viernes, 11 de abril de 2014

Noé (2014, Darren Aronofsky)


El arca y los animalitos obedientes
 

Por Leandro Arteaga

Pocos momentos más lamentables –por didáctico, moralista, reaccionario, lleno de “mensaje”- del cine último como el montaje por asociación entre la familia de osos –entre otros animalitos- y la de Noé, reunidos tras el diluvio. Es decir, si Hollywood es decadente, Noé lo rubrica, a la vez que expone el gesto genuflexo de su realizador, Darren Aronofsky.
La propuesta de Aronofsky ubica la historia bíblica de Noé y su arca en un contexto cinematográfico de eco fácil con ejemplos cercanos. Es decir, aún cuando (la cada vez mejor) Emma Watson ya sea de un espíritu ajeno a la serie Harry Potter, su presencia la vuelve nexo ineludible, junto al leit motiv juvenil, con barbas prolijas y miradas publicitarias, que cunde entre tanta novelita sobrenatural. El Noé de Russell Crowe se mueve entre estas aguas, de reconocimiento rápido para el espectador.
En este sentido, la apariencia “Señor de los Anillos” que la película propone, no llama la atención, sino que opera en relación a lo señalado. Hay un mundo de cine de fantasía (digital) al que este profeta viene a sumarse. La obra de Tolkien, a su vez, no deja de ser lugar de encuentro perfecto, dado su catolicismo asumido. El film de Aronofsky lo expone en sus ángeles petrificados, caídos y monstruosos, ayudantes de Noé en la construcción del arca, así como en los travellings aéreos, que remedan la Nueva Zelanda, “postdiluvio”, de Peter Jackson.
Dado el cariz fantástico, Noé plantará una habichuela mágica con la que encontrar, entre tanta desolación, un bosque que talar. Quien mete la mano en esto es el legendario Matusalén (Anthony Hopkins), su abuelo, quien guarda secretos de tiempos del Edén así como gestos y rituales conceptivos. Que la pátina mágica se cuele en el relato es, dado el caso, lo mejor. Pero, de manera acorde con una sapiencia conciliadora, que amenice lo sabido con lo creído, la prédica final habrá de volver coherente el mito bíblico con el ejercicio de la razón.
Este es, justamente, el relato que Noé hace a sus hijos, el de la creación, el de los siete días, mientras el montaje apela a nociones visuales cercanas al Big Bang, a la teoría de la evolución, y a la comprensión de que “allí donde se dicen tantos días en realidad se apela a muchísimo tiempo”. Por ende, los ingredientes mágicos rápidamente se disuelven, para volverse –ya rígidos e incontestables- doctrina.
Llegado este punto, nada más fácil que explicar acerca de la maldad de los hombres, de los peligros ecológicos, y de una primera oportunidad perdida. Es increíble que se trate del mismo realizador de Réquiem para un sueño (2000), allí donde los vínculos se disgregaban porque nunca nada es demasiado fácil, los gritos de ayuda suelen ser ignorados, y quien vive una adicción sobrevive a un infierno. Sin arcas salvadoras a la vista.

Noé
(Noah)
EE.UU., 2014. Dirección: Darren Aronofsky. Guión: Darren Aronofsky, Ari Handel. Fotografía: Matthew Libatique. Montaje: Andrew Weisblum. Música: Clint Mansell. Reparto: Russell Crowe, Jennifer Connelly, Ray Winstone, Anthony Hopkins, Emma Watson, Logan Lerman, Douglas Booth, Nick Nolte, Mark Margolis, Kevin Durand, Leo McHugh Carroll. Duración: 138 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
3 (tres) puntos

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