Catorce
Fourteen
(EE.UU., 2019). Dirección: Dan Sallitt. Guion y montaje: Dan Sallitt. Fotografía: Chris Messina, Reparto: Tallie Medel, Norma Kuhling, Evan Davis, Willy McGee, Scott Friend, C. Mason Wells. Duración: 94 minutos. Disponible en: PuentesDeCine.com
8 (ocho) puntos

La circulación online ya es costumbre en los estrenos, y el panorama que se abre ofrece alternativas. Éste es el caso de Catorce (Fourteen), la más reciente película del norteamericano Dan Sallitt (Honeymoon, All the Ships at Sea, The Unspeakable Act), disponible en la Sala de Cine Virtual de Puentes de Cine , que organiza la Asociación de Directorxs de Cine PCI.
Catorce tuvo su estreno en la Berlinale y pudo verse en el Festival de Cine de Mar del Plata, junto con el cortometraje Caterina, del mismo director e interpretado por la argentina Agustina Muñoz. Acercarse a su propuesta lo es a un mundo fuertemente personal. El cine de Sallitt no requiere de presupuestos enormes, sus historias están acotadas a lo que internamente sucede con sus personajes. Y estas cuestiones, se sabe, pueden ser extensivas al cine independiente de todo país, aun cuando sean muchos los matices e idiosincrasias que distinguir.
En este sentido, el disfrute de una película como Catorce vuelve cercana la necesidad de un cine urgente, a pesar o a propósito de los vaivenes económicos. En suma, no hay excusa para no hacer cine. Y eso es algo que la película de Sallitt dice de manera inmediata. Pero también se trata de hacer buen cine. Y eso es algo que también ofrece Catorce.
El film se articula a partir de la amistad entre Mara (Tallie Medel) y Jo (Norma Kuhling). Y sucede como si se tratara de un arribo imprevisto en su historia. Catorce podría comenzar de muchas maneras, pero lo hace a partir de un llamado telefónico que interrumpe el trabajo de Mara, quien corre rauda al encuentro de su amiga. Una vez en el departamento de Jo, el diálogo entre ambas comienza a delinearlas. Lo notable es cómo en el hacer y el decir de cada una replican las características de la otra. Como imágenes devueltas que se requieren porque, precisamente, son diferentes.
Mara es quien se preocupa por el trabajo y el estudio, mientras alterna citas, piensa su relación afectiva, y encuentra momentos para escribir. Jo no encuentra un trabajo que la sostenga o contenga, sus parejas rotan, el alcohol y las drogas tal vez la acompañen. Nada hay de subrayado en todo esto por parte de la película, sino que son matices, detalles, que surgen de modo sesgado, mientras construyen cada personaje. Durante el diálogo aludido, hay un plano suficiente: Jo habla sentada en su sofá, mientras el espejo que cuelga detrás captura el reflejo atento de Mara. Plano y contraplano en el mismo encuadre. Las dos, en suma, reunidas y en función de la otra.
Este requerimiento recuerda una película notable de Agnès Varda; en Una canta, otra no (1977) también dos amigas atraviesan, desde sus características e historia personales, un mismo devenir. Sus encuentros ofician como paradas en el camino, como recuentos personales sobre lo hecho y vivido. Hay algo similar en Catorce. Pero el hilo invisible que las une aquí oficia como un llamado de atención permanente. Jo pide ayuda, y Mara la asiste. Así como el film se sumerge en esta relación a la manera de una historia ya en curso, su desarrollo será acorde con esta premisa: la transición entre secuencias oficiará como elipsis a develar. Es decir, la acción parece proseguir normalmente, cuando en verdad pueden haber sucedido meses o años entre una situación y la siguiente. Hay un pulso narrativo sutil en estas soluciones, sin fundidos o diálogos explicativos, sino siempre por corte directo.
En todo caso, se trata de participar de un transcurrir temporal misterioso, el de todos los días, casi lento y sin embargo veloz. El cine puede emularlo y transformarlo. Aquí sin flashbacks ni parlamentos. Sino a la manera de saltos elípticos elegidos. Pero con el eje puesto en Mara. La elección tiene su razón de ser. Si la película inicia con ella y en ella permanece, es porque es Mara quien puede contar. Es ella quien escribe. Quien ordena y organiza con el fin de narrar. Cuando refiere datos sobre lo que ha escrito, devela que detrás de ellos hay una historia real, que alguien le contó. Pero con algún personaje de su invención.
Si es Mara quien escribe, y trabaja y asume ciertas responsabilidades; Jo es quien no consigue un lugar permanente. Si Mara proyecta hacia adelante, Jo vuelve sobre sus pasos. En este sentido, hay una secuencia nodal, la que transcurre en casa de los padres de Jo, donde ella está recluida, en esa habitación de la que quiere volver a huir, como durante su adolescencia. Es perfecto cómo la situación se enhebra en la película, de manera progresiva –desde la lógica causal del relato- y regresiva: porque es aquí donde se pueden atisbar aspectos relativos a lo sucedido en el pasado, sea con Jo pero también con Mara. Filmar un recuerdo tal vez tenga que ver con permanecer en el rostro de quien piensa. Leer entre sus gestos. Escuchar las palabras no dichas.
Pero hay una palabra fundamental, que es también el título de esta película. El “catorce” es un número que puede significar de varias maneras. ¿Ya éramos amigas, no?, pregunta Mara en alusión a ese número, como si recordarse por fuera de Jo ya le resultara imposible. Entre las rememoraciones fragmentadas, se esconden otras cuestiones, que apenas se vislumbran. La vida familiar de Jo parece que no fue nada mágica. Pero esto es apenas sugerido, y de modo oportuno no se explica. En algún momento, eso sí, ella explotará, en casa de Mara y en un horario inoportuno, que culminará por alterar la calma tensa entre Mara y su pareja. Tampoco Mara, vale destacar, tiene nada seguro.
Hay que dejarse llevar por el encanto dialogado de Catorce (Eric Rohmer ha sido señalado por Sallitt como una de sus influencias), por sus actuaciones y diálogos ajustados. Y reparar en el cuento que Mara le narra a su hija, protagonizado por alguien de nombre Jo. Otra vez el salto al pasado. El cuento permite el vínculo con la niña y la rememoración de un hecho remoto y esencial en la vida de Mara. A su vez, está filmado en un plano secuencia, lo que permite disfrutar de las reacciones de la niña, de sus gestos y preguntas. Allí hay algo de lo espontáneo que dice también sobre esas personas que se sitúan ante la cámara y se disponen a compartir una recreación: la actriz que interpreta a Mara, y la niña que se sabe filmada pero lo olvida, porque se encanta ante la historia de la madre (o de quien actúa como tal).
A ella, a esta niña, la madre le hablará de la muerte. Y de que morir es algo importante.