sábado, 27 de diciembre de 2008

Redbelt (2008), de David Mamet


La artesanía narrativa de Mamet


Cinta roja

(Redbelt)
EE.UU., 2008
Dirección y guión: David Mamet
Fotografía: Robert Elswit
Música: Stephen Endelman.
Montaje: Barbara Tulliver.
Intérpretes: Chiwetel Ejiofor, Alice Braga, Tim Allen, Joe Mantegna, Rodrigo Santoro, Bob Jennings.
Duración: 99 minutos.
Sólo en DVD


Los últimos films de David Mamet –escritor, dramaturgo, guionista y realizador- han conocido estreno sólo en DVD. Es una pena, pero la cantidad de estrenos comerciales no sólo se ha reducido paulatinamente, sino que su calidad está sujeta al interés consumista, palabra ambigua y, por ello, perversa.
Redbelt –que aquí conocemos como Cinta roja- nos devuelve a Mamet realizador, luego de Spartan (2003, aquí titulada Búsqueda desesperada), film de visión ineludible, por lo que significa en cuanto a construcción dramática y por sus implicancias ideológicas: hija de político secuestrada, trata de blancas, milicia heroica, pero, de repente, nada es lo que parece y todo pasa a ser su reverso: visión espejada que -agreguemos de paso- desnuda la hipocresía y fascismo de films temáticamente similares, tales como Búsqueda implacable (Taken, 2007, Pierre Morel) o Sentencia de muerte (Death Sentence, 2008, James Wan), donde se justifican todos y cada uno de los disparos letales de sus protagonistas.
Pero Mamet, maestro narrador que reconoce en Alfred Hitchcock uno de sus referentes, nos vuelve a situar con Redbelt en un callejón sin salida (aparente). Así como ya nos lo propusiera desde Casa de juegos (House of Games, 1987), la situación adquirirá, pausadamente, giros que obliguen al espectador y personaje a volver a pensar lo visto y vivido. En Redbelt asistimos a un pacto de complicidad entre estos dos elementos –el personaje y uno-, puestos en alerta desde el mismo inicio: la prestidigitación nos engañará para creer en lo que hemos visto, situación que, a partir de allí, impregnará todo lo que habrá de suceder.
El cinturón rojo al que el título alude es el más importante dentro de las artes marciales brasileñas conocidas como Jujitsu. Como ha señalado el mismo Mamet: “El jujitsu me intrigó no sólo como arte sino por el mundo que le rodea, la gente a la que atrae. La película es sobre toda esa gente que se entrecruza dentro de ese mundo.”
Y el escenario es Los Angeles, suelo que, por norteamericano, conjuga diversidad y ambigüedad. Dignidad y corrupción. Arte y comercio. Estafas y sinceridad. Dentro de este mundo se mueve Mike (Chiwetel Ejiofor), procurando establecer un nexo entre la prédica del arte marcial y su modo de vida. Hay un torneo de por medio. Hay un actor de cine admirado y decadente. Hay una esposa que reprocha la falta de dinero. Hay una abogada inestable que casi mata un policía. Hay una película sobre la guerra financiada por productores viles. Y hay mundo del espectáculo televisivo para que los contrincantes se golpeen hasta sangrar.
Pero allí cuando todo parece volverse irrespirable, cuando la falta de oxígeno nuble la vista, la respuesta aparece. Lo veraz, lo auténtico, tendrán su lugar, aún cuando nunca sepamos qué es lo que Mike va a decir al micrófono del estadio, aún cuando –estima uno- la situación misma sea una prestidigitación del realizador, capaz de hacer de la justicia dramática la mejor manera de intervención divina.

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