lunes, 21 de septiembre de 2009

Inglourious Basterds (2009, Q. Tarantino) / Die Welle (2008, Dennis Gansel)


Dos miradas para pensar el nazismo



Bastardos sin gloria
(Inglourious Basterds) EE.UU./Alemania, 2009. Dirección y guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Sally Menke. Intérpretes: Brad Pitt, Mélanie Laurent, Christoph Waltz, Eli Roth, Michael Fassbender, Diane Kruger. Duración: 153 minutos.

La ola
(Die welle) Alemania, 2008. Dirección: Dennis Gansel. Guión: Dennis Gansel, Peter Thorwarth, a partir de la novela de Todd Strasser. Fotografía: Torsten Breuer. Música: Heiko Maile. Montaje: Ueli Christen. Intérpretes: Jürgen Vogel, Frederick Lau, Max Riemelt, Jennifer Ulrich, Christiane Paul. Duración: 107 minutos.



El ejercicio que nos proponemos no responde más que a temáticas que surgen –aunque siempre presentes- a partir de títulos que todavía podemos consultar en la cartelera. Si tuviésemos que referenciar películas que aborden el nazismo o el totalitarismo, terminaríamos en una lista, aunque extensa, siempre insuficiente. Y si bien Bastardos sin gloria, -último opus de Quentin Tarantino- y La ola -film alemán que recapitula sobre la experiencia del profesor norteamericano Ron Jones en 1967- parecen propuestas disímiles, busquemos entonces elementos que nos despierten, al menos, pequeños vínculos.
Porque hay algo de ironía compartida entre ambos títulos, aún cuando el tipo de registro que se proponen esté, cada uno, en las antípodas del otro. Quizá sea el cinismo social que asegura nunca más vivenciar una experiencia como la del Holocausto –así lo asevera uno de los alumnos ante la mirada del profesor de La ola-, o la esvástica que el Teniente Aldo Raine (Brad Pitt) esculpe sobre la frente de todo nazi huidizo.
Aquí, convengamos, hay un gesto brillante. Lo que preocupa a Raine –teniente de un pelotón asesino de nazis- es que los jerarcas alemanes dejen de utilizar su uniforme. Que luego se confundan con los demás. Así como ocurre todavía y, para corroborarlo mejor, en nuestro propio país con nazis y descendencia conviviendo en armonía. (Habrá que recordar, como referencia, ese film ejemplar que resulta ser Oro nazi en Argentina, 2004, de Rolo Pereyra).
Por su parte, en La ola, el profesor Rainer Wenger (Jürgen Vogel) debe lidiar con su curso a partir de la temática de la autarquía. La apariencia anárquica de Wenger, con remeras de punk-rock y andar desenvuelto, son el perfecto contraste. Dado el desdén de la clase hacia el conocimiento, hacia su discusión, se le ocurre al profesor la idea de experimentar la autarquía desde el grupo mismo: normas de conducta, iconografía, nombre identitario (“La ola”), saludos y ropa distintiva (camisa blanca). El éxito de la clase sorprende a docente y alumnos. Mientras tanto, la ola tímida se convierte en algo insospechado, que ciega a sus partícipes y que acumula adeptos.
Así como los nazis, o fascistas, o autoritarios de colores varios (más banderías partidarias), se inmiscuyen en la vida cotidiana tras mascaradas elegantes, son también los comportamientos mismos y sus ecos intelectuales retrógrados los que subyacen en los estratos sociales. Si algo despierta horror verdadero en el film alemán, éste consiste en observar cómo son los mismos chicos, protagonistas de la sociedad joven, los que enarbolan desde la ignorancia y su capricho autista las peores maneras reaccionarias. El aula de clase se vuelve ámbito de experimentación, sus protagonistas reclaman –allí el horror- este proceder: necesitan límites, pelean por los límites, y coartan así su condición humana misma. Como si sólo hiciese falta alentar, apenas encender la chispa, de este tipo de comportamientos. Chicos que son, habrá que recordar también, secuencia lógica de un mundo adulto que los precede y educa.
Tal vez el cine de Tarantino tenga algo que ver con este retrato actual, sino desprejuiciado, muchas veces irresponsable de la violencia. Sus espectadores no han dejado de ser parte de este cúmulo de consumidores –no lectores- de películas todas iguales. Y si bien Tarantino posee rasgos distintivos –y quizá depurados de manera magnífica en el film que nos ocupa-, su plasmación de la violencia no deja de ser síntoma de una sociedad que hoy disfruta con las torturas de las películas en serie. Con Bastardos sin gloria, aunque sin renunciar a esta grafía explícita, Tarantino la reflexiona y pone en su lugar. Y uno lo celebra.
En otras palabras, lo que perdura –en la memoria- es la esvástica grabada a fuego en la carne de los victimarios. Así como la complicidad con el régimen nazi de la cineasta Leni Riefenstahl o del actor Emil Jannings. Ellos filmaban mientras otros morían o se exiliaban. Datos que no deben faltar a la memoria (y que se subrayan en el film de Tarantino), pero que de hecho se ausentan en algunas mentalidades jóvenes pero no ingenuas, dadas al desprecio por lo ocurrido.
El vínculo entre los dos films seguramente es forzado. Pero lo que nos promueve a pensar nos lo permite como excusa.

1 comentario:

lokacomotumadre dijo...

Las muchas caras del fascismo nos confunden. Parece ser que como una idea genial del tipo contracultural ser nazi o fascista es un acto de rebeldía o personalidad en una sociedad sin personalidad y se cae en un abismo de ignorancia y de locura historica. Que se filmen obras como estas nos ayudan a encontrar una mirada distinta sobre un pasado turbulento del cual nos han llegado ecos y recuerdos que debemos revisitar sin bajar los brazos contra la injusticia y el horror. Saludos a todos ustedes,y a escuchar esta noche la radio. PD muy buena la idea de Esteban de la música de nuestros mayores, muy original.