viernes, 19 de diciembre de 2008

Oda a Corto Maltés


Los datos acerca de su pasado son escasos. Casi prófugos. Los retazos indican que sus padres fueron una gitana de Sevilla y un marinero inglés. El escenario para el encuentro: la isla de Malta. El nacimiento: un presunto 10 de julio de 1887.
Su nombre es Corto Maltés y su destino, lejos de familias o patrias contenedoras, siempre se situó en un puerto próximo.
La línea de suerte de su mano izquierda, producto de una cuchilla filosa, es obra suya.
Acompaña sus pantalones blancos y anchos con una chaqueta corta de botones dorados. De su gorra marina asoman patillas y un pequeño aro que cuelga del lóbulo izquierdo. Suele andar descalzo. Y si no sostiene con sus labios un cigarrillo largo, es porque los utiliza para probar las delicias de los vinos locales o el néctar de bocas femeninas.
Tal vez se deba a "la niña de Gibraltar", su madre gitana, pero Corto no cae preso del hechizo del amor. Antes prefiere vivir. Y las brujas, que existen, deciden respetarlo (mientras que en secreto, claro, lo desean).
El profesor Steiner -viejo, filósofo, algo ebrio- supo decirle: "Estoy seguro de que usted, durante las tardes de otoño, se sienta en un banco del parque a soñar".
Pero Corto es reservado. E intuitivo. Su silencio atesora las respuestas.
Aquellas que no dejan de comprometerlo con la Aventura. Con mayúscula.
Porque el maltés es romántico, y confraterniza con las Causas Justas, también con mayúsculas.
En Manchuria conoció a Jack London. En la Patagonia a Butch Cassidy y a Sundance Kid. A bordo del británico Bostonian defendió a un entonces desconocido John Reed -futuro dirigente de la Internacional Comunista-. El proceso legal le costó caro. Y se volvió pirata.
Gracias a ello, el propio Océano Pacífico le dedicará su cariño. Casi como si su vientre fuera el responsable de darle la vida a un naúfrago maniatado.
Las estrofas que componen la balada de este mar salado serán el primer contacto entre el maltés y el lector. Rasputín, Caín, Pandora (oh, bijou!), y un Monje misterioso lo acompañaron en la travesía.

Corto Maltés es también amigo de los cangaçeiros, de la independencia de Irlanda, y de Cush el Guerrero. Huye de Venecia para no ser dependiente de su belleza, mientras baila tango con prostitutas, combate al franquismo, detesta las medallas de honor, y persigue el continente perdido de Mú.
Su mirada lo delata. Los sueños no tienen tiempo ni fronteras.
Corto Maltés, amigo de la vida, alguna vez nos dijiste ser “poco serio para dar consejos, pero demasiado serio como para recibirlos”.
Te llevamos dentro nuestro. Para siempre.


Hugo Pratt, acerca de Corto Maltés

Es mágico cuando estoy solo con él, cuando comienzo a dibujarle y a verle aparecer. Comienzo casi siempre por los ojos porque son el centro de la cabeza, porque me dan la dimensión del resto y, además, porque me miran. Nace, aparece y me dice: “Míranos otra vez juntos, ¿qué hacemos, ahora?”. El juego entre nosotros dos comienza. Diría que es un juego entre amigos, como una partida de póker, no sabe qué preparo y no sabe las cartas que tengo en la mano. En general, siempre es él quien gana la partida; es un jugador profesional y juega bien; es un buen amigo y no quiero jugarle una mala partida.
Pero necesito igualmente ser independiente y no puedo estar unido a Corto Maltés. Tengo algunas veces necesidad de estar lejos de mis mejores amigos o de la mujer que amo, y de separarme también de Corto. Hay períodos de tiempo en los que no nos vemos, como hay también momentos precisos para encontrarnos. Porque no puedes dejarle fuera de juego durante largo tiempo, es necesario hacerle venir en el buen momento.
Por último

Todavía, habrá que señalarlo, se encuentra en librerías de saldo el ejemplar de la Biblioteca Clarín de la Historieta dedicado a Corto Maltés. Allí figuran “La balada del mar salado” (1967) y “Tango... y todo a media luz” (1985), dos de las historias que protagoniza el personaje delineado por Hugo Pratt (1927-1995).
Habrá también que recordar que su compra es inevitable, amigo lector.

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