martes, 15 de septiembre de 2009

Cous cous (La graine et le mulet, 2007, Abdel Kechiche)


El secreto del cous cous



Cous Cous: la gran cena
(La graine et le mulet)
Francia, 2007. Dirección y
guión: Abdellatif Kechiche. Fotografía: Lubomir Bakchev. Montaje: Ghalia Lacroix. Intérpretes: Habib Boufares, Hafsia Herzi, Farida Benkhetache, Abdelhamid Aktouche, Bouraouïa Marzouk, Alice Houri. Duración: 151 minutos.




En Cous cous: la gran cena hay algo de mundo pequeño, obligado a mantenerse alejado. Como si se los tuviese “a raya”. Los protagonistas del relato son emigrados árabes, y el “cous cous” es una de sus comidas típicas. Es el motivo de la reunión familiar. Es también la posibilidad laboral para el proyecto de un restaurante flotante, en el barco herrumbrado de Slimane (Habib Boufares).
Pero volvamos al mundo del exilio. Porque en Cous cous nos situamos en Francia, en el Puerto de Sète, pero bien lejos de la marquesina de paisajes turísticos o de una mirada de tarjeta postal. La Francia de Cous cous es la de los inmigrantes. Ese mundo pequeño, decíamos, que se tiene a raya.
Una percepción similar tuvimos oportunidad de apreciar en el film Juegos de amor esquivo (L’esquive, 2003), del mismo Abdellatif Kechiche, realizador de origen tunecino, pero radicado en Francia a partir de la propia historia familiar. Así como en aquel film admirable, en Cous cous se distingue una violencia cotidiana que no necesita de momentos explícitos, sino que se respira como parte de una situación de vida. En Juegos de amor esquivo el encierro era aún peor. Bastaba con atisbar qué había por fuera de la periferia parisina para que los personajes fuesen brutalmente devueltos a su entorno.
En Cous cous esto también ocurre y, sobre todo, se intuye. El restaurante es una posibilidad de despliegue que, sabremos, Slimane no piensa para su vida gastada, sino para quienes siguen después. El film de Kechiche no duda en llevar a algunos de sus personajes hasta la exasperación. La mirada cabizbaja de Slimane dice más que cualquier retórica. Su correr desesperado tras la moto robada, si bien infructuoso, devela otros dolores: “La soledad, el exilio, la humillación” nos explica, recuerda, otro de los personajes con toda su vida a cuestas.
De modo tal que, fiel a sus personajes, la cámara de Kechiche no abandona el mundo inmigrante. Describe y cuenta desde allí. Asume los límites que la geografía citadina y prejuiciosa le depara y busca modos de entender y trascender. Aún así, la mirada que resulta no deja de ser dolorosa. Nada hay que garantice un desenlace auspicioso, pero sí el empecinamiento por conseguirlo. En este sentido, el baile árabe y desesperado de la sensual Rym (Hafsia Herzi) quizá dure demasiado, tal vez esté lejos de terminar. Nunca sabremos si el cous cous será del agrado de quienes digitan las posibilidades de inserción laboral y social.
Hay un momento en Cous cous que alcanza también a desestabilizar al espectador. Deben ser unos cinco minutos, quizá más, de llanto e histeria por parte de la mujer despechada. Allí se revela algo mayor, un vínculo familiar disuelto. Un hijo a cuestas, familias divididas, el propio Slimane como padre de dos familias, mientras los franceses de ley comen gratis el cous cous y se alertan y cubren entre sí.

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