Lápices conquistadores
Con un plantel
de dibujantes locales, el libro Legionarios construye una historia sórdida
durante los días de Julio César. Lo editaron en Chubut y se consigue en
librerías de cómics.
Por
Leandro Arteaga
Es Kiro, integrante insigne de esta cohorte de historietistas,
quien articula en su prólogo la analogía: “haciendo una similitud con las
legiones romanas, (a los dibujantes rosarinos) nos une el mismo sentido de
lealtad y respeto”. La comparación es traducción de la evidencia gráfica, de
los registros estéticos múltiples, que expone Legionarios: Los perros de Roma (La Duendes).
El guión es de Oenlao (Carlos Scherpa) y expone su
habilidad característica: replicar en tantos dibujantes como pueda, tal como lo
hiciera en libros como Tehuelches:
historietas de aventuras y mitología y Zona
2011, editados también por La
Duendes, sello oriundo de Chubut y propiedad de Alejandro
Aguado.
La noticia de Legionarios
implica de manera local porque la mayoría de los dibujantes son rosarinos,
tienen su trayectoria, y congeniaron de manera organizada a partir del
guionista. Ellos son: Kiro, Fernando Kern, Guillermo Villarreal, Joel Saavedra,
Pablo De Bonis, Juan Carlos Vásquez, Néstor Cóceres, Damián Peñalba, Felipe
Ávila, y la participación especial de Edu Molina (Animal Urbano, El Sombra)
en un unitario breve que es síntesis del ánimo bélico y brusco y oscuro que
destilan las 80 páginas.
Es decir, Legionarios
ofrece una historia que ramifica en lápices varios a la vez que mantienen una
misma estructura: Tulius y Marcus, amigos legionarios, responden a las órdenes
del César, emprenden misiones, cuestionan la lógica del poder, y guardan una
amistad que contiene un secreto. Allí, claro, habrá mujeres cuya identidad
develar, mientras una de ellas acompaña el fragor de las batallas como imagen
hipnótica, con una cicatriz que es espejo en el rostro mismo de Tulius. Tan
hondo calan tales heridas.
De esta manera, la habilidad gráfica es también
muestra de los muchos talentos que dan vueltas por la ciudad. Se nota, por un
lado, la afinidad con la temática de algunos, la predilección por lo que se
dibuja. Es el caso de Kiro, quien perfila cada rostro como un mapa de broncas
que se heredan, con atuendos que brillan en la batalla, con sangre de tinta negra,
bien espesa. Es él quien presenta a los personajes principales, al escenario y
su clima ominoso. De Bonis y Vásquez, respectivamente, se encargan de delinear
la aventura en sendos episodios. Laberintos, trampas y una elegida de los
dioses a la que custodiar. En el primero de los casos, a partir de un blanco y
negro en contraste, con una puesta en página de angulaciones variadas; en el
segundo, desde una utilización del claroscuro que hace convivir matices
digitales con los personajes de físicos esculpidos.
Villareal aporta un clima de historieta cercano al cartoon: un cruce romano con aires de
Bruce Timm, de relato impecable. La continuidad que propicia Saavedra es más
minimalista, en donde hace depender del predominio del negro o del blanco la
situación dramática. A Cóceres le toca desanudar el ovillo, narrar la historia
dentro de la historia, antes de que la batalla más grande tenga lugar; ya que
se trata, ni más ni menos, que de la
Guerra de las Galias.
Una de las páginas realizadas por Kiro |
El epílogo es doble y tiene participación en guión
de los locales Ernesto Parrilla y Gastón Flores. El primero con dibujos de
Ávila, quien da cuerpo, como si de grabados se tratase, a los últimos días en
la vida del César; el segundo, con arte de Kern (y grises de Peñalba), en una
conclusión magnífica, que evidencia el hacer del gran dibujante, capaz de escapar
al límite de las viñetas para trazar en la misma página y simultáneamente las acciones,
que el mismo orden de lectura ordena. La prosa de Flores dice mientras el
dibujo completa con otros sentidos. Un gran trabajo.
Dado el tema, no será menor recordar que dos historietas
de dos de los grandes dibujantes de esta ciudad, hicieron pie en Roma. Una de
ellas fue Julio César (1983), escrita
por Ricardo Ferrari para los lápices de Eduardo Risso en editorial Columba. La
otra es la actual serie que Marcelo Frusin desarrolla en el sello francés Dargaud:
L’expédition, de la que ya lleva dos
álbumes (de cuatro) publicados.
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