viernes, 5 de junio de 2020

Narciso Ibáñez Menta


El maestro de todos los miedos

El cine argentino tuvo en Narciso Ibáñez Menta una de sus figuras más importantes, aquí rescatado en tres títulos insoslayables.

Por Leandro Arteaga

Los miedos serían otros sin la figura y obra de Narciso Ibáñez Menta. Actor camaleónico, maestro del maquillaje, capaz de encarnar temores y afectos entrelazados. Su nombre integra una lista de célebres, entre quienes figuran Bela Lugosi, Boris Karloff, Peter Cushing, Vincent Price, Christopher Lee, bajo la guía del mentor Lon Chaney.
Internet mediante, acceder a su obra cinematográfica no es imposible, aun cuando sus proezas televisivas -que detuvieron la respiración de un país entero con producciones como El muñeco maldito o El hombre que volvió de la muerte- agonicen en un olvido próximo, merced al descuido. Ojo, el caso del cine no es distinto. Lo que subsisten son copias maltrechas, que perviven todavía (gracias a voluntariosos) en la red.
De entre ellas, se eligen aquí tres títulos como momentos distintivos en la trayectoria ejemplar de Ibáñez Menta. El primero, Una luz en la ventana (1942) de Manuel Romero, marca el comienzo de su carrera cinematográfica. A partir del guión de Romero, el actor encarna a un enfermo de acromegalia, para cuya caracterización se vale de un maquillaje de invención propia (rasgo inherente a todas las metamorfosis en la carrera del actor). A un chalet sombrío y alejado llega una enfermera (Irma Córdoba), con el fin de cuidar de una anciana paralítica (María Esther Buschiazzo). El hijo de la señora (Ibáñez Menta), un doctor alguna vez célebre, susurra entre las sombras su dolor, con las ganas puestas en curarse a través de un transplante de glándula pituitaria. La dirección fotográfica de Alfredo Traverso es notable -también trabajaría con Carlos Hugo Christensen en títulos como Safó, historia de una pasión y El ángel desnudo- en la creación de una atmósfera acorde con el naciente cine de terror argentino.
Una luz en la ventana está modelada a la manera del cine de monstruos de los estudios norteamericanos Universal –noche, lluvia, caserón lóbrego, científico loco-, pero desde la factoría Lumiton y con Ibáñez Menta como su respuesta local. Un diálogo nada casual permite una ironía, cuando un policía diga que “esas películas de Boris Karloff le están haciendo mucho mal a la gente”, luego de golpear con la cachiporra a Severo Fernández, el comic relief de la película. Así, Romero desliza su mirada urticante sobre el desprecio practicado hacia el género, mientras filma la primera película de terror argentina. Hay que destacar que si bien Ibáñez Menta ya era un actor teatral consumado, es con Manuel Romero con quien encuentra trayectoria de cine, en una relación que continuará con la inmediatamente posterior Historia de crímenes (1942).
Otro título nodal es La bestia debe morir (1952), con dirección de Román Viñoly Barreto. A partir de la novela de Nicholas Blake, Narciso Ibáñez Menta (autor también del guión) encarna al escritor de novelas policiales Félix Lane, desesperado por los deseos de venganza provocados por "la bestia que mató a mi hijo". El asesinato del niño, al ser atropellado por un automovilista anónimo, desencadena no sólo la búsqueda de la bestia, sino también un descenso hacia la parte más oscura del protagonista.

El film inicia en una mansión, durante el almuerzo, cuando el padre de familia (Guillermo Battaglia), tras tomar su medicina, descubre que fue envenenado y muere. Con él se encuentran su madre (Milagros de la Vega), su esposa (Gloria Ferrandiz), su hijastro Ronnie, y su cuñada Linda (Laura Hidalgo). A la ronda de sospechosos que celebra el inspector de policía se sumarán otros tres: un socio de negocios (Nathán Pinzón), su señora (Beba Bidart), y el propio Félix Lane, novio de Linda. En poder de la policía se encuentra el diario personal de Félix, en el que describe, de manera abierta, sus intenciones asesinas. A partir de aquí, la historia apela a los flashbacks, dedicados a explicar la muerte del hijo de Félix, la búsqueda del homicida, y el noviazgo necesario con Linda, cuñada de "la bestia".
El montaje logra que el relato, de manera constante, vuelva sobre sí mismo, entre el tiempo presente y el pasado. De este modo, no será possible saber, hasta el desenlace, si Félix es realmente un asesino vengador. El final, desde ya, es desolador: mientras Félix se aleja mar adentro para morir, el pequeño Ronnie dice a Linda: "Me dijo que te quería".
La tercera película no puede ser sino Obras maestras del terror (1960) de Enrique Carreras. Dos razones son invariables. Una es la progenie de Edgar Allan Poe, al versionar tres de sus relatos: “Los hechos en el caso del Señor Valdemar”, “El tonel de amontillado”, “El corazón delator”. La otra es la tarea conjunta entre Ibáñez Menta y su hijo, “Chicho” Ibáñez Serrador, actor y guionista. En este sentido, la película es consecuente con el éxito televisivo que el actor ya tenía, y presagia el esplendor que Chicho alcanzaría de igual modo en España.

Las caracterizaciones de Ibáñez Menta son una fiesta, pero vale destacar la organización equilibrada del film, consciente del impacto que supone “El corazón delator”. En este sentido, así como ser una película soberbia (sobre la cual no tiene ya interés rubricar quién hizo más, si Narciso o Carreras), hay que señalar que la versión de este cuento está a la altura de las mejores; entre ellas: el cortometraje de Jules Dassin (1941), otro animado y facturado por la UPA (1953), y la historieta genial que hizo Alberto Breccia (en 1975). Y no sólo por la faena del actor, en sintonía con su avaricia y ojo blanco, sino sobre todo por una puesta en escena donde la atmósfera contagia con su humedad y los tic tac constantes (“pequeños corazones que laten y laten”, dice Narciso), entre llaves secretas, rendijas que permiten miradas furtivas, y tablones de madera que esconden dinero. O cadáveres.

No hay comentarios: