martes, 10 de febrero de 2009

The Curious Case of Benjamin Button (2008, David Fincher)


La supuesta mirada reflexiva de Benjamin Button

Desde una puesta en escena grandilocuente, el film favorito para la próxima entrega de premios Oscar constituye el reverso ideológico y estético del cuento escrito por Francis Scott Fitzgerald.

El curioso caso de Benjamin Button
(The Curious Case of Benjamin
Button)
EE.UU., 2008.
Dirección: David Fincher. Guión: Eric Roth, a partir del cuento de F. Scott Fitzgerald. Fotografía: Claudio Miranda. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Kirk Baxter, Angus Wall. Intépretes: Brad Pitt, Cate Blanchett, Julia Ormond, Elias Koteas, Jason Flemyng, Tom Everett. Duración: 166 minutos.

«(...) era imposible que el señor Button olvidara que su hijo era
un triste remedo de primogénito.» De esta manera sentencia la pluma de F. Scott Fitzgerald la relación aristocrática y decadente entre los miembros de la familia Button: una madre de voz silenciada y un padre azorado ante la apariencia del recién nacido, cuya vejez –y habladurías consecuentes- no pueden menos que aterrarle: «(...) durante un oscuro instante, el señor Button deseó fervientemente que su hijo fuera negro.»
Queda clara la ironía mordaz de Fitzgerald. Rasgo que de ninguna manera podrá buscarse en el ostentoso film de casi tres horas de duración que lleva por título El curioso caso de Benjamin Button. El relato original, motivo de admiración para William Faulkner, fue publicado por la revista Collier el 21 de mayo de 1922.

Pero no sorprenderá a nadie señalar el modo en que Hollywood acostumbra tergiversar sentidos y simplificar. De todos modos, ello no significará tener que dejar de lado cierta indignación, sea tanto por lo que importa –al menos, a algunos- el espíritu literario de Scott Fitzgerald como por lo que prometen las trece nominaciones para el Oscar. El Oscar, convengamos, determina un modo ideológico de hacer cine. Y es esta pauta la que habrá de regir a la mayoría de las producciones norteamericanas.
Estaremos de acuerdo
, también, en señalar la inevitable transposición de lenguaje que impone el traslado a la pantalla grande. Nunca molestará la alteración argumental, ni siquiera de tiempo y espacio, siempre y cuando lo que suceda enraice en la esencia de aquello que sirve de fuente.
Pero en el film nos encontraremos con una historia narrada a la medida de Brad Pitt. En El curioso caso de Benjamin Button –tercera colaboración del actor con el realizador David Fincher- asistiremos a los primeros planos inevitables que suponen su presencia. Es más, uno podría pensar la deconstrucción temporal de su personaje (de viejo a joven) como el periplo necesario que nos deposita, finalmente, en los rasgos del primer actor.
Seremos testigos, entonces, del relato en off de una historia de amor en el sentido más convencional. Benjamin, bebé vejestorio, transitará las diferentes etapas de su retro-vida para, por un lado, exorcisar fantasmas sociales de la Primera Guerra (la plegaria por el hijo caído que representa el «reloj mágico» del prólogo) y, por el otro, para encontrar el m
omento correspondiente para amar a su elegida. Algo, insistimos, ausente en el espíritu de Fitzgerald, quien no ahorrará saña al desenamorar a su Benjamin a través de frases como «el esmalte azul de sus ojos adquirió el aspecto de la loza barata».
Es decir, en el film no asistimos a crisis alguna, que pueda situarnos en una posición incómoda o de conficto. De hecho, podríamos señalar que Benjamin Button es, en su totalidad, políticamente correcta. Digno crédito que justifica cualquier estatuilla de la Academia de Hollywood. Motivo por el cual uno puede sentir una indignación mayor, ya que el cine de David Fincher supo recorrer senderos más tortuosos, menos serenos: recuérdense, para el caso, Alien 3, Pecados capitales, El club de la pelea y, sobre todo, su mejor film hasta la fecha: Zodíaco (2007), radiografía social oscura des
de el prisma que supone un asesino serial y verídico.
Pero en Benjamin Button todo adquiere un pregnante tinte fabulesco. Su composición de época, sus marquesinas años ’40, la moto y el look alla James Dean, los inevitables ’60, no pueden menos que generar atracción. No se trata sólo de un trabajo de maquillaje –por cierto notable, obra del genial Greg Cannom- sobre los actores, sino también sobre la misma reconstrucción: virtud que el cine norteamericano ha desarrollado admirablemente, hasta el punto de poder mitologizar su propia historia. Pero esta mitologización supone también una mirada ideológica, provista en este caso de hallazgos supuestamente filosóficos e inteligentes sobre la vida y el lugar de uno en ella. El Button de Fincher/Pitt es una suerte de marginal que no molesta a nadie. Baste para el caso recordar que el guionista del film, Eric Roth, también es el responsable de Forrest Gump (1994), film esencialmente similar al que aquí reseñamos, pleno de «frases de almanaque».

Prefiero recordar, mejor, un temprano cuento de J. G. Ballard Tiempo de pasaje, 1966- en donde la vida del protagonista nos es narrada a la manera de una película vuelta atrás. Comienza el relato desde su fin inevitable: el césped, el ataúd que se extrae, el rito fúnebre, la vuelta al hogar, la covalescencia del protagonista... hasta su disolución en un olvido de luna de miel paternal.
Prefiero, también, el bebé de veras aterrador que surgiera de las entrañas cinéfilas de Larry Cohen en It’s Alive (1974): la familia norteamericana en medio de un mundo tan podrido como para alterar la gestión embrionaria de cualquier buena madre.

El Benjamin Button de Brad Pitt no es ni reflexivo ni revulsivo, sino sólo un narrador benévolo de cuentos falsos.

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