Otra lista de películas para recordar y atesorar
El año nos ofrece cada vez menos estrenos comerciales. Los circuitos de exhibición se han diversificado. Pero, de todos modos, siempre habrá títulos para querer.
Por una cuestión impulsiva, favoritista, considero fundamentales tres títulos: La cuestión humana, La escafandra y la mariposa, Un secreto. El vínculo lo permite su actor –Mathieu Amalric, villano en la última Bond-, acorde desde su interpretación con el tono dramático de cada uno de los films. Admirables, plenos de sensibilidad. Atentos al rescate de la memoria como herramienta para la construcción personal y social. Sensibles al arte como manera de superación, como modo de trascendencia. Ahora sí puedo reparar en otros films, olvidar también muchos, pero estos tres me resultan, atrevo a decir, compañeros de vida.
Lo mismo me ocurre con La elegida, donde Isabel Coixet nos adentra en ese mundo suyo, de cine sensible, donde el tiempo se altera para dar lugar al sentir. Donde las palabras acarician el relato y descubren otros mundos: sólo humanos, también inexplicables. Donde emerge aquello que nos pone a prueba, que nos autentifica y que asoma, también, en Lejos de ella, de Sarah Polley, con una inolvidable Julie Christie.
Lo lúdico brilla como forma cinematográfica en Yo serví al rey de Inglaterra, de Jirí Menzel. Plena de gracia y talento. Parte de un cine que hoy la cartelera extraña cada vez más. Obra de un autor relevante que nos lleva a recordar, como todos los años, a nuestro querido Woody Allen. El sueño de Cassandra es ejemplo de cómo un movimiento de cámara es principio moral: allí cuando ocurre lo peor, la cámara elige el fuera de campo, dejar a nuestra imaginación lo cruel de un asesinato, altura narrativa que el cine parece olvidar ante tanta tortura gratuita.
Otra vez el nombre de Claude Chabrol impreso en la pantalla. Una mujer partida en dos dio cuenta, como siempre, de un saber hacer cinematográfico inagotable, con una mirada despiadada sobre la decadencia aristócrata de la sociedad francesa.
Hubo también un film soberbio, de aquellos que son capaces de sintetizar todo un siglo, de dar cuenta de un proceder humano, social, bestial y económico. Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson, es sinónimo de Daniel Day-Lewis. Un actor tan gigante como el film. Insustituible, rabioso, infatigable.
Tal vez resulte inédito haber podido disfrutar de los hermanos Coen por dos en un mismo año. Recientemente con Quémese después de leerse. También con Sin lugar para los débiles. Con Tommy Lee Jones en uno de sus mejores momentos. Porque habrá que recordarlo también por La conspiración, donde la trama bélico-policial justifica una bandera norteamericana izada al revés, síntoma de un país en crisis terminal.
Y ya que estamos, vamos a por los géneros. El policial estuvo de parabienes. Los dueños de la noche, con una tensión simétrica que recuerda los buenos tiempos del género. Los reyes de la calle, con guión del gran James Ellroy, de quien vimos con la firma de Brian De Palma, La dalia negra. Desapareció una noche, sorprendentemente dirigida por Ben Affleck. Y el suspenso alla 70’s de El gran golpe, de lo mejor.
Agreguemos Promesas del este, donde Viggo Mortensen ha demostrado, otra vez, ser el rostro adecuado para los fines perversos del director David Cronenberg. También fue parte de la dupla western que propuso Ed Harris con Entre la vida y la muerte. Rasgo arquetípico del género que se reitera, con otra mirada, en la remake del clásico El tren de las 3:10 a Yuma, aquí por medio de Russel Crowe y Christian Bale.
El thriller de histeria familiar que suda Antes que el diablo sepa que estás muerto nos devolvió al realizador Sidney Lumet en plena forma. El actor Philip Seymour Hoffman brilló allí y también en La familia Savage, mirada despiadada sobre un triángulo familiar –hermanos y padre- con la redención suficiente como para encontrar un vínculo, también, con el callejón social de salida forzada, a veces tapiada, que ofrece Tus santos y tus demonios; la participación de Robert Downey Jr. lo sigue ratificando como uno de los mejores talentos que la pantalla ha recuperado.
De los films argentinos, elijo, obstinada y reiterativamente, El nido vacío, de Daniel Burman, con un Oscar Martínez también gigante. Único. Y La cámara oscura, de María Victoria Menis, realizadora, presumo, tan bella como su cine.
Habrá que celebrar que Muerte en un funeral nos haya devuelto la posibilidad de risas compartidas. Porque la prensa no la publicitó. Sólo lo hizo el boca a boca de la gente. Y las salas estuvieron llenas y alegres por casi cuatro meses continuos. Toda una rareza en estos tiempos de estrenos fugaces.
El DVD nos acercó al mundo de Bob Dylan desde la mirada caleidoscópica de I’m Not There, un desglose inspirado del realizador Todd Haynes. Dylan es inmortal. Así como The Rolling Stones a través de la cámara de Martin Scorsese en su Shine a Light, donde pudimos observar cómo Keith Richards aconseja sobre lenguaje audiovisual al director de Taxi Driver.
Por último: me encantó La niebla. También Cloverfield. Y Sweeney Todd. Más El diario de los muertos (¡ésos son zombies!). Junto con el disfrute de Iron-Man, por encima de cualquier otro héroe llevado a la pantalla (y sin los alardes discursivos de la última Batman: The Dark Knight).
Finalmente, dos animaciones. La primera: Persépolis. Sólo la vimos en DVD, pero no ha sido excusa para poder pensarla como la adecuada plasmación de una de las mejores historietas de los últimos tiempos.
Y la mejor de lo mejor: Wall-E. Ternura hecha cine. Sin gritos chirriantes ni histeria hiperkinética. Otra belleza. Casi sin diálogos. Con el encanto necesario como para volverse un clásico inmediato.
sábado, 3 de enero de 2009
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