miércoles, 15 de septiembre de 2010

Víctor Gaviria, unas palabras para él.


Un cine por entre las grietas



Por estos días, y hasta el 19/09, el realizador y poeta colombiano Víctor Gaviria nos visita en Rosario, en calidad de Jurado del FLVR. Su presencia es un regalo. Y el texto que sigue, como muestra de agradecimiento, ha sido redactado para el periódico del Festival de Video.

Por Leandro Arteaga

Podría comenzar desde cualquiera de sus films. Pero dada la circunstancia feliz de haber conocido personalmente a Víctor Gaviria, nada mejor que intentar recordarlo con palabras. De todas maneras, creo, tal ejercicio no podría -ni debería- enmarcarse por fuera de su cine. Porque Gaviria, así como sus películas, habla como si de un susurro se tratase. Su voz es cálida, la cordialidad es inminente. Los adjetivos van sin dificultad hacia su cine también, y desde allí de nuevo hacia él.
Pude conocerlo en el Festival de Poesía de Rosario 2009. Una charla abierta con el público, en la sala del querido Cine Club Rosario. Su voz amiga subrayaba a los asistentes: “No olvidemos que el cine es poesía en imágenes”. Su cine y sus palabras amalgaman una misma mirada, de afecto, y de crítica que punza.
Rodrigo D: No futuro (1990) y La vendedora de rosas (1998) son films marginales por componerse de personajes marginados. Niños que están a la vuelta de la esquina, allí donde la mirada cotidiana los vuelve adornos de sus paseos acostumbrados. La cámara de Gaviria, en tanto, les da voz. Les permite hablar y decir los gritos que sus film nos proponen. No significa ello que la violencia de la situación, aunque poética, se desvanezca. Tampoco se aligera. Está allí, intacta. En los rostros de niños y de adolescentes. Algunos viven sus vidas, actuales, en cárceles. Otros ya no la viven más, consumidos por la violencia, las armas, la droga, que pueblan las calles de Colombia, de Argentina, de Latinoamérica.
Para el espectador es un efecto difícil. Porque el cine “hace pensar en los fantasmas, en los crueles y malditos hechiceros que sumergen en el sueño a ciudades enteras, tanto que creeríamos estar presenciando una broma pesada de Merlín: él es quien ha embrujado una calle entera de París”, dice Máximo Gorki. Y si bien aquí se trata de Medellín, son los rostros fantasmas de los sin voz –muchos ya ausentes- los que reanudan y nos recuerdan su peregrinar errante. De desposeídos. Síntesis de tantos más, de muchísimos. Es la cámara mágica del realizador la que nos actualiza sus historias, las que nos embriaga con sus penas, tan ciertas –seguramente más- que las nuestras.
Recuerdo de La vendedora de rosas –film que pudo verse en un lejano Festival de Cine Independiente en Rosario- la reacción del público ante la dificultad que imponía la comprensión del habla. Un decir colombiano rápido, de contracciones. Dificultad que, pensándolo bien, no debiera ser tan rara, más aún cuando es la misma que aparece ante marginalidades más cercanas, también provistas de palabras y de jergas que nada tienen que ver con la cotidianeidad del espectador de cine. En otras palabras, mientras la pantalla del televisor nos dispara con su estupidez amarillista y condenatoria, la pantalla de Gaviria nos sumerge allí: a la vuelta de la esquina, decíamos.
Quizá La vendedora… sea su película más poética –es la que más me gusta-, atenta a permitir imágenes para los sueños de pegamento infantiles, para la ausencia de brazos de madres, a las apariciones de vírgenes milagrosas. Vínculo que nos lleva a su anterior Rodrigo D: No futuro. Título que es, a la vez, estela que recorre el espíritu fílmico de Gaviria. Sentencia que acompaña el recorrido de sus personajes, destinados a perecer en el olvido. La cámara del realizador nos los rescata y muestra y recuerda. Las rosas, la música, los niños, los adolescentes.
Los barrios de estos films, viene al caso agregar, no son pinturas exóticas. Las luces coloridas destellan gracia, autenticidad. Así como las paredes raídas. No hay mirada de tarjeta postal. No podría haberla. (El cine de Gaviria me recuerda un relato de Ray Bradbury en el que el inquilino mexicano impedía al fotógrafo de moda utilizar para su beneficio icónico las grietas de su casa de tantos años. “Esa grieta es mía” le gritaba el mexicano, ante la mirada azorada de la modelo de pestañas largas. Los films de Gaviria son partes de esas grietas.)
En Sumas y restas (2005) asistimos a la mecánica cuántica de los beneficios y de las pérdidas, de los amigos más y menos importantes. Las calumnias, en suma, de un mismo sistema económico. La posibilidad de comercio con la droga aparece como lugar de florecimiento social para el padre cansado. Una marea de vértigo le inundará las fosas nasales, haciéndole ascender a través de su nariz hacia mejores vectores sociales, mientras hunde en su no futuro de pegamento barato a los de siempre.
Rodrigo D: No futuro y La vendedora de rosas formaron parte de la Selección Oficial para la Palma de Oro del Festival de Cannes. Sumas y restas participó en el Festival de San Sebastián. Más la lista notable de premios internacionales que Víctor Gaviria ha obtenido por su obra. Por si fuera poco, integra en esta edición del Festival Latinoamericano de Video Rosario el Jurado de Premiación. Y lo mejor de todo –debo egoístamente decir- es que ya me veo compartiendo otra cena con él, hablando de lo mucho que nos gusta el cine.

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