Del desborde a la armonía documental
De un estilo distinguible, donde proliferan los personajes
estrafalarios, Álex de la
Iglesia tiñe de incorrección todo lo que toca. Un universo de
locos, un mundo de cine, que traza una obra personal. Entre medio, también la
figura de un futbolista. Pero en manos de un director que, de fútbol, nada.
Por Leandro Arteaga
Cruz del Sur, 26/02/2014
Palabras más o menos, ¿qué tiene
que ver Lionel Messi con la filmografía de Álex de la Iglesia? “Te respondo con
total franqueza, esto es un encargo que me ofrece una productora maravillosa
como Mediapro, y me da la oportunidad de desarrollar un documental, algo
absolutamente ajeno al cine que hago habitualmente” responde Álex de la Iglesia a este cronista,
luego de ser declarado Visitante Distinguido de Rosario. “Desde luego, como la
hago yo tendrá, digamos, ‘una impronta’, pero no hay una intención a ese nivel,
no quiero mancharla con mis manías.”
Al espiar –en rodaje– el travelling compuesto por el grupo
familiar, con el eje en la figura del niño Messi, caminando por calle Estado de
Israel, todos mirándole, con cara risueña de futuro… bien debiera recordarse
que se trata del mismo director de Mirindas
asesinas (1991), cuyo cine es, por lo menos, antítesis de tanta “armonía”.
Si de “manías” se trata, mejor
destacar el amor confeso del realizador por el cine de géneros. Terror, humor
negro, suspense, western (spaghetti), policial, con la dosis justa como para
ser indefectiblemente obra de autor. En este sentido, el español tiene una
puesta en escena que le distingue, que le hace discernible. Ése es un merito
mayor, más allá de cuánto gusten sus películas.
Ahora bien, lo también cierto es
que suelen gustar, y sostener diálogos profundos con su contexto. Acción mutante (1993) es, por eso, una
suerte de manifiesto. Los feos al poder o, mejor aún, quiénes se creen los
ricos y bonitos. ¡A por ellos! Con una dosis de ciencia ficción de pacotilla
que es perfecta, por esencial con el asunto del film y sus actos terroristas.
En este sentido, la incorrección política aparece como aspecto de relieve, que
el realizador continuará –con mayor o menor suerte– en su filmografía. Una de
sus cumbres, grotesca, la significa el crucifijo gigante que se desploma
durante El día de la bestia (1995).
Allí, Santiago Segura interpretaba a un satanista (¡José María!) que de música
sabía aunque de anticristos poco y nada, en procura de ayudar al cura en la
piel de Álex Angulo (el Tubular Killer
de Mirindas, también en Acción mutante).
Es decir, el Álex de la Iglesia más disfrutable es
al que se le salta la cadena. Capaz de mantener un ritmo perfecto, de dosis gore gradual, hasta ya no poder
reprimirse. No se trata de una recurrencia dada por el no saber cómo dar
desenlace –algunos comentarios sobre su obra han apuntado en esta dirección–,
sino todo lo contario: ésta es marca de fundamento en su puesta en escena. Así,
vale relacionar los tramos finales de Muertos
de risa (1999), 800 balas (2002),
Crimen ferpecto (2004), Balada triste de trompeta (2010). Variaciones
de una misma búsqueda, donde el arribo al desborde es liberación de un corsé casi
autoimpuesto.
Lo predicho ya lo expone Mirindas asesinas: el rostro loco, de
nervios caídos, de Saturnino García, luego de asistir a la matanza del bar,
luego de haber salvado de milagro su vida. Rostro que tiende un puente con el
de Carlos Areces sobre el final de Balada
triste de trompeta. Se ha atravesado una situación límite para llegar hasta
allí. Si los personajes están quebrados, lo están tanto como el mundo que les rodea.
En este sentido, ¿cuántas películas españolas han retratado a la Guerra Civil y al Generalísimo
Franco con el desparpajo de Balada triste?
Allí también, otra cruz gigante –entre muchas, muchas más– revienta.
Cuando el desparpajo queda en
entredicho es, por oposición, cuando poco se disfruta. Desde este criterio,
pueden encontrar analogía Perdita Durango
(1997) y Los crímenes de Oxford (2008).
La primera esboza un desprejuicio que finalmente no sostiene, y la segunda se
muestra contenida, prolija: igualmente, habrá de celebrarse el plano secuencia
con el que enhebra el aquí y ahora de todos los protagonistas, al momento del
crimen. Un trabajo de relojería.
Como rasgo general, apreciable,
puede señalarse que De la
Iglesia no necesita bajadas de línea, le basta el artificio de
los géneros cinematográficos. Hereda, así, una tradición feliz, en la que el
cine español tuvo una de sus válvulas de escape. Por ejemplo, a través del
terror, desde la tarea ejemplar de realizadores como Chicho Ibáñez Serrador, a
quien el cineasta admira.
A propósito, la puesta al día del
éxito televisivo de I. Serrador, Historias
para no dormir, lo contó entre sus directores con la notable La habitación del niño (2006); mientras
que la reciente La chispa de la vida (2011),
dice De la Iglesia
concebirla como parte de una tríada, compuesta por los capítulos televisivos El asfalto (1966, I. Serrador) –donde
Narciso Ibáñez Menta se hundía ante la vista curiosa de los peatones– y La cabina (1972, Antonio Mercero) –con
temática similar, pero con José Luis López Vázquez atrapado en una cabina
telefónica–. Referencias cruzadas, en última instancia, con Cadenas de roca (Ace in the Hole, 1951)
de Billy Wilder; es decir: una mirada cáustica sobre el mundo mediático pero,
acá el acento incómodo, desde el acuerdo tácito por parte de sus víctimas.
Esto, a recordar, en plena crisis española.
Su último film, Las brujas de Zugarramurdi (2013), le
muestra en estado de gracia, feliz, pleno de cine; pocas veces pudo una película
mostrarse tan misógina y ser tan celebrada (ocho premios Goya). Será porque le
distingue la incorrección que tanto se le admira, acá de nuevo en ebullición
paulatina, finalmente desquiciada.
De su documental sobre Messi no se
sabe ni el título. ¿Qué tiene que ver Messi con su cine?, pensaba este cronista
–conciente de su remera– antes de hablar con el cineasta admirado. “Maravillosa
y suculenta camiseta de El eternauta”,
alabó Álex de la Iglesia. Y
luego: “Una de las razones por las que siempre he querido conocer Argentina es
por (Héctor) Oesterheld. Llevo muchos años intentando hacer esa película.”
Ahora sí. El cierre de nota
promete. Estaría bueno.
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