adscribe a una acción política loable, suscribe un mirar propio, que
encarna en los detalles gigantes que significan las vidas de todos, todas, y
cada uno de los entrevistados.
Cada capítulo es ejemplo de cómo contar historias de
muchas personas, de un conjunto, sin caer en los parlamentos o las cronologías
explicativas; en todo caso, Vecinos
se construye desde el fragmento, desde la historia de vida que anuda
necesariamente otras. En este recorrido –de “hormiga”, queda claro– se señalan
no sólo las ilusiones concretas de la casa propia, sino la enunciación de
proyectos de vida entrelazados. La voz resultante culmina por ser plural,
polifónica. Un logro semejante se debe, por un lado, a una manera de pensar puesta
en juego, y por el otro a su expresión consecuente, la puesta en escena. Una sintaxis
semejante sólo puede alcanzarse donde hay noción de cine. Vale decir, el
montaje propuesto por los cuatro capítulos de Vecinos es polifónico porque lo moviliza una concepción de mundo en
la que enraíza.
Recursos tales como intertítulos, dibujos y colores
animados, así como la banda musical, aparecen para interactuar con los sujetos
del documental. De tal forma, los colores y las palabras participan a la manera
de intervenciones gráficas sobre el accionar real; mientras la música asume sonoramente
las frases oídas, a las que “samplea” junto a imágenes que van y vienen, para
adelante y para atrás, desdiciendo esa cronología que el cine sabe cómo
alterar.
Así, Vecinos
expone una cotidianeidad alterada, porque de lo que se trata, en última
instancia, es del sueño cierto de la casa propia. Cuando cualquiera de los
entrevistados dice lo que le pasa mientras dedica todo su empeño a este logro,
nada hay más que decir. Es la concreción feliz, es la preocupación por planificar
cómo serán esas paredes. Casas al lado de otras. Un barrio que surge, junto a
otros que vendrán. Y todo eso por acá nomás, nada lejos de Rosario, tan
subsumida en sus angustias a veces ególatras.
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