Voces que
rebotan en el vacío
Por
Leandro Arteaga
Nadie se toca en la última película de Spike Jonze (El ladrón de orquídeas, Donde viven los monstruos). Acaso
eventualmente, pero desde los segundos planos, a través de personajes bien
secundarios, casi ajenos a lo que Her/Ella es. Puesto que se trata de la
sublimación mayor, virtual y contemporánea, entre el protagonista (Joaquin
Phoenix) y su sistema operativo (“feminizado” en la voz de Scarlett Johansson),
difícilmente pueda tener una cabida mayor el contacto entre cuerpos.
La locación temporal de Her es bien cercana. Ciencia ficción a la vuelta de la esquina –es
Shangai lo que se ve, pero no necesariamente para el film–, con algunos
pequeños toques vintage; entre ellos,
el pantalón masculino de tiro alto. Las mujeres ocultan curvas, el maquillaje
casi no prevalece. La coreografía de ciudad es ordenada, de rascacielos
gigantes pero con calles distendidas. Hay espacio suficiente para que todos
caminen y nadie, se repite, se toque.
En algún momento, una corrida desesperada hace a
Theodore (Phoenix) trastabillar en medio de la acera. ¿Está bien?, le
preguntan, se le acercan. Pero nadie llega a más, él rápidamente se incorpora, se
aleja. Es que no hay señal (de celular), no hay registro de la voz de Samantha,
la mujer-virtual que es su sistema operativo. Otra vez, la ciencia ficción
cercana; entre peatones hundidos en computadoritas portátiles, hablando consigo
mismo en voz alta, mediante dispositivos diminutos insertos en sus sentidos
(los “caracolitos”, diría el Bradbury de Fahrenheit
451; de paso, en Ella nadie
escribe más, sólo hay un momento en donde sí, sólo hay otro momento en donde
hay un libro, tal vez dos).
Puesto que todo lo que sucede es bien cercano y
distinguible, Ella puede sostener los
lugares comunes de cualquier historia de amor, trillada, revisitada. Al aceptar
las reglas de este juego, de este verosímil, que disfraza de extraño lo que se
palpa en lo cotidiano, el film de Jonze es capaz de volverse ridículo. Por
momentos, lo que sucede son disparates. “Mi pareja es mi sistema operativo”,
dice Theodore, y a nadie se le enarcan demasiado las cejas. Es más, habrá
oportunidad para una salida en grupo, con otra pareja –de carne y hueso–, con
diálogos distendidos, a la luz de una tarde siempre naranja.
Si nadie se toca no hay sudor. Estar en la playa –de
colores tan saturados como los de cualquier tarjeta postal- con traje de baño o
con pantalón y camisa no implica más o menos calor. Hasta la nieve, cuando cae,
es tan precisa como cualquiera de los rayos de sol; así como le sucedía a Jim
Carrey durante todos y cada uno de los días de su vida en The Truman Show (1998, Peter Weir). Tampoco se sabe muy bien qué es
lo que se come. Algo es, nunca se lo ve demasiado. Otro placer vuelto
antiséptico.
Pero, entre tanto diálogo cada vez más íntimo con
Samantha, los que también sucede es la cercanía mayor de la cámara, hasta
llegar al primer plano del único rostro posible, el de Theodore. Cuando el film
descansa allí, aparece la ambigüedad y el diálogo troca en monólogo disimulado,
en voz interior. Es muy sutil el modo desde el cual se llega a esta situación,
cuando el montaje apela a algo más, a lo que en verdad es: el dilema de un alienado
en una sociedad alienada.
Tal rótulo no provocará demasiada sorpresa, pero
bien vale destacarlo cuando la misma prédica publicitaria es capaz, hoy día, de
evidenciar su desdén clasista y vender todavía más. Ella apela a este mismo esteticismo, pero para pensarlo como
estética. Con lo cual, oscila entre el sinsentido más vacío –parloteos con
personajitos de video game o disco rígido– y una profundidad inevitable, que habrá
de cobrar forma real en algún momento. Al menos, es lo que parece.
Ella
(Her)
EE.UU.,
2013. Dirección y guión: Spike Jonze. Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Música: Arcade Fire. Montaje: Jeff Buchanan, Eric Zumbrunnen. Reparto: Joaquin
Phoenix, Amy Adams, Chris Pratt, Rooney Mara, Scarlett Johansson (voz). Duración: 126 minutos.
8 (ocho) puntos
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