miércoles, 30 de septiembre de 2009

Tim Hamilton: Ray Bradbury's Fahrenheit 451 (Hill and Wang, 2009)


Un mundo sin libros (tampoco historietas)



Ray Bradbury's Fahrenheit 451
The Authorized Adaptation
Tim Hamilton
Introduction by Ray Bradbury

Hill and Wang, July 2009
6 x 9 inches, 160 pages, Full-Color Art Throughout
TP $16,95
Hardcover $30



Publicado en 1953, Fahrenheit 451 ha sido reeditado hasta el cansancio y todavía más. Aquí, en nuestro país, hemos conocido el nombre de Ray Bradbury y de la práctica totalidad de su obra a partir de la tarea monumental, referencial, de Editorial Minotauro. El cuidado de las traducciones, el criterio para la colección y sus títulos, la posibilidad de leer a tantos más: Tolkien, Simak, Corwainer Smith, Lovecraft, Ballard… Minotauro es de un lugar nodal en nuestra biblioteca.

Y Ray Bradbury es el libro que es todos los libros. Porque cualquiera suyo puede ir acompañado de cualquiera otro y en cualquier estante atiborrado. El escritor de El vino del estío dialoga con todos, ama tanto la lectura como la escritura, y nos quiere desde sus páginas: algo que todo lector bradburyano sabe y corrobora.
De modo tal que referirnos a Fahrenheit 451 es hablar un poco de todo esto. También del rango clásico que ha alcanzado en tan corto tiempo. Seguramente por su capacidad de observación social, de mirada humana preocupada, pero sobre todo por su calidad, y calidez, literarias.
Como todos sabemos, en el futuro –inmediato- de Fahrenheit, los bomberos ya no apagan incendios sino que queman libros. Escrito en pleno macarthysmo, el libro de Bradbury alude a la persecución ideológica, teje nexos históricos con la caza de brujas, denuncia los procesos inquisitoriales, y crea una isla de hombre libros (que nuestra lengua confunde, felizmente, con hombres libres) donde atesorarnos, querernos y proyectarnos. La salvaguarda de la humanidad en tomos de piel humana, que recitan historias para los oídos nuevos, que se reinventan para escapar a las bombas prometidas, y que eligen recordar el sudor de la hierba de la mañana desde pies descalzos.
Todo ello, de nuevo y siempre, en cada lectura de Fahrenheit 451.
Recuerdo que en el film homónimo de François Truffaut, de 1966, la lectura permitida consistía en pliegos de papel con cuadritos dibujados, ordenados y mudos. Un periódico de imágenes silentes. Una comic-section como la que acostumbraban los diarios, pero sólo provista de colores vacíos.
A partir de aquí pensar, entonces y como antítesis, la traslación en historieta que Fahrenheit 451 conoce por estos días, obra del dibujante Tim Hamilton, y con asesoramiento y bendición del propio Ray Bradbury. Hamilton señala que lo único que Bradbury le solicitó fue la necesidad de ambientar la historia en el “futuro de 1950”. “Personalmente, creo que [Fahrenheit] es una fábula que puede contarse en cualquier tiempo sin que se asemeje a un futuro distante. Aunque aparece el perro-robot como elemento futurístico, no hay modo alguno de precisar el tiempo histórico”, señala Hamilton (1).
Efectivamente, el futuro del Fahrenheit de Hamilton está en cualquier lado. Es un no-lugar que, sabemos, tiene más aristas perceptibles desde el tiempo que nos toca que desde cualquiera otro. Interactúan con el art-decó y la estética de la vanguardia soviética –influencias reconocidas por el artista- los automóviles grandes circa ’70, los uniformes grises, las casas “Tupperware” (incombustibles), y un predominio tonal cenizo. Los rostros son oscuros, tristes, y aún cuando la adorable Clarisse McClellan baile entre las viñetas su libertad, no atenúa ello el desánimo al que Montag, bombero y antihéroe, sobrevive.
Pero todo ello es, a su vez, el mundo de Bradbury. Es decir, el no-mundo (utópico o distópico) que los ’50 prefiguraban, cuando Marte –decía el escritor- nos había devuelto la imaginación. Su prólogo para el comic lo señala: “Back in 1950”, dice Bradbury de inmediato -de nuevo en 1950-, “un patrullero se detiene, el oficial desciende y nos pregunta qué estamos haciendo. ‘Poner un pie delante de otro’, respondo de manera poco amigable.” Otra vez ese cuento interminable que es El peatón, relato cierto por vivenciado y, sobre todo, por haber sido escrito. Allí, donde un paseante nocturno observa los ojos eléctricos que semejan las ventanas de edificios plagados de televisores. Mismo paseante que piensa este libro asombroso.
Fahrenheit –sea el libro, sea el comic- es, agreguemos, la experiencia dialéctica de Montag: descubrir la risa para saber si la tristeza es verdadera. Allí, quizá, radique uno de los lugares indudables de la obra de Ray Bradbury.


(1) http://graphicnyc.blogspot.com/2009/05/firing-off-with-tim-hamilton.html (consulta 09/2009)

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