Lejos de las
grietas y los pantanos
El
cuervo
(The
Raven)
EE.UU./Hungría/España,
2012. Dirección:
James McTeigue. Guión: Ben Livingston, Hannah Shakespeare. Música:
Lucas Vidal. Fotografía:
Danny Ruhlmann. Montaje:
Niven Howie. Intérpretes: John Cusack, Luke Evans, Brendan Gleeson,
Alice Eve, Kevin McNally, Oliver Jackson-Cohen. Duración:
110 minutos.
Salas:
Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
3
(tres) puntos
Por
Leandro Arteaga
De manera paradójica, el ánima de Edgar Allan Poe
está a salvo. La película El cuervo,
desafortunadamente, no es otra cosa que cualquier cosa. Menos Poe. En otras
palabras, una película que nada tiene que ver con su literatura.
¿Con qué tiene que ver El cuervo? Con un entramado “policial” que encuentra su modus operandi en situaciones puntuales
así como referidas a los cuentos del gran Poe. Motivo por el cual, policía y
escritor, en pleno Baltimore 1849, se ayudarán mutuamente en esta búsqueda
literaria/criminal. Así dicho, todo muy atractivo.
Entonces, ¿por qué no se vincula El cuervo con la literatura de Poe?
Porque nada hay en el film que se contagie del desasosiego de sus historias, de
la humedad de sus páginas, de sus féretros de sangre vieja y madera desgarrada,
del clima de pantano sobre el que descansa una mansión en grietas, del maullido
de la muerte, del miedo que no puede decirse, o del graznido poético de un
cuervo viejo. Claro que Poe es esto, pero es mucho más. Es también la génesis
del relato policial, es la analítica de Dupin, es el desafío intelectual, es el
misterio contra la razón; es la permanencia, en suma, de lo irresuelto una vez
resuelto. (O no habría habido, de lo contrario, Conan Doyle y descendencia).
Imposible sería entonces confundir en esta película
sus citas a los cuentos con la evanescente angustia de sus lecturas. Ésta última
es la tarea más difícil de procurar. Muchas veces posible. Allí el trío
Corman/Matheson/Price en los ‘60, El gato
negro de la Universal
en los ’30, la vanguardia lírica de Epstein (de fundamento para el futuro
Buñuel), la maestría checa de Svankmajer, o el Toby Dammit de Fellini.
Responsabilidad cinemática-moral que El
cuervo resueltamente evita pero tramposamente plantea. Es por eso que
cualquier película del laureado -por clase B- realizador italiano Lucio Fulci
será muchísimo mejor que este Cuervo
endeble; su Gatto nero (1981), de
hecho, supera con creces bizarras a la parodia de interpretación histérica de
John Cusack. En El cuervo, como si no
fuese suficiente, no faltará el momento donde el asesino salte por el aire con
un atuendo demasiado parecido al “anarquista” de V de venganza (2005), film anterior del mismo realizador. Cualquier
cosa.
Se dijo sobre lo histérico de Cusack -¿y lo
taciturno, melancólico, y romántico? ¿dónde?-, pero también habrá de decirse
sobre lo desaprovechado que está el gran Brendan Gleeson, del anodino detective
interpretado por Luke Evans, y del generoso escote de Alice Eve: gran momento
en el que emerge del ataúd, voluptuosamente vuelta a la vida. Casi un toque
Hammer. Pero no alcanza.
Inscripta en el sesgo dado por la vuelta al cine de Sherlock Holmes, las fusiones
transgénero de Abraham Lincoln: Cazador
de vampiros, y las balas disparadas en planos detalle, El cuervo resulta una pálida mixtura. Tan torpe como pésima.
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