Policía de pocas
ironías
Por Leandro Arteaga
Desde el vamos, hay algo que este RoboCop asume mejor que Tropas de Elite: el modelo narrativo. En
aquel film, su realizador –el brasileño José Padilha- se adentraba a través de
un grupo de tareas parapolicial en territorio de favelas. Un periplo sórdido,
de violencia terrible, que no terminaba por sensibilizar sobre el descalabro
cruel que retrataba. Es decir, un film que se valía de artimañas verosímiles en
el cine estadounidense, en donde la acción puede ser móvil de aventuras y,
cuando es buen cine, lugar reflexivo. Por eso, su Robocop es más adecuada.
En tanto remake,
la virtud de la puesta al día de Padilha está en el diálogo que establece con
muchas de las alertas presentes en el film original (1987), de Paul Verhoeven.
Se habla de drones así como de una
inminente –el “futuro” del film es bien inmediato- vigilancia robótica urbana.
Lo notable es cómo lo expuesto guarda diferencias mínimas con el acontecer
actual, con cámaras de vigilancia ciudadana, cuyas imágenes digitales son
fuente de datos primordial para el accionar de este nuevo poli-robot, muy
semejante a Juez Dredd, el otro
poli-juez –también norteamericano- de la historieta inglesa.
Este RoboCop
anuda varias cuestiones ligadas al crimen y castigo: gobierno, policía,
empresas. El más importante de estos actores: los medios. Con un
showman/periodista que es síntesis
perfecta de tantos. Que sea negro (Samuel Jackson) no deja de ser un guiño
irónico a los tiempos de Obama. Peor aún cuando lo que exprese sea la mirada
más reaccionaria.
Pero en este entramado hay una intención que culmina
por ser didáctica. Algo de ello, vaya a saberse, tendrá que ver con su
calificación atenuada –mayores de 13 años–, lo que obligaría, por un lado, a un
ejercicio de violencia contenido y, por otro, a explicar en demasía de lo que
se habla. Mientras Verhoeven fuera tan visceral –nada explicativo- como para
provocar escándalos todavía presentes.
La violencia del film es, por momentos, de hipnosis.
Aceleración digital, precisión de tiro, luz estroboscópica, tomas subjetivas,
muertes por cantidad. Si son máquinas o humanos poco importa; es éste otro de
los aciertos del film, al tocar una fibra sensible a estos tiempos, donde la
diversión de algunos video-juegos consiste en disparar a cuerpos –soldados,
zombies, lo que sea- a los que prolongar su agonía.
Hay algunos buenos momentos. En particular, el
consistente en el atentado al policía con la bomba en el automóvil, a la puerta
de la casa familiar. Reminiscente del de Glenn Ford en Los sobornados (1953), de Fritz Lang. En ambos casos, antihéroes
que deberán hacer un camino propio para sortear la corrupción inserta en la
misma policía. Algo noir, en última
instancia, anida en este nuevo RoboCop.
De todos modos, mientras Lang destrozaba –para siempre– el modelo de familia
feliz, a RoboCop le espera alguna
especie de redención donde, pese a ser un puñado de órganos, reunirse otra vez
con su hijo. ¡Y su esposa!
RoboCop
(EE.UU.,
2014)
Dirección:
José Padilha. Guión:
Joshua Zetumer. Fotografía:
Lula Carvalho. Música:
Pedro Bromfman. Montaje:
Peter McNulty, Daniel Rezende. Intérpretes: Joel Kinnaman, Gary Oldman, Michael
Keaton, Abbie Cornish, Jackie Earle Haley. Duración:
108 minutos.
Salas:
Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
6 (seis) puntos
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