Músicos en manos del Estado
La orquesta del Reich
La Filarmónica de Berlín y el nacionalsocialismo
Misha Aster
Edhasa
280 páginas
Argentina: $ 59.00
Resto del mundo: U$S 19.67
"Nos consideran buenos políticos, pero malos amigos de las artes. El futuro demostrará cuán equivocados estaban."
Joseph Goebbels, diario personal (citado en pág. 69)
Joseph Goebbels, diario personal (citado en pág. 69)
Quizá una de las maneras que encontremos para introducirnos en este libro sea, justamente, la aproximación particular que nos permite sobre el régimen nazi. La relación compleja, nunca saldada de modo claro, entre el nacionalsocialismo alemán y la Filarmónica de Berlín se revela, a su vez, como lugar para otras –múltiples- aristas.
Entonces, la posibilidad de adentrarnos en ese –cómo decirlo- “otro mundo” fascinante por espeluznante. Porque no hay necesidad de referir el interés inmediato, pegadizo, que la iconografía sobre la Segunda Guerra Mundial genera. Baste para el caso citar la inagotable cantera cinematográfica –con Tarantino como exponente último-, los libros continuos o los coleccionables sobre el tema que inundan una y otra vez los kioskos.
En La orquesta del Reich, título reciente que conocemos a través de Edhasa, el historiador canadiense Misha Aster (1978) desenreda una madeja inmensa. La divide en tantos ovillos como necesita, y dentro de cada uno abreva de manera puntillosa en numerosas fuentes. Es así que nos encontraremos con la historia propia de la orquesta, los motivos que impulsan al vínculo con el gobierno, las figuras de Hitler y –sobre todo- Goebbels, el canon y las disputas que supuso el director Wilhelm Futwängler, la vida interior del grupo, la programación musical, la destilación de los no-arios, las ventajas y las crisis financieras, y un contexto bélico alemán que vive el vaivén entre la euforia ciega y la derrota.
La Filarmónica de Berlín hubo de convertirse, aún cuando su interés independiente pretendía prevalecer, en embajadora cultural del régimen nazi; es más, la Filarmónica hubo de asumir el papel de Orquesta de Hitler, encargada de musicalizar tanto el día de su cumpleaños como sus caprichos (tal como la escucha antojadiza de Bruckner). Lo que nos devela de modo inmediato la corroboración del interés nazi por el arte y la cultura, por su utilización ideológica.
Aquí dos rasgos que se nos vuelven uno mismo: música e ideología. Por una parte nos surge como elemento a atender la discusión respecto de la autonomía defendida por la orquesta, aún como juguete musical del mismo Estado. Furtwängler –mímesis de la Filarmónica- habrá de enfrentar una vez y otra a Goebbels y su Departamento de Propaganda y Educación Popular. Nadie debía modificar ni discutir las elecciones musicales más que el propio director musical. Pero también habrá que pensar que, más allá de la toma de postura de Furtwängler, no dejó por ello de prevalecer una negociación y, finalmente, una adecuación ideológica. Lo señalan los datos: “Después de 1939, los programas de la orquesta mostraban una inclinación más fuerte hacia Beethoven, Bruckner, Brahms, Strauss y Wagner. Al mismo tiempo, se buscaba impedir con todos los medios posibles la música experimental y su influencia desestabilizadora” (p. 194). El arte “degenerado”, de acuerdo con la misma manera retorcida del pensar nazi, no tenía cabida en la Filarmónica. Recién la orquesta podrá abrirse a otras búsquedas, está claro, una vez finalizada la Guerra y sobrevivido tanto al nazismo como al proceso de desnazificación.
En este mismo sentido, es cierto que Furtwängler habrá de renunciar en diciembre de 1934 a todos sus cargos oficiales ante la prohibición de la ópera Mathis el pintor, de Hindemith. Pero al año siguiente reanudará sus tareas dentro de la Filarmónica y para la misma presencia de Adolf Hitler. Otra vez el vaivén y, por las dudas, la corroboración de los hechos. Porque agreguemos que, si bien Aster no dedica sus páginas a enjuiciar sino desmenuzar e investigar, inevitablemente se nos plantean situaciones que contrastan con el hacer de Furtwängler: artistas perseguidos o exiliados, más el horror de las leyes raciales y su aplicación. Además también pensar en la situación tirante, nunca libre, que siempre significará el arte y su obediencia al Estado. Los poetas, ya sabía Platón, son peligrosos para la República. Nada de filosofía de las artes en Platón, muchísimo menos todavía en la Alemania nazi.
Y por último, también pensar el carácter de engaño que nos promueve la música. Me viene a la memoria el documental The Pervert’s Guide to Cinema (2006, Sophie Fiennes) escrito y narrado por el filósofo Slavoj Zizek. Allí Zizek plantea el carácter ambiguo de la música, y demuestra cómo una misma banda musical puede obedecer a fines contradictorios. No podemos desprender esta apreciación del recuerdo que también nos provoca el adoctrinamiento de Alex (Malcolm Mc Dowell) en La naranja mecánica (1971, Stanley Kubrick), concretamente durante el horror que a Alex le provoca la utilización de la Novena Sinfonía como correlato de la violencia fílmica y los desfiles del Tercer Reich.
“El objetivo de su transformación en Orquesta del Reich no consistía en cambiar su tradición musical o determinar qué debían tocar, cuándo y para quién. Los jerarcas buscaban, más bien, reforzar las cualidades que le habían ganado fama y aplausos y, al mismo tiempo, abrirla a nuevas capas de oyentes. El régimen necesitaba la legitimación a través de la burguesía –a la que pertenecía la mayor parte de los mismos líderes nazis-, no sólo en un sentido político general, sino también para mantener la imagen y la autoconciencia de la Filarmónica. Sólo si la cultura musical de la orquesta, tanto en sus logros como en su apariencia, se mantenía intacta, podía ser útil para los fines de la propaganda.” (p. 143)
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