sábado, 16 de octubre de 2010

Predators (2010, Nimród Antal)


Infierno en el planeta Darwin


Predators
EEUU, 2010. Dirección: Nimród Antal. Guión: Alex Litvak, Michael Finch. Fotografía: Gyula Pados. Música: John Debney. Montaje: Dan Zimmerman. Intérpretes: Adrien Brody, Topher Grace, Alice Braga, Walton Goggins, Oleg Taktarov. Duración: 107 minutos.


Por Diego Barcia



Después de las prescindibles spin-offs y a la vez crossovers en el universo de Alien y de Predator, el hombre-orquesta Robert Rodríguez resucita, en calidad de productor, dignamente a la franquicia de los Depredadores. La misma que surgiera como un vehículo de acción para Schwarzenegger en 1987, y que tuviera una muy buena pero poco recordada secuela de S. Hopkins en 1990, cuyo fracaso en la taquilla fuera el principio de un largo sueño en el cajón de algún ejecutivo.
Paul W. S. Anderson, el mismo de la seguidilla de Resident Evil (o de la lamentable remake Death Race, 2008) hizo con Alien vs. Predator (2004) una mezcla bastante olvidable, por debajo del promedio de las series. La fórmula “monstruo vs. monstruo” siempre expresó en alguna medida el agotamiento temático. Que, por otra parte, ya se empezaba a dejar ver en Alien: Resurrection de J. P. Jeunet (1997). Por suerte Predators (cuyo título alude a la Aliens de James Cameron, segunda parte de la serie) tal vez signifique que los desprendimientos de estos personajes cesen de inmiscuirse en la continuidad de sus líneas ficcionales. A AvP le siguió Aliens vs. Predator: Requiem (2008), que haciendo gala del último recurso creó un híbrido entre las dos criaturas, emulando a la cuarta y última parte de Jeunet, en la que los genes de hombres y aliens se entrecruzaban pero, al menos, no resultaban en un puro efectismo visual.
Esta entrega es una especie de reboot o ‘relanzamiento’, porque ignora tanto las mezclas con Alien así como la secuela de la película original. Hay una referencia directa al blockbuster de “Arnie” y el canon que establece Rodríguez se construye sobre éste, solamente. Es una lástima que la película de Hopkins resulte excluida. (Su peor defecto: una especie de estereotipo racista sobre los “latinos”, a pesar de que su héroe principal era negro. Los tiempos cambian). Si bien la película se presenta como perteneciente a ese pseudo-género “de acción”, y no es innovadora, amplía los horizontes de sus predecesoras al aprovechar al máximo una buena idea de Rodríguez: ambientar la historia en un extraño planeta selvático, usado por los alienígenas enmascarados para el entrenamiento militar y el desollamiento de humanos “por deporte”.
Obviamente esto lleva a la carnicería rayana con el horror. Con aire a “serie B” en tiempos de Predator 2… hoy convertida en el estándar. Esta nueva parte lo cumple con logradas secuencias de persecución. El componente fantástico aporta lo suyo, aunque no presenta elementos desconocidos hasta ahora, excepto algún que otro animalito doméstico utilizado para la caza. (Por suerte no hay más que esto, ya que no quisiéramos ver alguna cruza supuestamente novedosa entre Arnold Schwarzenegger, un Alien y un Predator en la forma de un torso musculoso con una cabeza ovalada, con ácido como sangre, que fuma puros, se hace invisible y despide cada tiro con un “hasta la vista, baby”). Tanto es así que, en realidad, la criatura el Depredador es introducida como si se tratara de la primera vez. Acaso los guionistas tenían en mente a un público que no conocería (por edad u otros motivos extra-cinematográficos) los filmes de McTiernan y Hopkins.
El mérito consiste en que no se trata sólo de una lucha continua y sin respiros, sino también de un marco definido por una historia, lo que significa escenas con diálogos extensos, y la oportunidad para los actores de delinear sus personajes (mención aparte a la breve incursión de Laurence Fishburne). Por lo menos los diferentes caracteres tienen una razón de ser, un desenvolvimiento(frecuentemente imprevisto) y un sentido que redondea el sangriento hilo principal. Aquel que, como siempre en la buena ciencia-ficción, nos remite a la razón de ser de una otredad siempre inquietante: ¿somos, en realidad, tan diferentes al monstruo?
Las razones por las que estos protagonistas (liderados por el personaje de Adrien Brody) son raptados en la Tierra y lanzados a este horrible y despiadado laberinto de muerte se resumen en una sola línea, la que pronuncia Danny “Machete” Trejo: “Estamos en el infierno”. Muchas de las tácticas militares de las que son víctimas provienen de las guerras sucias que ellos practican en sus barrios. Son mercenarios, soldados, asesinos y mafiosos de las tríadas asiáticas. Cada uno a su manera se verá obligado a enfrentar al Depredador a través de una elección: seguir el juego hasta el final y ser moldeados a su imagen y semejanza, o tener la posibilidad de efectuar un mínimo acto de libertad más allá de la ley de la selva, para poder así recuperar su humanidad.
“Nosotros somos los depredadores” es uno de los dichos de Alice Braga, la única que sabe de antemano la calidad del peligro, la que está destinada a plantearle al resto la duda sobre la supervivencia a cualquier precio. El camino no podrá evitar las traiciones, puesto que los Depredadores no son las meras bestias ciegas de destrucción como el increíble organismo ‘biomecánico’ imaginado por H. R. Giger. No, ellos conocen un poco más la naturaleza de su presa.

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