lunes, 1 de diciembre de 2014

RompeCortázar en el ECU


Caleidoscopio Cortázar en cuadritos


Con RompeCortázar, el ECU expone ocho historietas sobre relatos del escritor. Desprejuicio, desazón, tinte fantástico y música jazz, para recrear un mundo que no es sólo literario.

Por Leandro Arteaga

Julio Cortázar en historietas es placer que rebota. Cada cuadrito como pieza que encastrar en relatos que son, cada uno, tantas piezas más. Hasta conformar ese mapa donde continuar y completar –sin final– desde la lectura personal. Esto es, apenas, algo de lo mucho más que desprenden las ocho versiones presentes en RompeCortázar. Relatos para armar, muestra inaugurada en Espacio Cultural Universitario (San Martín 750) el pasado viernes, con cierre previsto el 20 de diciembre.
La curaduría es de Juan Sasturain, y las páginas en cuestión –en paneles impresos de tamaño generoso, donde leer es gusto máximo– suman a la conmemoración de los cien años del nacimiento del escritor, con organización que el ECU comparte con el Ministerio de Cultura de la Nación y Radio Nacional.
El vínculo entre Cortázar y las historietas tiene, de hecho, un precedente que es rara avis: Fantomas contra los vampiros multinacionales (1975), cuya edición fiable debe rastrearse en el librito que Doedytores publicara en 1995. Allí aparece la réplica verdadera de las páginas del Fantomas mexicano (de ediciones Novaro), con participaciones estelares de Susan Sontag, Julio Cortázar, Alberto Moravia, entre otros. Esa fue la historieta disparadora del libro, verdadero metatexto.
De manera tal que, se intuye, si Cortázar viese estos espléndidos trabajos quizás se detendría en algún rasgo casi huidizo, así como lo sugiriera al momento de ver Blowup (1966), de Antonioni (basado en “Las babas del diablo”). En todo caso, de lo que se trata es de encontrar esa afinidad que el lector sabe porque, justamente, ha leído. Y si también lo ha hecho con los historietistas en cuestión, ¿cómo resistir la tentación?
El recorrido comienza de manera superlativa. Con la obra maestra que la dupla Carlos Sampayo (guión) y Carlos Nine (dibujo) logran a partir de “La noche boca arriba”. Es demasiado extraordinario. Se trata de uno de los más grandes guionistas y de uno de los más grandes dibujantes. La fusión entre ambos altera todavía más la percepción del relato original, al hacer de su trama espejada una excusa desde la cual practicar otras variaciones. Más la pizca siempre exultante, de desliz semántico, que Nine sabe dibujar. Un mundo propio donde hacer comulgar ese otro mundo –por lo visto, tan parecido– que es Cortázar. Podría también pensarse en el propio Julio como paciente al que operar en este hospital demente, con bisturís en manos de Sampayo y Nine. Tan frenética es la acción, tan desencajada pero tan orgánica, que ya quisiera cualquier amante del género tenerla bien impresa en un álbum para su biblioteca.
Como si fuese un efecto más de este disparador, el recorrido continúa con otra versión del mismo cuento, ahora en manos de Salvador Sanz, quien impone un relato en blanco y negro, donde practica un montaje por asociación que es transposición eficaz de ese filo de espejo original. Sanz puede, con una precisión que le es aspecto ya reconocible, amalgamar situaciones históricas distintas por parecidas, sintetizadas en elementos casi idénticos, a partir de su disposición simétrica en la página.
Con “Carta a una señorita en París”, Diego Agrimbau (guión) y Lucas Varela (dibujo) resultan encantadoramente sombríos. Esos conejitos de pelaje suave que acarician la garganta, en el lápiz de Varela son, precisamente, adorables y siniestros. Todo muy simpático, todo muy deprimente. Saltarines, trozados y suicidas. Junto al naranja predominante que tiñe de frenesí leve cada una de las acciones.
Por su parte, el gran Enrique Breccia practica con “Reunión” una mirada de mundo que es, también, reencuentro con su primera tarea profesional: Vida del Che (1968), junto a su padre Alberto, con guión de Héctor Oesterheld. Leer a Enrique es leer un historietista depurado, artesanal, capaz de confluir con Cortázar desde un sueño en forma de estrella. La propuesta más provocadora viene de la mano de Esteban Podetti (guión) y Diego Parés (dibujo) con “Ómnibus”. En clave relato de horror, con puesta en página similar a la paradigmática Tales from the Crypt, Parés-Podetti colocan a Cortázar en mismo rol que el Guardián de la Cripta, para dar rienda suelta a su historia macabra. Así como Varela, pero desde una raigambre gráfica distinta, con asidero en Fola (Pelopincho y Cachirula), Parés puede hacer del espanto algo gracioso y nunca perder foco. Así como lograr una página admirable provista de un maremoto de ojos vigías.
Con “Axolotl” (guión de Jorge Zentner), Pablo Túnica trabaja cada página a partir de dos viñetas horizontales. Una equidad en la distribución del espacio que es confluencia de espíritu con el relato de origen. Sus pinceladas, de ánimo oscuro, logran momentos extrañamente hermosos, perturbadores, en donde el propio lector queda contagiado del borde de su reflejo. El caso de “La autopista al Sur” (guión de Pablo De Santis) es excusa bella para perderse en los dibujos de Ignacio Minaverry, cuya paleta saturada de verde, amarillo y naranja, puede transportar al lector de manera afín a un ensueño sixtie, en donde también evocar el plano secuencia esencial que Godard plasmara en Week End (1967).
El desenlace viene de la mano de “La señorita Cora” (guión de Lautaro Ortiz), para que los dibujos de El Tomi empañen al que mira de recuerdos de infancia pegajosa, con historietas por el suelo y jadeos de enfermera de ensueño. Un montaje yuxtapuesto, donde palabras y dibujos dicen de modo encontrado, permite a los autores recrear la vivencia alucinada de un personaje que es, por extensión, la definición misma de todo lector cortazariano.


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