Entre la
figuración y el extrañamiento
Por
Leandro Arteaga
Ya en El
desierto negro (2007), Gaspar Scheuer delineaba un espacio insondable, cubierto
de abismo, desde un gaucho fugitivo: a la manera de un no-lugar, cuyos límites
refractaban en las asociaciones múltiples provocadas por el montaje. Así, las
imágenes evocaban un cruce extraño entre la figuración y su extrañamiento, como
si se tratase por momentos de texturas, de abstracciones paisajísticas o
mentales.
Un recorrido similar es el que el realizador propone
ahora con Samurái, a través de la
amistad entre un gaucho rechazado y un samurai inexperto. El primero (Alejandro
Awada) responde a un nombre que ya le cifra interés de leyenda: Poncho Negro,
sobreviviente de la guerra del Paraguay, portador de una cicatriz que es el
cuerpo todo; el otro, Takeo (Nicolás Nakayama), hijo de una familia inmigrante,
heredará del abuelo samurai la katana para persistir en la búsqueda de Saigo:
líder samurai de la revuelta derrotada, escondido quizás en Argentina.
Entre los datos ciertos, el enfoque histórico y los
trazos de leyenda, Scheuer embarca a sus personajes en un periplo hipnótico, a
través de un campo que metamorfosea lugares, temperaturas, tonos, días, noches.
El color y el blanco y negro podrán convivir en un mismo plano-secuencia. Tal
como en su film anterior, lo espacial existe más allá de lo visto, sobre todo a
partir de lo oído: aquí la artesanía particular de Scheuer, sonidista que ha
participado en más de cuarenta títulos. En este sentido, es un clima sensorial
el que Samurái propone: la película
como experiencia vital, donde arrojarse junto a sus personajes para dejarse
embriagar por una atmósfera sonámbula.
En contacto con los elementos, el gaucho y el
samurai se mixturan con el medio, capaces de encontrar la pequeña brasa aún
humeante o de confundirse entre la lluvia que arrecia. El contraste con estas
maneras vitales, con esta forma de vivir el cine, aparece en las caracterizaciones
del terrateniente, de la clase gobernante, de la fuerza militar: donde antes no
había necesidad de parlamentos, aquí surgen palabras y retórica, compañía para
los gestos impostados, sean aristócratas o de rango bélico.
Como si un trompo fuese el recorrido enhebrado,
habrá el film de encontrarse consigo mismo hacia su desenlace. Gaucho y samurai
sabrán mirarse el uno en el otro, a la manera de un espejo difuso. Guerras,
intereses económicos, aristocracia, no parecen ser privilegio de país alguno,
así como tampoco la condición de parias de otros. En ese lugar, mejor situar
la mirada de Poncho Negro, gracias a su actor insustituible: todo está en esa
manera torva, en la que se dice con los ojos. Algunas palabras agregarán más o
menos datos, pero ninguna podrá –ni querrá- explicar lo que ahí se esconde.
Samurái
(Argentina/Francia,
2012)
Dirección:
Gaspar Scheuer. Guión: Gaspar Scheuer, Fernando Regueira. Fotografía: Jorge Crespo. Montaje: Eduardo López López. Música: Ezequiel Menalled. Reparto: Alejandro Awada, Nicolás Nakayama,
Jorge Takashima, Miki Kawashima, Graciela Nakasone, Kazuomi Takagi, Agustina
Muñoz. Duración: 96 minutos.
Sala:
El Cairo.
8
(ocho) puntos
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