Cuando el cine es más armonioso que la vida
Con una escritura apasionada y cinéfila, el libro del poeta español Luis García Gil, recorre la vida y películas de François Truffaut desde el cariño y el homenaje.
para Emilio Bellon,
con afecto
Surgido de la Nouvelle Vague, movimiento de vanguardistas cinéfilos cuyos ecos aún se sostienen, el realizador francés François Truffaut (1932-1984) tal vez encarne mejor que nadie el amor por el cine, la vida, la literatura. No hay manera de adentrarse en alguno de estos rasgos sin encontrarse con los demás.
Dentro de la Colección Signo e Imagen, Editorial Cátedra (Madrid) ha dedicado recientemente uno de sus títulos a su vida y obra, a partir de la pluma de Luis García Gil, poeta y ensayista gaditano, autor también de Serrat, canción a canción (Alpha Text, Bs. As., 2006). “Se trata de una pasión puesta por escrito”, comenta el autor. “Desde que en mi adolescencia vi Los cuatrocientos golpes creo que quise investigar y profundizar sobre el cine de Truffaut. Por otra parte, también quise que el libro fuera una reivindicación.”
-Primero decirle que, en España, se vive una cinefilia que nos provoca cierta envida, su libro es el número 78 en la colección Signo e Imagen, de Cátedra.
-Sí, esta colección, que ya es un clásico, en España se encuentra muy aceitada y madurada, y es un placer para mí haber participado en ella.
-El cariño y amor que le dedica a Truffaut se perciben en las páginas, al tiempo que delinea una personalidad compleja, que no ha dejado de generar controversias.
-Quizá el año en que yo nací, 1974, hace que tenga una perspectiva diferente. Tengo la sensación, que he confirmado por varias vías, de que a Truffaut le han traicionado sus propios amigos de generación y, en cuanto al cine, los compañeros de travesía. Se puede decir que hay gente, espectadores, que se vieron marcados por el cine de Truffaut durante los años ’60, tal vez en menor medida en los ’70, y que hoy día dicen que su cine ha “envejecido mal” y que traicionó los principios de la Nouvelle Vague y los que, de alguna forma, había defendido como crítico, pero yo estoy en completo desacuerdo con ellos. Creo que Truffaut fue un director de cine apasionado, que vivió y amó al cine tanto como amó la vida. Él decía que las películas eran más armoniosas que la vida, y toda esa personalidad poética y apasionada fluye con enorme precisión en su cine. Por tanto, para mí el cine de Truffaut es un cine personal desde Los cuatrocientos golpes hasta Vivamente el domingo (Confidenciamente tuya en Arg.). Desde luego que hay altibajos en su obra, pero no suelo distinguir unas películas de otras, no creo que se traicionara, sino que siempre quiso hacer un cine personal, un cine de sentimientos, un cine romántico. Es por todo eso que de mi parte hay una visión de reivindicación del cineasta François Truffaut. Que su cine hoy todavía provoque demasiados prejuicios quizá se deba al hecho de proceder de un movimiento “rompedor” como la Nouvelle Vague, como si Truffaut hubiese tenido la obligación de hacer un tipo de cine parecido al de Jean-Luc Godard; afortunadamente Truffaut era un cineasta diferente, que nunca pretendió hacer “de Godard” si bien, aclaro, Godard me encanta.
-El rasgo poético de Truffaut quizá sea uno de los aspectos cuya ausencia más se percibe en el cine actual.
-Sí, totalmente. Y no sólo el rasgo poético, sino la cinefilia militante que Truffaut profesaba. Hoy, los directores de cine jóvenes prácticamente no reconocen a sus maestros. Antes de hacerse cineasta, Tuffaut tuvo una formación realmente importante como espectador, él podía llegar a ver una película quince o veinte veces. Esa cinefilia, esa salvación por el arte, creo que marca perfectamente su personalidad, que es lo que luego va a marcar evidentemente a todas sus películas. El cine de Truffaut deja bien en claro cuáles son sus maestros, cuáles son los cineastas de los que ha bebido y admira, y creo que en ese sentido, es un cineasta ejemplar, así como también en lo que a reivindicar la literatura se refiere, ya que era alguien que amaba profundamente los libros. Dado el apabullante dominio audiovisual que vivimos, es más que significativo que un cineasta se haya preocupado por reivindicar el valor de los libros.
