El patriarca y sus súbditos
Por Leandro Arteaga
Aún cuando lo que suceda
pueda indicar un peligro cada vez más real hacia su persona, hacia su fortuna,
el empresario Robert Miller (Richard Gere) sabrá vociferar un discurso maníaco,
ególatra, a su propia hija y en el medio de Central Park: “soy un oráculo”, le
dice; “soy el patriarca”, grita. Todos giran alrededor mío, explica. Cerebro de
las finanzas. Expresión mayúscula del entramado económico. No podrá ser herido de
muerte sin un reemplazo capaz. Nadie cerca que le pueda disputar tanto como
para que caiga de su trono en Wall Street. La hija entiende, allí, que no se
trata de que quien le habla sea su padre ni de que los papeles la deletreen
como su socia, sino que ella no es más que otro de los muchos empleados de este
gran jefe. El mundo es cruel, será otra de sus máximas. La experiencia, dice,
le acompaña.
Robert acaba de cumplir 60
años. Se encuentra en el pináculo de los números. Es tapa de Forbes. Da el
dinero que sea a su esposa (Susan Sarandon) para cualquiera de sus obras de
caridad. Impulsa el futuro artístico de su amante. Da trabajo a toda su familia
mientras sostiene a las de la gran cantidad de gente que de él depende. En su
comportamiento hay una naturalización de lo que le rodea. El mundo es así
porque no puede ser, justamente, de otra manera. Todos, en este sentido, son
como él. Podrán ocupar distintos lugares dentro de la gran pirámide, pero aún
desde el estrato más bajo habrá respeto y sumisión hacia el dios que Robert
expresa como verbo.
Un imprevisto cumplirá en el
film un lugar traumático, fatal, que será el nudo en el cual incida todo lo que
viene sucediendo. La pirámide podría desmoronarse. Si algunos deben morir para
que se sostenga, que mueran. Detenerse en las decisiones mayores de los
personajes de Mentiras mortales será
coincidir, en este sentido, en una misma actitud reaccionaria. Todos buscan,
finalmente, un rédito. El encarnizado detective (el gran Tim Roth) también.
Basta con ver cómo tira su automóvil sobre el sospechoso de color, y cómo se
cubre las espaldas ante el que tiene “mucho dinero”.
En verdad, el accidente del
millonario es un catalizador, una situación límite que cristaliza lo que le
rodea en un thriller, en un juego
peligroso donde el espectador es también introducido. Es por ello que el
suspense hará que las decisiones mayores, las que definen a los personajes,
sean también cuestiones morales que deriven hacia quienes miren la película.
El gran desenlace no es lo
que parece: el hastío de una hija o el “descubrimiento” del engaño del marido, sino
la comprensión mayor de que el mundo, justamente, es como es: un nido de
relaciones hipócritas en las que el dinero cumple lugar de esencia. Revelado
esto, Robert entonces continúa con otro discurso victorioso. Y su familia, y
todas las familias, le acompañan.
Mentiras mortales
(Arbitrage)
EE.UU., 2012. Dirección y guión: Nicholas Jarecki. Fotografía: Yorick
Le Saux. Música: Cliff Martinez. Montaje: Douglas Crise. Intérpretes:
Richard Gere, Susan Sarandon, Tim Roth,
Laetitia Casta, Nate Parker, Brit Marling. Duración: 107 minutos.
8 (ocho) puntos
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