domingo, 12 de diciembre de 2010

Agora (2009. Alejandro Amenábar)


“Yo creo en la Filosofía”



Ágora
España, 2009. Dirección: Alejandro Amenábar. Guión: Alejandro Amenábar, Mato Gil. Fotografía: Xavi Giménez. Música: Darío Marianelli. Montaje: Nacho Ruiz Capillas. Intérpretes: Rachel Weisz, Max Minghella, Oscar Isaac, Ashraf Barhom, Michael Lonsdale, Rupert Evans, Richard Durden. Duración: 127 minutos.



Por Leandro Arteaga

Son las palabras, la sentencia, con la que Hipatia desafía a la inquisición de aquellos tiempos (s. IV, d.C.): “Creo en la filosofía” dice, y es dictamen suficiente para entender la necesidad de condenarla por brujería, por indagar los cielos desde el doble peligro que significan la matemática y el saber femenino. Hipatia se convierte en bisagra de un mundo que se desmorona mientras otro se yergue, receptáculo de razón que persevera en los secretos de los libros, que molesta como el tábano todavía socrático.
Uno de los momentos más exasperantes de Ágora, última película de Alejandro Amenábar (Tesis, Los otros), es el de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría. Ante el alud cristiano imparable -que Amenábar rápidamente permite asociar a un hormiguero-, la protección de los libros es el reclamo inmediato que asalta a Hipatia. La desesperación por salvar un libro más, y otro. Porque tal como Umberto Eco y Jean Claude Carrière confirman en su diálogo Nadie acabará con los libros (Lumen), el destino de todo libro parece ser el fuego.
Ágora se anima a indagar en un momento crítico de la civilización desde la revelación y denuncia del fanatismo religioso y cristiano, desde la construcción del “otro” como enemigo que definir para destruir. Primero el culto pagano, luego la molestia judía. El juego político queda relegado de a poco, y con él el uso de la palabra, herramienta desde la que se constituye el hombre público, el que habita la plaza de voces, el ágora.
Es por ello que la manera de morir, de ser asesinada, de Hipatia no puede ser menos sintomática: es la palabra –su respirar- lo que se le prohíbe. Sin ejercicio de la palabra, sumisión entonces a los designios de la Escritura. Nada de política, de filosofía, de dudas. La Hipatia de Amenábar puede estar más o menos basada en lo poco y contradictorio que se sabe de la Hipatia histórica, pero sí es expresión clara y todavía molesta de los tiempos actuales. El film, de hecho, ha sido atacado por sectores conservadores de una manera visceral, mientras se celebraban las dificultades del realizador para el logro de su distribución.
La Hipatia de Ágora insiste en su observación de los cielos y en su conclusión de la elipse como móvil del planeta. Con ello desmorona una concepción de mundo, de una manera mucho más peligrosa que la que suponen tanto los dogmas ciegos como las armas asesinas. Además, Hipatia predica en su escuela, por fuera de todo culto que no sea más que el del pensar, sin ofender el credo de nadie, bajo la égida que supone la equidad entre los miembros del grupo.
Hipatia, entonces, como mártir cierta –y no construida como efigie mentirosa, sacra, y que esconde a un asesino-, que preludia a tantas otras brujas, a tantos otros filósofos, mientras asume las consecuencias del uso de su palabra. Así como hiciera Sócrates, también Bruno, Galileo, y tantos más.

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