Caleidoscopio
Cortázar en cuadritos
Con RompeCortázar,
el ECU expone ocho historietas sobre relatos del escritor. Desprejuicio,
desazón, tinte fantástico y música jazz, para recrear un mundo que no es sólo
literario.
Por
Leandro Arteaga
Julio Cortázar en historietas es placer que rebota. Cada
cuadrito como pieza que encastrar en relatos que son, cada uno, tantas piezas
más. Hasta conformar ese mapa donde continuar y completar –sin final– desde la
lectura personal. Esto es, apenas, algo de lo mucho más que desprenden las ocho
versiones presentes en RompeCortázar.
Relatos para armar, muestra inaugurada en Espacio Cultural Universitario
(San Martín 750) el pasado viernes, con cierre previsto el 20 de diciembre.
La curaduría es de Juan Sasturain, y las páginas en cuestión –en
paneles impresos de tamaño generoso, donde leer es gusto máximo– suman a la
conmemoración de los cien años del nacimiento del escritor, con organización
que el ECU comparte con el Ministerio de Cultura de la Nación y Radio Nacional.
El vínculo entre Cortázar y las historietas tiene, de hecho, un
precedente que es rara avis: Fantomas contra los vampiros multinacionales
(1975), cuya edición fiable debe rastrearse en el librito que Doedytores
publicara en 1995. Allí aparece la réplica verdadera de las páginas del
Fantomas mexicano (de ediciones Novaro), con participaciones estelares de Susan
Sontag, Julio Cortázar, Alberto Moravia, entre otros. Esa fue la historieta
disparadora del libro, verdadero metatexto.
De manera tal que, se intuye, si Cortázar viese estos
espléndidos trabajos quizás se detendría en algún rasgo casi huidizo, así como
lo sugiriera al momento de ver Blowup
(1966), de Antonioni (basado en “Las babas del diablo”). En todo caso, de lo
que se trata es de encontrar esa afinidad que el lector sabe porque,
justamente, ha leído. Y si también lo ha hecho con los historietistas en
cuestión, ¿cómo resistir la tentación?
El recorrido comienza de manera superlativa. Con la obra maestra
que la dupla Carlos Sampayo (guión) y Carlos Nine (dibujo) logran a partir de “La
noche boca arriba”. Es demasiado extraordinario. Se trata de uno de los más
grandes guionistas y de uno de los más grandes dibujantes. La fusión entre
ambos altera todavía más la percepción del relato original, al hacer de su trama
espejada una excusa desde la cual practicar otras variaciones. Más la pizca
siempre exultante, de desliz semántico, que Nine sabe dibujar. Un mundo propio
donde hacer comulgar ese otro mundo –por lo visto, tan parecido– que es
Cortázar. Podría también pensarse en el propio Julio como paciente al que
operar en este hospital demente, con bisturís en manos de Sampayo y Nine. Tan
frenética es la acción, tan desencajada pero tan orgánica, que ya quisiera
cualquier amante del género tenerla bien impresa en un álbum para su
biblioteca.
Como si fuese un efecto más de este disparador, el recorrido
continúa con otra versión del mismo cuento, ahora en manos de Salvador Sanz,
quien impone un relato en blanco y negro, donde practica un montaje por
asociación que es transposición eficaz de ese filo de espejo original. Sanz
puede, con una precisión que le es aspecto ya reconocible, amalgamar
situaciones históricas distintas por parecidas, sintetizadas en elementos casi
idénticos, a partir de su disposición simétrica en la página.
Con “Carta a una señorita en París”, Diego Agrimbau (guión) y Lucas
Varela (dibujo) resultan encantadoramente sombríos. Esos conejitos de pelaje
suave que acarician la garganta, en el lápiz de Varela son, precisamente,
adorables y siniestros. Todo muy simpático, todo muy deprimente. Saltarines,
trozados y suicidas. Junto al naranja predominante que tiñe de frenesí leve
cada una de las acciones.
Por su parte, el gran Enrique Breccia practica con “Reunión” una
mirada de mundo que es, también, reencuentro con su primera tarea profesional: Vida del Che (1968), junto a su padre
Alberto, con guión de Héctor Oesterheld. Leer a Enrique es leer un
historietista depurado, artesanal, capaz de confluir con Cortázar desde un
sueño en forma de estrella. La propuesta más provocadora viene de la mano de
Esteban Podetti (guión) y Diego Parés (dibujo) con “Ómnibus”. En clave relato
de horror, con puesta en página similar a la paradigmática Tales from the Crypt, Parés-Podetti colocan a Cortázar en mismo rol
que el Guardián de la Cripta,
para dar rienda suelta a su historia macabra. Así como Varela, pero desde una
raigambre gráfica distinta, con asidero en Fola (Pelopincho y Cachirula), Parés puede hacer del espanto algo
gracioso y nunca perder foco. Así como lograr una página admirable provista de
un maremoto de ojos vigías.
Con “Axolotl” (guión de Jorge Zentner), Pablo Túnica trabaja
cada página a partir de dos viñetas horizontales. Una equidad en la
distribución del espacio que es confluencia de espíritu con el relato de
origen. Sus pinceladas, de ánimo oscuro, logran momentos extrañamente hermosos,
perturbadores, en donde el propio lector queda contagiado del borde de su
reflejo. El caso de “La autopista al Sur” (guión de Pablo De Santis) es excusa
bella para perderse en los dibujos de Ignacio Minaverry, cuya paleta saturada
de verde, amarillo y naranja, puede transportar al lector de manera afín a un
ensueño sixtie, en donde también
evocar el plano secuencia esencial que Godard plasmara en Week End (1967).
El desenlace viene de la mano de “La señorita Cora” (guión de
Lautaro Ortiz), para que los dibujos de El Tomi empañen al que mira de
recuerdos de infancia pegajosa, con historietas por el suelo y jadeos de
enfermera de ensueño. Un montaje yuxtapuesto, donde palabras y dibujos dicen de
modo encontrado, permite a los autores recrear la vivencia alucinada de un
personaje que es, por extensión, la definición misma de todo lector cortazariano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario