Cine en las
fronteras de lo posible
Con El inventor de juegos, Juan Pablo Buscarini se revela cada vez más
como un realizador perspicaz. El cine, el arte y la industria. Las películas y
el público infantil. Producción argentina y casting internacional.
Por
Leandro Arteaga
El estreno de El
inventor de juegos el jueves próximo, significa un salto cualitativo en la
carrera del rosarino Juan Pablo Buscarini. Sus films ya son cuatro, y cada uno
de ellos tiene, así como raigambre en el mundo infantil y juvenil, una
preocupación nodal por las maneras desde las cuales poder llegar al gran
público y sus diferentes mercados. De este modo, Cóndor Crux (1999), El ratón
Pérez (2006) y El Arca (2007),
son momentos distintivos en su trayectoria, premiada con dos Cóndor de Plata y
un Goya.
Con El
inventor de juegos la apuesta es mayúscula, ya que se trata de un film
rodado en inglés, con reparto estelar –entre sus nombres destacan Joseph
Fiennes (Shakespeare apasionado), junto
a los niños David Mazouz y Megan Charpentier (el primero, partenaire de Kiefer
Sutherland en la serie Touch; la
segunda, presente en el film de terror Mamá)–,
y un equipo técnico de relieve, con partícipes extraordinarios como Roman Osin
en Fotografía (Orgullo y prejuicio),
Dimitri Capuani en Diseño de producción (La
invención de Hugo Cabret), y Chris Munro en Mezcla de sonido (Gravedad).
“Rodar en inglés, integrar un equipo de muchas
nacionalidades, no es algo que me había pasado, parecería mucho más distinto
que lo habitual, pero no deja de tener puntos en común con mi carrera”, explica
el realizador a Rosario/12. “Con Cóndor Crux yo no quería que se hablara de
una película de innovación tecnológica, porque parecía que uno la hacía para
estrenar el uso de computadoras, cuando lo que me interesaba era el contenido.
Ahora, con El inventor de juegos por
ahí me focalizan de nuevo como modelo innovador, pero entre una película y otra
hay quince años, y el mundo del contenido infantil comenzó a definir y
reafirmar reglas muy desafiantes y complicadas para un proyecto”.
Si bien El
inventor de juegos es una película de producción básicamente argentina –el
capital mayoritario es de Pampa Films-, está filmada en inglés ante la
precaución que significa su distribución en el mercado más importante y difícil
del cine, que no es otro más que el estadounidense. A la inversa, cualquier
film en otro idioma pareciera no poder aspirar a otra meta más que una remake; tal es el caso de la oscarizada El secreto de sus ojos y su pronta nueva
versión, con Chiwetel Ejiofor y Gwyneth Paltrow en los protagónicos.
“El mercado se
globaliza, se ‘americaniza’, es decir, tampoco nos llegan los estrenos del cine
infantil alemán o francés, por hablarte de países con poder económico”,
continúa Buscarini. “A la par, los elementos tecnológicos te ofrecen una
tentación, ya que democratizan cierta forma de producción, pero a su vez también
la toma Hollywood y la convierte en propuestas visuales potentísimas, a través
de efectos digitales, esteroscopía, 3D, y con ello lo que se definen son las
reglas del juego, de mercado. Yo siempre opero con la idea de decir que una
película no sólo es un desafío del director, es decir, es una obra artística
pero con una componente industrial, que está dada por la enorme cantidad de gente
que te acompaña. Creo que el común denominador de todo lo que hice fue pensar
que no debía satisfacerme sólo a mí, sino también dejar un sabor que genere una
continuidad, un proceso cíclico con los que me acompañan: productores, coproductores,
el equipo técnico. El inventor de juegos
va de la mano de eso, es decir, tengo una novela espectacular, la posibilidad
de llevarla al cine, pero tengo que estar a la altura de las consecuencias, no
defraudar la novela y sus lectores, la trayectoria de De Santis, no defraudarme
a mí mismo. Y también poner a la película, por su temática, en igualdad de
estreno.”
-Creo que es
un desafío que recién se está abordando. La industria del cine argentino sigue
siendo una expresión compleja.
-Muchos tienen prurito al hablar de industria. Me
acuerdo claramente del primer libro sobre cine que leí, de una colección de
Salvat, que se llamaba El cine: arte e
industria. Cuando uno tiene 18 o 20 años uno está más cerca del arte, y es
cierto, nada más artístico que hacer una película pero también nada más industrial.
Estrenar cualquier película implica el libre deuda de seis sindicatos, tenés un
montón de gente que vive y trabaja de esto, mucho gasto en proveedores,
alquiler de equipamiento, catering, y todo eso para generar un producto
cultural. Es decir, me encanta la palabra industria, y dentro del sector,
industria cultural. Los americanos lo entendieron antes, tienen una maquinaria
muy agresiva, acompañado de un mundo que se globalizó, con un porcentaje de
mercado enorme. Ahora hablan de las películas como franquicias. A uno le cuesta
llegar a esos extremos, y creo que nuestra lógica no va por ese lado, pero
sabés que es como el vecino con el que te toca convivir: podés encontrar tu
espacio, pero te exige reglas de juego. Condor
Crux, que fue una idea original nuestra, llegó a los cines absolutamente
huérfana, la película no significaba nada, y me di cuenta de eso cuando produje,
cinco años después, Patoruzito, que
fue el otro extremo: había dos millones de personas. Independientemente de
cuánto gustara la película, tenía una marca instalada, algo que entendió muy
bien Manuel García Ferré cuando hizo Manuelita.
