Cuando nieve y música se encuentran
Una película próxima a la maestría. Un film
bellísimo, a partir de desencuentros y afectos contrariados. La necesidad de
pensar el pasado como construcción del porvenir, en un ciclo que es vital y
generacional.
Lejos de ella
(Shan he gu ren)
China/Francia/Japón, 2015. Dirección y guión: Jia Zhangke. Fotografía: Yu Lik-Wai. Música: Yoshihiro Hanno. Montaje: Matthieu Laclau. Reparto: Zhao Taio, Jinsheng Zhang Yi, Liang
Jin dong y Dong Zijian. Duración: 131 minutos.
9 (nueve) puntos
Por Leandro Arteaga
Que
llegue a la cartelera una película del realizador chino Jia Zhangke es noticia
suficiente. Se trata de alguien premiado de manera internacional, considerado
uno de los cineastas más relevantes de su país. En su obra, entre otros
aspectos, la transformación social y política de China aparece como temática de
fondo, rasgo por el que su cine ha sido referido de manera excelsa. Lejos de ella no es la excepción.
Si
bien es éste el lienzo, Lejos de ella
se mueve a partir de vidas compartidas, que coinciden, se aman y pelean, con
algunos reencuentros, otros que ya no sucederán, mientras el tiempo sucede,
imperturbable. En grandes rasgos, la historia germina a partir de la relación
entre tres amigos, con el vértice puesto en Tao (Tao Zhao, actriz fetiche de
Zhangke).
Pero
también, como se apuntaba, Lejos de ella
es una puesta en escena sobre el tiempo. Está claro que toda película, tal vez
o indirectamente, lo sea; pero pocas lo son desde el lugar autoconsciente,
preeminente, en donde al tiempo se lo piensa, se lo somete a reflexión, como
variable nacida a partir del criterio con el que se juega el montaje: acá hay
una tarea de autor, de mirada personal que pone a prueba su concepción de cine;
es decir, su concepción de mundo.
En
este sentido, el film de Zhangke exhibe una sucesión de etapas que son, por
convención, tres capítulos o épocas. Una de ellas, se sitúa en el tiempo
presente, coincidente con el año real de producción de la película (2014). Los
otros momentos se localizan hacia atrás y adelante, con los años como manera de
ubicar lo que ha sido y lo que sobrevendrá. En lugar de pensarse como un
rompecabezas, en donde el visionado general culmine por unir lo que parece
temporalmente esparcido, Lejos de ella
apela a la sucesión lineal, al érase una vez, capaz de situar al espectador en
el tiempo ocurrido hace, apenas, quince años. Mismo recurso de encanto que
llevará a pensar el después, pero no como futuro hipotético, de ciencia
ficción, sino como lo que de veras pasará.
Este
encantamiento es capaz de lograr un cuento de hadas melodramático, en donde las
amistades y recelos tienen prólogo y epílogo en la canción “Go West”, de Pet
Shop Boys. Una elección que introduce a los personajes desde el baile, por
fuera del argumento, como presentación de caracteres. ¿De qué maneras entender
esta canción? De tantas formas como sea posible, con su idioma trastocado en un
baile de quienes hablan otros: chino, mandarín. Hay otra canción también, en
cantonés, que aparece como lo que desaparece y persiste. ¿Cómo será lo que la
letra dice? El inglés, mientras tanto, prevalece en el futuro. Pero la música,
invariable en su tristeza, persiste. Es esa canción, surgida de un momento
casual, a través de presuntos compradores en el comercio de Tao, la que hilará
ciertos destinos separados.
El
futuro de Lejos de ella ni siquiera
tendrá lugar en China, sino en Australia, a partir de la vida del hijo de Tao.
De acuerdo con el argumento: Tao tuvo en algún momento que decidir por el
cariño de uno de sus amigos. Cada uno de ellos, situado en un lugar económico
contrapuesto: mientras Jinsheng (Yi Zhang) es el favorecido, el que forma parte
de la “elite”, Liangzi (Jing Dong Liang) es el que usa la misma ropa, vive en
los suburbios y trabaja incansable. Cuando Tao elija a su pareja, cuando le
diga a su padre de quién se trata, éste responderá circunspecto. No está claro
por qué. Tao, en tanto, mira desde un primer plano adorable. Están en un tren.
¿Hacia dónde?
El
momento es superlativo. El padre pareciera tener algo que decir, pero lo omite,
prefiere una aceptación casi silenciosa. Su alejamiento hacia una ventanilla
del tren es un momento delicado, donde nada hay de subrayado. ¿Qué es lo que
esconden las miradas? Es un momento que suspende el relato, que aparece como un
vaivén. En Tao se juega el porvenir. La mirada del padre parece guardar un
saber. En Tao, todo está por suceder. En él, hay una añoranza, quizás. Cada
uno, mira por separado, como si desanudaran lo que les ha unido. Hacia atrás,
hacia delante.
Hay
otras marcas, que preguntan sobre cómo será. Por ejemplo, la vida promedio del
cachorro que compra la pareja. Quince años, tal vez. El tiempo es inexorable,
pero nunca como se lo predice (licencia futurística que la película, porque se
sabe película, se permite). Habrá un perrito adorno en el automóvil nuevo. El
tiempo ha sucedido. El cachorrito todavía vive, como un perro viejo. Vuelta de
vida que espejará sobre quien no fuera favorecido por el amor de Tao; ahora,
ella y él, atraviesan situaciones de vida con parentescos, algo solos, con
dolores, una enfermedad. Ya nada resolverá lo que no ha sido. Los hijos ocuparán
ese lugar, y con ellos, un mismo dilema que sobrevendrá.
Hacia
allí, con música en sus oídos, sin frío entre la nieve, se dirige Tao. O al
revés. Porque ahora es su hijo quien la busca. Ha pasado demasiado tiempo, nada
salió de acuerdo con lo planeado, pero una misma situación se reitera, porque
así ha sido antes, porque así también habrá de ser.
¿Quién
es mi madre o, también, quién ha sido? Hay una pregunta que despierta en este
niño que ha crecido, en un ambiente ajeno al de sus padres. Ni siquiera
persiste en él el recuerdo de un nombre. Algún vinilo le trae una sensación encapsulada,
a través de una mujer que le enseña, comprende, también dolida. Hay diferencias
de edad entre los dos, acorde con esos océanos temporales que el film juega a
la manera de elipsis: apenas unos años, y el tiempo lo ha cambiado todo. Se
quieren y están, pero ya no están. Todo, de hecho, está sujeto a este devenir
fulminante. Nunca hubo manera de que se conocieran antes.
Ella
sabe que él debe partir. Para reencontrarse con quién es. Porque sobre él
descansa demasiado, también se exige demasiado. Finalmente, la decisión, o el
recuerdo de una canción tal vez escuchada, le llevan a desobedecer. Lo logra,
con el dolor de quien le ama, mientras le esperan entre la nieve, con música, para
luego pensar cómo será, justamente, lo que vendrá.
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