Mucho más que
una película de esclavos
Algo más
turbio que la historia que retrata es lo que se respira en 12 años de esclavitud. Un mismo malestar ya presente en los
títulos previos del realizador. Lograr momentos límite, casi insoportables,
como manera de caer en lo insondable.
Rosario/12, 10/02/2014
Seguramente, 12
años de esclavitud deba lidiar con la mirada torva que sus nominaciones al
Oscar (nueve) concitan. A su vez, inevitable, con la corrección política que
caracteriza al premio. Ni qué decir de la incidencia directa de la
Casa Blanca: Michelle Obama fue la encargada
de entregar el Oscar 2013 a Argo, de
Ben Affleck. El panorama de Hollywood nunca fue tan pobre. Si 12 años de esclavitud gana su premio,
poco interesa al autor de esta nota. El Oscar es irrelevante desde hace tiempo,
tanto como hoy lo es Hollywood.
Más interesa pensar por dónde pasan las
preocupaciones de su realizador, el inglés Steve McQueen, cuyos films previos
permiten completar una mirada autoral: Hunger
(2008), Shame (2011). Los dos con
protagónicos insustituibles de Michael Fassbender; en el primer caso, desde la
caracterización de Bobby Sands, integrante del IRA fallecido en la prisión de
Maze, a partir de una huelga de hambre; en el segundo, a través de una de las
mejores caracterizaciones que el último cine ha dado sobre la alienación en la
gran ciudad (con Carey Mulligan interpretando la versión más triste de “New
York, New York”).
Ambos, un tour
de force que sumerge al espectador en una dolencia aparentemente física. Es
decir, McQueen propone momentos explícitos, a veces terribles, donde los
cuerpos culminan por llegar al límite. Una vez allí, la percepción ya es otra,
se arriba a algo distingo, casi sonámbulo, de dolencia espiritual. No porque
ésta aparezca una vez alcanzado este umbral, sino porque es allí cuando
finalmente puede percibirse que el drama ha sido siempre esencial, profundo. El
dolor, por eso, como calvario. Cuya exposición no es laudatoria, sino de
denuncia; esto es: el mecanismo del dolor como justificación que la sociedad
encuentra para sí, ritualizado de maneras simbólicas y religiosas. El cine,
otra de estas expresiones, acusa recibo y plasma la violencia física. Pero el
cometido es otro.
Lo predicho replica en 12 años de esclavitud, film que no sólo vuelve sobre tales
temáticas, sino que encuentra su móvil en otro personaje cierto: Solomon
Northup (Chiwetel Ejiofor), ciudadano del estado de Nueva York que fuera
secuestrado y vendido a plantaciones sureñas, años antes de la Guerra Civil. Más allá del
relato histórico, sintetizable en una sinopsis, lo que inquieta del film es la
manera a través de la cual encuentra allí su fundamento. Y lo que expone no es
ninguna lección de manual –algo que, de todas maneras, fácilmente podría
también extraerse y reprochársele al film- sino un descenso hacia la oscuridad,
hacia lo bajo, amparada en la direccionalidad misma que la relación norte-sur
señala. Abismarse, en una palabra. Y tratar de encontrar, antes que una
respuesta, la pregunta: ¿la violencia es evitable?
Por ello, además de ser un film sobre el esclavismo,
12 años de esclavitud es una película
que refiere preocupaciones temáticas, distinguibles en su director. Allí es
donde importa la propuesta, preocupada por algo mucho más profundo, que culmina
por exceder el tema que retrata: cuando se alcanzan los momentos límite, cuando
ya no queda por ver más que la carne desgarrada por el látigo. Imagen que el
film expone y que podría confundirse con gratuidad, pero nada de esto hay en la
película sino, antes bien, una confluencia de situaciones, de posibilidades de
montaje, que obligan al paso último. Luego de ello, ya no habrá más que ver
porque, de lo contrario, no sólo habría gratuidad sino también obscenidad. En
este sentido, fue curiosa la animadversión que, en su momento, provocara el
desnudo frontal de Fassbender en Shame,
cuando el film sucedía, precisamente, de manera vasta –nunca particular-, con
conciencia de su totalidad, de su montaje.
En el caso de 12
años de esclavitud se asiste a un despojo progresivo, de movimiento alternado.
Progresivo en el sentido del ir dejando atrás lo que ya no es (libertad, ciudad,
familia, vivienda, afecto, música), alternado en cuanto a la imbricación
narrativa que del montaje resulta: Solomon inicia a los ojos del espectador como
esclavo y no como hombre libre. Éste no es un detalle menor, sino una decisión:
la postal de los negros esclavizados –Solomon entre ellos, el espectador lo
reconocerá luego-, con la voz del hombre blanco como sonido primero. Así
comienza el film, luego habrá tiempo para desandar lo visto y explicar cómo se
llegó hasta allí. Lo que implica un desafío: el grupo de esclavos –de negros
amontonados- no escandaliza, así como a nadie interesa distinguir sus rostros.
La película, entonces, es una propuesta compleja.
Ahora bien, allí cuando ya no se pueda retratar lo
que subyace entre tanto desprecio, lectura bíblica, sistema económico, guerra
incipiente, aparecen las palabras. Quizás algo evidentes, pero suficientes: el
cruel amo de la plantación (Fassbender) –punto último en una escalada que
incluye a otros, más o menos benévolos, pero todos engranajes concientes de un
sistema perverso- culmina por azotar a su esclava dilecta, mientras Solomon le
reprocha el pecado cometido. La respuesta de Fassbender es perfecta: nada de
pecado, “con mi propiedad puedo hacer lo que quiera”.
12
años de esclavitud
(12
Years a Slave)
EE.UU./Reino
Unido, 2013. Dirección: Steve McQueen. Guion: John Ridley, basado en el libro de Solomon Northup. Fotografía: Sean Bobbitt. Montaje: Joe Walker. Música: Hans Zimmer. Reparto: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch, Paul
Giamatti, Paul Dano, Lupita Nyong'o, Sarah Paulson, Brad Pitt. Duración: 134 minutos.
Salas:
Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
8
(ocho) puntos
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