El presente es por lo que ha sido
El documental de Federico Actis indaga en la
historia de un edificio y su ciudad. De centro clandestino a espacio de
memoria. Un laberinto complejo, en una película que construye mientras pregunta.
La arquitectura del crimen
(Argentina, 2016)
Subsecretaría
de Producciones e Industrias Culturales. Producción
General: Cecilia Vallina. Dirección:
Federico Actis. Producción
e Investigación Periodística: Ricardo Robins, Gabriel Zuzek, Vanina Cánepa. Montaje:
Alejandro Coscarelli. Dirección
de sonido: Santiago Zecca. Voz
en off: Matías Patiño Specter. Música:
Alexis Perepelycia. Duración:
120 minutos.
Por Leandro Arteaga
¿Cómo
ingresar en ese laberinto de columnas gigantes, con paredes caídas y levantadas,
techos inventados y puertas desaparecidas? Por donde se cruzan palabras pesadas
(“jefatura”, “policía”) con nombres de semántica podrida (Videla, Feced). Entre
revoques arañados por uñas de presos políticos, con nombres, fechas, estampados
con la esperanza de continuar el alarido; gritos, en suma, vueltos expedientes
de inteligencia sucia, luego “perdidos”. En medio de un barrio de continuidad
impasible, marcando el respirar a una ciudad que, mientras tanto, juraba
lealtad a su bandera, con el general Viola como redentor.
El
ámbito que aparece es maleable, difícil de organizar. La memoria tiene que ver
con enfrentar esta tarea. El cine, seguramente, es una de sus posibilidades. Es
decir, ¿cómo organizar toda esta maraña que ha sido, que continúa? ¿De qué
manera dar coherencia a un relato que conjugue, arme, dispare relaciones y
actualice la historia maldita de la ex jefatura de policía de Rosario, hoy Sede
de Gobierno?
El
trabajo se titula La arquitectura del
crimen, lo produce Señal Santa Fe, con dirección a cargo de Federico Actis
(1981). De Actis, el espectador puede recordar –o revisar, en Vimeo- el
cortometraje Los teleféricos, que
formara parte de Historias breves VI
(2010): un trabajo alucinante, de una puesta en escena obsesiva, geométrica.
Allí había un esquema -narrativo y plástico- cuadriculado, al cual el
realizador sometía historia y personajes a partir de un movimiento pendular, a
través del cual lograba finalmente oxígeno, aire libre.
Se
refiere esto porque con La arquitectura
del crimen se produce un ejercicio similar. Desde los parámetros del
documental, Actis apela a una deconstrucción y construcción simultáneas. Es
decir, se repasa el nacimiento de este edificio desde el esquema histórico,
fáctico, pero también a partir de lo que su estado actual dice. En otras
palabras, ¿qué es lo que las paredes de la ex jefatura permiten desentrañar?, ¿cuántas
capas de pintura esconden?, ¿dónde está la puerta que los testimonios de los
presos políticos echan en falta?, ¿cuánto han crecido los árboles de su
fachada? El movimiento narrador, así, fluye en reversa, se detiene, vuelve a
avanzar al presente, en un ir y venir que culmina por acentuar un rasgo ético y
estético: el presente es por lo que ha sido.
Por
otra parte, y esto es algo que el propio director ha referido, aparecen en La arquitectura del crimen numerosos
trabajos ya realizados sobre el edificio, como si fuera un acervo videográfico que
estaba a la espera del film totalizador, capaz de intentar tarea semejante,
esto es: ingresar en este granito de décadas, preguntarle y atreverse a
escucharlo. De este modo, se logra una actualización de registros, que nada
tiene de repaso audiovisual o de amontonamiento con entrevistas y material de
archivo, sino de construcción formal, en donde sobresale la mirada de quien
asume el riesgo: hay que quitar las ramas de la arboleda circundante, hay que
recordar qué es lo que este edificio ha sido, sólo así será espacio para la
memoria.
De
modo inevitable, terrible, el capítulo que el espectador espera, que corta al
film como tajo, es el referido al comandante de gendarmería Agustín Feced. Su
aparición, la escucha de su voz, sus movimientos, que el cine es capaz de hacer
ciertos como magia o brujería, perturban, abren un silencio que grita. El
edificio lo es porque posee personas que lo habitan, que lo vivifican. La vida
es muerte y con Feced esta última es regla. Amparado por un monumento colosal,
de horror organizado, su patota tiene allí el reino feudal, amurallado, en
donde la lógica disiente, como si fuera ese otro lugar que simboliza la morada
de un vampiro, pero sin romanticismo ni candor, sino con torturas y vejaciones.
La arquitectura del crimen es una experiencia social. Verla equivale a comparecer ante nadie más
que uno mismo, en la oscuridad de la sala, a la luz de la proyección. Uno, en
suma, es la sociedad que habita. ¿Qué lugar, por eso, ocupa ese edificio en la
historia de tales vidas?
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