Con la
comisura de labios no alcanza
Lejos de
provocar, Pasión inocente hace foco en la relación entre un padre de familia y una
adolescente. Sin embargo, el film recupera una temática que lejos está de
agotarse. Hay grandes ejemplos. Y pequeñas actrices.
Por
Leandro Arteaga
Tema espinoso, irresistible, el de las lolitas del cine. Expresión –“lolita”– por
todos dicha, aún sin el correlato presto que significan la literatura de
Nabokov y el cine de Kubrick. Es que en ello radica el tacto justo que los dos
supieron tener, al haber calado hondo en eso que dicen es el imaginario
colectivo. Cada uno desde su lugar, literario y cinematográfico, construyeron
un personaje que es muchos pero a la vez único.
Sue Lyon fue el rostro elegido por Kubrick para el
devaneo del profesor Humbert Humbert (James Mason). Luego habría remake en 1997 (a cargo de Adrian Lyne)
y si bien a nadie en su sano juicio se le ocurriría compararla con el film de
1962, lo cierto es que nada mal estuvo Dominique Swain, mientras Jeremy Irons
era ahora quien tramaba las excusas (casi) perfectas para conseguir para sí, y
sólo para sí, al motivo de sus desvelos; uno de sus momentos es perfecto, allí
cuando Irons necesita sumergir su cabeza dentro del congelador de la heladera;
también otro: cuando Irons mira estólido caer la espuma que limpia el
parabrisas de su automóvil.
Lo también cierto es que la Swain y su chicle globo
estaban pensados para Natalie Portman; pero no hubo caso, la irresistible
Mathilda de El perfecto asesino
(1994, Luc Besson) no dio brazo a torcer, aún cuando ahora ya se la vea más
desprejuiciada. Los padres, parece, tuvieron que ver. Pero si de chicle se
trata, nadie olvidará aquél que masticara, piano de por medio, una púber Winona
Ryder ante la incontinencia gestual de Jerry Lee Lewis (Dennis Quaid) en Bolas de fuego (1989). O la sensualidad
que desprendiera Juliette Lewis en Cabo
de miedo, de Scorsese. Más ese rol de adultez prematura que cumple Jodie
Foster en Taxi Driver. Junto a la
candidez extraordinaria que destilara Mariel Hemingway en Manhattan, de Woody Allen.
¿Más? Tantas más: Brooke Shields (Niña bonita), Carroll Baker (Baby Doll), Marine Vacth (Jeune & jolie), Anna Paquin (Historias de familia), Mena Suvary (Belleza americana), así como la
incorrectísima niña-vampiro interpretada por Kirsten Dunst en Entrevista con el vampiro. También, con sus curvas animadas, la caperucita roja despampanante que
baila en el night-club de Red Hot Riding
Hood (1943), el corto de Tex Avery donde el lobo chifla desesperado, se
golpea la cabeza con martillos, y se dispara en la sien. Y por qué no,
dada la selección, esa alma resplandeciente de vida que significa Clarisse McClellan, el contrapunto que Ray Bradbury introduce en la apocada
vida del bombero Montag, en la novela Fahrenheit
451.
Tanto preámbulo para introducir a Felicity Jones y
el film del que todavía no se habló. En verdad –el lector lo habrá sospechado–,
se volvía mucho más seductor dar pie al recuerdo antes que toda la atención a Pasión inocente. Aquí es donde se
inscribe esta nueva lolita y,
atención, su mirada perspicaz, la sonrisa siempre a punto (la comisura de los
labios de la Jones
dicen lo que toda la película no puede), lejos están de causar indiferencia;
pero de lo que se habla es de cine y sí, lamentablemente, la gracia oscura de la Jones poco agrega.
Para ser preciso, Pasión inocente recuerda las películas televisivas de Hallmark
Channel. El argumento presenta a un padre de familia (Guy Pearce), profesor y
músico, que lidia con la angustia que le acompaña. Una esposa conformista y una
hija adolescente le completan el cuadro. Pero, lo que primero le parece una
molestia, termina en verdad por seducirlo: una niña inglesa, de intercambio,
viene a hospedarse en su casa. Y se arma.
Bueno, no se arma demasiado. Porque para que algo semejante
suceda una película tiene que ser cine. Como acá no hay nada de esto, lo que se
ofrece es una concatenación de situaciones insípidas. Tanto es así que la
“seducción” referida no tiene eco alguno en la totalidad del film, tan banal
que hasta indigna. Porque para que dos personajes fílmicos se seduzcan es
necesaria una artesanía fílmica, preocupada por involucrar a ese tercero
ansioso que es el espectador (así de turbias son las relaciones en el cine).
Como nada de esto pasa, lo que queda es una exposición de estampitas
explicativas, que no sólo enuncian lo evidente, sino que son subrayadas por un
montaje previsible.
Por ejemplo: Sophie (Felicity Jones) esconde sus
virtudes de pianista hasta que se ve obligada a tocar en la clase de Keith (Guy
Pearce), y se despacha con un ejercicio de Chopin que no sólo es inverosímil,
sino que sabe hacerse acompañar por el vértigo de las imágenes (como el de los
videos aficionados en fiestas de quinceañeras). Otra: la hija sale de su
desengaño amoroso para –¡acto seguido!– encontrar que su padre (ese otro hombre
suyo) está con otra. Y también: allí cuando, al fin, podrá suceder lo que
tuerza las barreras (auto)impuestas, siempre aparece el llamado al orden. Y
nunca, nunca, la película transgrede nada.
Lo que queda es mera cobertura, satisfecha de sí
misma por no tener la menor idea o atención hacia lo que el cine posibilita.
Para el caso, y porque algo vale rescatar luego de casi dos horas de suplicio,
bien viene devolver el rostro de Kyle MacLachlan a la gran pantalla. Si bien acá
cumple el papel de esposo de un matrimonio de imbéciles, amigos de la pareja, su
breve momento hace que aparezcan esperanzas de revuelo. Pero sólo desde la
imaginación, ya que lo sucedido fue lo que sigue: la cabeza de este cronista
otra vez prefirió divagar, tomar como excusa al gran actor, volver sobre la
serie Twin Peaks y alcanzar otra de
sus relaciones turbias, como la que virtualmente sostenían el agente Cooper (MacLachlan)
con la precoz Audrey (Sherilyn Fenn). Mmmm, Sherilyn Fenn…
Pasión
inocente
(Breathe
In)
(EE.UU.,
2013) Dirección: Drake Doremus. Guión: Drake Doremus, Ben York Jones. Fotografía: John Guleserian. Música: Dustin O'Halloran. Montaje: Jonathan Alberts. Reparto: Guy Pearce, Felicity Jones, Amy Ryan, Mackenzie
Davis, Matthew Daddario, Ben Shenkman, Kyle MacLachlan.
3
(tres) puntos
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