El dominio de la
pura posibilidad
Dueño de una sensibilidad
que es un mundo de cine, Edgardo Cozarinsky visitó Rosario con su última
película. El cine de cámara y el cine espectáculo. El padre, ese interrogante
que cobra forma de cine.
Por Leandro Arteaga*
Una de
las gratificaciones que trajo aparejada la edición reciente de Bafici Rosario fue la presencia del cineasta y literato Edgardo
Cozarinsky, quien estuvo presente durante la función de su última película, Carta a un padre, el pasado viernes.
Desde
la premisa que el director entiende como “cine de cámara”, Carta a un padre encuentra nexo con sus dos films anteriores: Apuntes para una biografía
imaginaria (2010) y Nocturnos (2011); tres películas que se requieren desde su oposición al
denominado “cine espectáculo”. “No es que no me guste el cine espectáculo, al
contrario, soy un muy buen espectador de cine espectáculo, pero así como hay
música sinfónica, hay música de cámara. Una sinfonía de Beethoven no la podés
escuchar en un espacio chico, un cuarteto de cuerdas se pierde un poco en las
dimensiones de un gran teatro”, explica Cozarinsky a Rosario/12. Y agrega: “La idea de estas tres películas, que hemos
hecho con (la productora) Constanza Sanz Palacios era la de un cine íntimo, que
se dirigiera a espectadores sensibilizados para este tipo de cine, que nos
permitiese descubrir muchas cosas que tal vez el cine espectáculo no atiende,
con su obligación de atenerse a un guión narrativo.”
Carta a un padre indaga en recuerdos, en objetos, en ese interrogante que es la figura
del padre para el cineasta. Una búsqueda inasible, que le lleva por primera vez
a Entre Ríos, a encontrar esas huellas que en algún lugar el tiempo todavía
esconde. El momento álgido, bellísimo, sucede durante la lectura de una carta
de su abuelo, donde la voz de Cozarinsky dice las palabras escritas sobre un
papel de carta que guarda años y años. La lápida y el atardecer acompañan a la
voz que vence el tiempo y teje vínculos.
“Es una
secuencia muy curiosa, porque esa carta existe, lo que tengo en la mano es el
original”, comenta. “Mi padre murió cuando yo tenía veinte años. Esa carta la
encontré cuando murió mi madre, hace pocos años. Había una caja en su
departamento donde había cantidad de papeles y fotos viejas. Ahí encontré una
carpeta con cartas de mi abuelo y de mis tíos dirigidas a mi padre, en ocasión
del primer viaje que hizo como marino. En el momento no pensé nada con respecto
a un proyecto cinematográfico. Cuando surgió la idea, estábamos con Constanza
en Venecia, en 2001; pero ni ella ni yo creemos en la casualidad. Si surgió en
ese momento fue porque en algún lugar estaba flotando y apareció la
circunstancia para decirlo. Cuando volví a Buenos Aires me puse a revisar esas
cartas. Son cartas graciosas, como la de una tía mía que le dice a mi padre,
que tenía veinte años cuando fue a Estados Unidos, ‘no te enamorés de una
gringa, volvé y casate con una criolla’. Pero la de mi abuelo me impresionó
porque, imaginate, se trata de inmigrantes que llegaron al país sin saber
castellano, en 1894, que estudiaron español en la escuela nocturna en Villa Domínguez,
provincia de Entre Ríos, y en 1919 mi abuelo podía escribir una carta en
castellano. Es una carta ingenua, muy cándida, pero sin errores de ortografía.
Hoy abro diarios de Buenos Aires con errores de ortografía y con una sintaxis
pésima.”
Lo profundamente
emocional del momento fue situación mentirosamente distante para el propio
realizador, quien lo confiesa desde la anécdota: “Cuando hicimos la lectura de
la carta, la sonidista me dijo al volver en el auto a Villaguay, ‘¡qué cosa! ¡no
te emocionaste nada, yo estaba ahí sosteniendo la caña, con el micrófono, se me
humedecieron los ojos, y vos hiciste la toma dos veces!’. Le dije: ‘yo estaba
mirando el cielo’, porque teníamos media hora de luz, había que hacer las dos
tomas y no tenía que hablar rápido. Después en el montaje, a fuerza de ver la
toma elegida, me empecé a emocionar.”
-Evidentemente, en algún momento los
recuerdos, o su necesidad, fueron suficientes para que apareciera la película.
-La
película está hecha con fragmentos de memoria, de documentos. Está filmada en
Entre Ríos, en lugares que me interpelaron: un paisaje, un lugar, una escuela, una
casa, un cementerio, con el comentario que es mi voz en off. Pero no había nada
que estuviese escrito, sólo algunas frases. En general, el guión fue escrito a
medida que armábamos el montaje de la película, con lo cual se necesita tener
una productora tan audaz y talentosa como Constanza Sanz Palacios para
embarcarse en una aventura donde el director le dice a la productora: “voy a
filmar pero no sé bien qué es lo que voy a filmar, y después voy a escribir el
texto cuando haya filmado”.
-Entiendo que la pregunta por el padre es
también una pregunta sobre la vida de uno mismo.
-Sobre
todo cuando en algún momento, antes de la película, me dije ‘caramba, estoy
viviendo muchos más años de los que vivió mi padre’. Creo que teníamos muy
pocas coincidencias de carácter, de temperamento, pero haciendo la película me
dije ‘qué curioso, mi abuelo cruzó el océano, a fines del siglo XIX, no sabía
muy bien a dónde iba, sabía que iba a una tierra donde iba a poder estar mejor
y trabajar y armar una familia que era lo que había dejado atrás, pero iba a lo
desconocido’. Mi padre, a los 19, 20 años, se mete en la marina y se va a
recorrer el mundo, habiendo nacido y sido criado en el campo. Y yo he vivido,
entre el cine y la literatura, parte del tiempo en Europa y ahora estoy de
vuelta en Buenos Aires, donde nací y crecí. Una de las cosas que al hacer la
película me hizo pensar es en hasta qué punto entre estas tres personas –a mi
abuelo nunca lo conocí, murió antes que yo naciera– había una cosa como de
rupturas que se repetían en el tiempo, generación tras generación.
-El título de la película, de hecho, podría
también ser Carta a un interrogante.
-Hay
preguntas que no tienen respuesta, una pregunta abre un espacio de
interrogantes, de posibilidades. Una respuesta te limita, a veces sobre todo en
trabajos de creación, porque la ciencia evidentemente es otra cosa, quiere
llegar a resultados concretos, verificables. En la literatura, en el cine, en
cualquier forma de creación llamémosla artística, con toda modestia, las
preguntas son más importantes, y uno trabaja como tanteando en la oscuridad,
viendo a ver qué sería posible, a dónde vamos, y eso para mí es la parte más
linda del trabajo, internarse en los caminos no tomados. Cuando uno es joven,
hay delante una cantidad de caminos abiertos, uno toma uno en vez de otro, y ahí
se empieza a estrechar la cosa. Cuando llegás a cierta edad, desaparecieron
todas las posibilidades y todo lo que elegiste en tu vida es un solo camino y
tenés que seguir con él. Eso es lo lindo de hacer cine, de escribir literatura,
internarse en el dominio de la pura posibilidad.
* En colaboración con Federico
Fritschi, Más
tarde que nunca (Radio Universidad Rosario)
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