Un libro que es declaración de cariño
François Truffaut
Luis García Gil
Colección Signo e Imagen #78
Cátedra (Madrid)
2009
El libro de Luis García Gil se estructura desde una primera parte pasional, cinéfila, de diálogo entre los films de François Truffaut, sin necesidad de cronología, junto con la propia vida del cineasta, el cine y la literatura como elementos intercambiables (es éste, de hecho, el rasgo de todo el libro). Un cruce de referencias que es, a su vez, imbricación afectiva de parte de quien lo escribe.
Esta primera parte sobresale por su carácter de ensayo, de subrayado emocional, destila calidad literaria y -si bien juego de palabras- calidez. Es un texto que abriga, que invita al cine (al de Truffaut y al de tantos más), que nos invade de ganas de ver y de rever. Así como para Truffaut era imposible pensarse sin la literatura, sin el cine, es ese mismo parecer el que atraviesa la escritura del propio García Gil: se nota que le sucede lo mismo al autor, rasgo de escritura que, por declaración vivencial, contagia al que lee.
Pero, sin dudas, poco podría hablarse del cine de Truffaut si no se compartiesen tales características. El apego de García Gil hacia Truffaut se traduce en declaración de cariño, de admiración, y de juego crítico. Porque el autor no vacilará en atender a los rasgos que no le satisfagan de la filmografía del cineasta. A partir de allí puede pensarse también, y desde un seguimiento más puntilloso, la segunda parte del libro.
Este gran segundo capítulo se detiene en los films de Truffaut desde la línea de tiempo, las anécdotas de vida y de rodaje, las idas y vueltas entre la biografía de vida y la de los films. Tal vez la lectura pierda algo de la espontaneidad primera, pero gana en calidad informativa y en saber contextual. De esta manera, el Truffaut de García Gil adquiere equilibrio, saber, y parecer artístico.
A lo largo de las páginas asomarán las distintas facetas de Truffaut: el crítico joven y polémico, el cineasta de vanguardia, la literatura y su influjo redentor, la figura insustituible de André Bazin, el alter-ego de nombre Antoine Doinel o Jean Pierre Léaud, el homenaje a las mujeres (o la conformación de la mujer truffautiana), más el ir y venir aludido entre literatura, cine y vida.
La lectura del libro de García Gil es querer el cine de Truffaut, es amar la experiencia lectora. Mas allá de si el autor se lo propusiese, su libro despide un efecto poético que, como tal, resulta profundamente pasional. No queda afectado, por ello, el juicio crítico sino que, dado el caso, se vuelve más creíble. Más lo que significa el complemento del prólogo de Homero Alsina Thevenet, otro nombre para el afecto y el saber cinematográfico. Palabras póstumas que nos permiten, también, una llama de vela para su recuerdo.
En función de ello, resaltar que los mejores films de Truffaut según el autor son Las dos inglesas y el amor (1971) y La habitación verde (1978). Películas plenas de melancolía y de amores contrariados, con el ejercicio del recuerdo como fundamento humano. Sólo alguien como Truffaut, que desbordó su cine con su propia vida (o viceversa), podía filmar La habitación verde. Obra maestra inclasificable, que se agiganta con el tiempo, que se vuelve símil de vela para la admiración y el recuerdo con cada proyección que le concedemos. Fuego que abrasa de amor, lejos de la inquisición denunciada en los bomberos de Fahrenheit 451 (1966).
Cuidar el fuego del recuerdo. Tal vez allí pueda encontrarse una de las maneras mejores para pensar y vivir el cine de François Truffaut.
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