sábado, 1 de marzo de 2014

Álex de la Iglesia: ¿Eternauta?


Del desborde a la armonía documental


De un estilo distinguible, donde proliferan los personajes estrafalarios, Álex de la Iglesia tiñe de incorrección todo lo que toca. Un universo de locos, un mundo de cine, que traza una obra personal. Entre medio, también la figura de un futbolista. Pero en manos de un director que, de fútbol, nada.

Por Leandro Arteaga
Cruz del Sur, 26/02/2014
 
Palabras más o menos, ¿qué tiene que ver Lionel Messi con la filmografía de Álex de la Iglesia? “Te respondo con total franqueza, esto es un encargo que me ofrece una productora maravillosa como Mediapro, y me da la oportunidad de desarrollar un documental, algo absolutamente ajeno al cine que hago habitualmente” responde Álex de la Iglesia a este cronista, luego de ser declarado Visitante Distinguido de Rosario. “Desde luego, como la hago yo tendrá, digamos, ‘una impronta’, pero no hay una intención a ese nivel, no quiero mancharla con mis manías.”
Al espiar –en rodaje– el travelling compuesto por el grupo familiar, con el eje en la figura del niño Messi, caminando por calle Estado de Israel, todos mirándole, con cara risueña de futuro… bien debiera recordarse que se trata del mismo director de Mirindas asesinas (1991), cuyo cine es, por lo menos, antítesis de tanta “armonía”.
Si de “manías” se trata, mejor destacar el amor confeso del realizador por el cine de géneros. Terror, humor negro, suspense, western (spaghetti), policial, con la dosis justa como para ser indefectiblemente obra de autor. En este sentido, el español tiene una puesta en escena que le distingue, que le hace discernible. Ése es un merito mayor, más allá de cuánto gusten sus películas.
Ahora bien, lo también cierto es que suelen gustar, y sostener diálogos profundos con su contexto. Acción mutante (1993) es, por eso, una suerte de manifiesto. Los feos al poder o, mejor aún, quiénes se creen los ricos y bonitos. ¡A por ellos! Con una dosis de ciencia ficción de pacotilla que es perfecta, por esencial con el asunto del film y sus actos terroristas. En este sentido, la incorrección política aparece como aspecto de relieve, que el realizador continuará –con mayor o menor suerte– en su filmografía. Una de sus cumbres, grotesca, la significa el crucifijo gigante que se desploma durante El día de la bestia (1995). Allí, Santiago Segura interpretaba a un satanista (¡José María!) que de música sabía aunque de anticristos poco y nada, en procura de ayudar al cura en la piel de Álex Angulo (el Tubular Killer de Mirindas, también en Acción mutante).
Es decir, el Álex de la Iglesia más disfrutable es al que se le salta la cadena. Capaz de mantener un ritmo perfecto, de dosis gore gradual, hasta ya no poder reprimirse. No se trata de una recurrencia dada por el no saber cómo dar desenlace –algunos comentarios sobre su obra han apuntado en esta dirección–, sino todo lo contario: ésta es marca de fundamento en su puesta en escena. Así, vale relacionar los tramos finales de Muertos de risa (1999), 800 balas (2002), Crimen ferpecto (2004), Balada triste de trompeta (2010). Variaciones de una misma búsqueda, donde el arribo al desborde es liberación de un corsé casi autoimpuesto.
Lo predicho ya lo expone Mirindas asesinas: el rostro loco, de nervios caídos, de Saturnino García, luego de asistir a la matanza del bar, luego de haber salvado de milagro su vida. Rostro que tiende un puente con el de Carlos Areces sobre el final de Balada triste de trompeta. Se ha atravesado una situación límite para llegar hasta allí. Si los personajes están quebrados, lo están tanto como el mundo que les rodea. En este sentido, ¿cuántas películas españolas han retratado a la Guerra Civil y al Generalísimo Franco con el desparpajo de Balada triste? Allí también, otra cruz gigante –entre muchas, muchas más– revienta.
Cuando el desparpajo queda en entredicho es, por oposición, cuando poco se disfruta. Desde este criterio, pueden encontrar analogía Perdita Durango (1997) y Los crímenes de Oxford (2008). La primera esboza un desprejuicio que finalmente no sostiene, y la segunda se muestra contenida, prolija: igualmente, habrá de celebrarse el plano secuencia con el que enhebra el aquí y ahora de todos los protagonistas, al momento del crimen. Un trabajo de relojería.
Como rasgo general, apreciable, puede señalarse que De la Iglesia no necesita bajadas de línea, le basta el artificio de los géneros cinematográficos. Hereda, así, una tradición feliz, en la que el cine español tuvo una de sus válvulas de escape. Por ejemplo, a través del terror, desde la tarea ejemplar de realizadores como Chicho Ibáñez Serrador, a quien el cineasta admira.
A propósito, la puesta al día del éxito televisivo de I. Serrador, Historias para no dormir, lo contó entre sus directores con la notable La habitación del niño (2006); mientras que la reciente La chispa de la vida (2011), dice De la Iglesia concebirla como parte de una tríada, compuesta por los capítulos televisivos El asfalto (1966, I. Serrador) –donde Narciso Ibáñez Menta se hundía ante la vista curiosa de los peatones– y La cabina (1972, Antonio Mercero) –con temática similar, pero con José Luis López Vázquez atrapado en una cabina telefónica–. Referencias cruzadas, en última instancia, con Cadenas de roca (Ace in the Hole, 1951) de Billy Wilder; es decir: una mirada cáustica sobre el mundo mediático pero, acá el acento incómodo, desde el acuerdo tácito por parte de sus víctimas. Esto, a recordar, en plena crisis española.
Su último film, Las brujas de Zugarramurdi (2013), le muestra en estado de gracia, feliz, pleno de cine; pocas veces pudo una película mostrarse tan misógina y ser tan celebrada (ocho premios Goya). Será porque le distingue la incorrección que tanto se le admira, acá de nuevo en ebullición paulatina, finalmente desquiciada.
De su documental sobre Messi no se sabe ni el título. ¿Qué tiene que ver Messi con su cine?, pensaba este cronista –conciente de su remera– antes de hablar con el cineasta admirado. “Maravillosa y suculenta camiseta de El eternauta”, alabó Álex de la Iglesia. Y luego: “Una de las razones por las que siempre he querido conocer Argentina es por (Héctor) Oesterheld. Llevo muchos años intentando hacer esa película.”
Ahora sí. El cierre de nota promete. Estaría bueno.
 

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