-Lo que nos lleva a Fahrenheit 451, su versión del libro de Ray Bradbury, donde nos repite la necesidad de los “hombres-libros”.
-La novela de Bradbury tiene plena actualidad. Hoy día pareciera que la literatura tiene que continuamente reivindicarse. Aquí, en España, es cada vez más complicado que la gente lea, sobre todo a partir de una televisión lamentable, que contribuye muy poco al enriquecimiento cultural. Por eso la pertinencia de una novela como la de Bradbury, y que Truffaut hace suya desde un deseo de reflejarse en ella. Y sin duda lo consiguió. Aunque tal vez sea una película fallida dentro de su filmografía, es perfectamente definitoria de su estilo y de su personalidad.
-Es maravilloso contemplar la pasión por el cine y la literatura confundidos, a su vez, con la propia vida del cineasta.
-Truffaut podría haber terminado seguramente delinquiendo, su vida realmente pintaba mal. Otros compañeros de generación de la Nouvelle Vague han referido que para ellos siempre había una salida, es decir, si Chabrol, Rohmer o Godard no hubiesen triunfado en el cine, pues se hubiesen dedicado a otra cosa, hubiesen vuelto al negocio familiar o a la cátedra en la Universidad como profesores, pero a Truffaut no le quedaba otra que pensar en el cine; era el cine o el fracaso más absoluto. Entonces, esa vertiente de Truffaut a la que salva el arte no es fruto del mito o de la literatura, sino fruto de la realidad. A Truffaut el arte le hace ser mejor persona, y encuentra en el cine una respuesta que muchas veces no halló en la vida. Cuando vemos una película como Las dos inglesas y el amor, en la que él mismo había comentado que había dejado todo de sí mismo, estamos viendo al mismo tiempo la ruptura sentimental que tuvo con Catherine Deneuve, que le llevó a estar internado y a un periodo de depresión bastante fuerte. Quiero decir, Truffaut hace películas, en cierta manera, como una forma de explicar la propia vida. Por otra parte, siempre se ha querido diferenciar, digamos, el ciclo de películas, por ejemplo, de Antoine Doinel de otra serie de películas, llamémoslas, más impersonales como la que suele constituir la “serie negra” (Disparen contra el pianista, La novia vestía de negro) de Truffaut. Pero yo creo que no. Ya Dominique Fanne en los años ‘70 se encargó de demostrar cómo en todo el cine de Truffaut hay una correspondencia, donde cada película está ligada de alguna forma con la anterior. Cada proyecto que Truffaut está realizando le lleva inmediatamente a pensar en otra serie de proyectos paralelos, todos con una enorme coherencia a lo largo de su filmografía. Todo su cine es fruto de su personalidad, incluso aquellas películas aparentemente más impersonales como, por ejemplo, Una chica tan decente como yo (Una joven linda como yo en Arg.), protagonizada por Bernadette Laffonte, que probablemente sea la más endeble de Truffaut, pero donde es hermoso encontrar elementos muy particulares, muy sensoriales, y que tienen que ver con su mejor cine. Todo parece encajar perfectamente en el universo tan personal del realizador, en el que cada película tiene una correspondencia enorme con la anterior.
-Así como en La habitación verde, film que usted no se cansa de alabar en su libro, que este diálogo sea una suerte de vela prendida a la memoria de Truffaut.
-Para mí es una de sus obras maestras, muy complicada por ser una película que habla de la muerte. De alguna forma, es la reivindicación de que los seres humanos no deben olvidar a sus muertos. Es una película testamentaria, donde parece que Truffaut está adivinando su propia muerte. Él era un hombre, sabemos, de salud frágil, por lo que no es extraño que encontrara, en este caso, en Henry James una manera de reflejar en un espejo propio su debilidad como hombre. En todos los fotogramas de esta película admirable, fotografiada por Néstor Almendros, estamos viendo este homenaje particular de Truffaut a sus propios muertos, a la gente que él admira: por eso están André Bazin, Oscar Wilde, Jean Cocteau. Toda esta gente aparece al final de la película, en ese santuario, de una manera sumamente emotiva.
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en Linterna Mágica (04/12/2009)
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