Entonces, en las culturas populares de cada país hay personajes instalados que
llegan a revertirte completamente ese ciclo que los norteamericanos quieren
instalar.
-¿Por qué te
movilizó la novela de Pablo De Santis?
-No elegí la novela por ser un best seller, si bien
me daba la tranquilidad de que tenía una base instalada con sus seguidores. La
atracción estuvo en el contenido, en sus personajes y escenarios. Me fascinó la
capacidad de De Santis para hacer una historia cautivante sin apelar a la
fantasía, sino a una gran imaginación. Es fácil caer en la fantasía, como en esa
especie de todo vale, en lo que se basa el impacto de cierto cine. En la novela
de De Santis, en cambio, me daba cuenta de que había una película maravillosa
porque era posible, porque a los personajes les pasan eventos que pueden sonar
exóticos pero que son posibles. Por ejemplo, al personaje lo mandan huérfano a
un colegio que se está hundiendo, en un terreno lodoso; es exótico pero posible,
así como una gran metáfora de la educación tradicional. También hay mucha
aventura, como con la carrera de globos. Y me gustó porque me retrotraía a lo
que a uno le cautivaba del cine cuando las películas no estaban tan plagadas de
efectos.
-La sensación
mágica, lo primero que nos contagió del cine cuando éramos pibes.
-Exactamente. Así como el buen cine de los ochenta, películas
como Los Goonies o las buenas
películas de Spielberg, donde había lugares, templos, todos espacios existentes
dentro de la frontera de lo posible.
La vida como un juego de tablero
Por
Leandro Arteaga
Son tres los momentos distinguibles en el argumento
de El inventor de juegos, tres
instancias que operan como niveles de complejidad dentro del recorrido que su
protagonista, el niño Iván Drago (David Mazouz), debe sortear: el
colegio-orfanato, la búsqueda de su abuelo, el reencuentro con sus padres.
Tríada que, desde una concepción profunda, el film plantea como dilema de niñez
que enfrentar, al tiempo que arroja al espectador a un mundo que confunde la
vivencia real con su costado imaginario.
El límite impreciso entre estas nociones –las
cuales, se sabe, son intrínsecamente indisociables– es el camino desde el cual
podría haber elegido abismarse la película de Juan Pablo Buscarini (El ratón Pérez, El Arca). Hay un ánimo de intención, pero no llega a la profundidad
que podría. Es decir, el núcleo del relato está en la pérdida, en el accidente
fatal que se lleva la vida de los padres de Iván. A la vez, un concurso postal
le elige el mejor inventor de juegos. Entre una situación y la otra, el enredo de
vida que toca al niño comienza a ser reinvención constante, así como habilidad que
le permite desafiar al colegio autoritario, alcanzar el afecto perdido, y
enfrentar al miedo mayor (encarnado por Joseph Fiennes).
Este devenir mezcla los juegos de tablero, que Iván
tan perspicazmente sabe diseñar, con las peripecias que le toca sobrellevar.
Para ello, bien sabrá valerse de la amistad de Anunciación (Megan Charpentier),
niña que vive entre las sombras de este colegio empantanado, y a quien Iván
–llegado el caso– sabrá presentar a sus padres como su “amiga imaginaria”.
Es decir, si lo visto es cierto o consecuencia de
cómo el niño explica su orfandad no será aseveración que la película deba
aportar; de todos modos –acá lo decisivo–, no hay demasiados matices que en el
film permitan ambigüedad, de manera tal que el reencuentro de Iván con sus
padres será feliz. Tampoco es que deba pedírsele una resolución contraria a El inventor de juegos, pero tal vez sea
la precipitación de sus acontecimientos la que culmina por obstruir lo que está
por allí dando vueltas, de manera molesta.
En este sentido, son varios los desafíos visuales que
el film asume, a partir de la novela homónima de Pablo De Santis. No sólo los
resuelve de manera convincente, sino que descubre al cine infantil argentino
posibilidades estéticas de calidad (en el reparto técnico hay figuras técnicas partícipes
en producciones como La invención de Hugo
Cabret y Gravedad). Pero también
es cierto que culmina por aportar una sobreabundancia que hace perder el móvil
de fondo, el nudo afectivo de la cuestión.
De acuerdo con ello, para este cronista el capítulo
mejor de El inventor de juegos es su
episodio segundo, el que da cuenta del encuentro entre Iván y su abuelo (el
gran Edward Asner), en plena República de los Niños de La Plata, remodelada de manera
extraña, como pueblito perdido dentro de un libro troquelado. Allí es cuando,
por fin, los diálogos se prolongan, la acción reposa, el niño come postre, el
abuelo le mira con picardía, los abrazos se prolongan.
Esos momentos de afecto son, justamente, el alma de
la película. A partir de ellos, por fin, puede lograrse una sensibilidad
suficiente. Las más de las veces opacada por una plasmación visual notable, pero
con la que es difícil el logro de un equilibrio justo.
El
inventor de juegos (Argentina/Canadá/Italia/Colombia/Venezuela, 2014) Dirección: Juan Pablo Buscarini. Guión: Juan Pablo Buscarini, Damon Syson, Lucinda Syson, basado en
la novela de Pablo De Santis. Fotografía:
Roman Osin. Música: Keith Power.
Montaje: Austin Andrews. Reparto: David Mazouz, Joseph Fiennes,
Tom Cavanagh, Megan Charpentier, Valentina Lodovini, Alejandro Awada, Edward
Asner. Duración: 111 minutos. Salas:
Monumental, Del Centro, Showcase, Sunstar, Village. 6
(seis) puntos