domingo, 31 de marzo de 2013

Game of Thrones antes de la Temporada 3


La mano del Rey

La saga de George R. R. Martin se convirtió en un éxito en números de audiencia televisiva y en cantidad de libros vendidos. Pero más allá del furor que despiertan sus aventuras constituye un desafío de juego intelectual, de referencias históricas cruzadas, de indagación en la condición humana. Además, tanto en el libro como en la serie, el entretenimiento está garantizado.


Por Leandro Arteaga

I.
A grandes temas, grandes personajes. Encarnaciones mayúsculas para dilemas mayúsculos. Así entendía Orson Welles a los reyes de Shakespeare y de igual modo, diremos, a los suyos propios. Teatro, Cine, Literatura. Y Televisión.
No se trata de situar analogías equivalentes. Pero es cierto que Game of Thrones, serie éxito de HBO, apunta por lugares de raigambre similar. Hay un espíritu u olor podrido que atraviesa tales instancias. Su autor literario se llama George R. R. Martin (Bayonne, New Jersey, 1948), de extensa carrera, productor televisivo, y con una espada que cuelga sobre sí respecto de la continuidad misma de Canción de hielo y fuego: serie de siete libros iniciada en 1996 sobre la que Game of Thrones descansa. El quinto título –Danza de dragones- salió de imprenta recién a mediados del año pasado.
No se trata de libros “pequeños”, sino de verdaderos bloques que oscilan entre las 700 y –tal es el caso de Danza de dragones– las mil páginas. Pareciera que, entre tanto revés del destino como el que sufren y procuran en aras del poder sus personajes, hay y habrá mucho de papel escrito por parte de G. R. R. Martin. Mientras, y según el propio autor, todo surgió a partir de una imagen inconexa, sin antes, sin después: cachorros de lobo huérfanos. A partir de allí, lo demás.
Y lo demás fue creciendo de manera gradual, entre lectores y escritor, junto a un mapa de fantasía/hechicería medieval cada vez más delineado, así como enrevesado y convulso. Tal es lo que supone la pugna constante entre los Siete Reinos de Westeros, suerte de no-lugar cercano a la vez que lejano de confines literarios similares como la Tierra Media de El Señor de los Anillos o la Era Hiboria de Conan el Cimmerio. “Creo que toda la fantasía moderna deriva de Tolkien”, dice Martin. “Ha sido imitado e imitado e imitado, y muchos de esos imitadores lo entendieron mal. Toman elementos de sus libros y eliminan los aspectos que los hacen interesantes. En mi opinión, terminan por producir trabajos muy inferiores.” (1)
El seguimiento de culto que los libros de Tolkien tuvieran –con los hippies como lectores de privilegio– despertó también en Canción de hielo y fuego. En el caso del primero, el film animado de Ralph Bakshi (1978) sumó colores lisérgicos e imaginería de cómic, hasta la aplanadora supuesta por las tres películas de Peter Jackson, cuya masividad y merchandising terminaron por dejar atrás aquel subterfugio inicial entre lectores y libros.
Las novelas de George R. R. Martin, en este sentido, son causal de una relación desigual, donde la masividad televisiva ha supuesto un aliciente mayor. Canción de hielo y fuego es a Game of Thrones tanto como esta última es a la primera. Entre uno y otro ámbito se ha establecido un ida y vuelta de continuará repartido, retroalimentado. Un juego semántico, de referencias cruzadas entre lector y espectador. Un diálogo estético –en suma– entre imágenes audiovisuales y literarias.
Y el resultado es feliz.


II.
Un repaso por algunas de las series mejores de la pantalla norteamericana arroja títulos como Los Soprano, Six Feet Under, Mad Men, Boardwalk Empire, Luck, y más. Todas de HBO. En otras palabras, la televisión toma hoy el relevo y da cuenta de una calidad que el cine estadounidense ya no tiene. Perdido en boberías teenagers, embriagado de artificios digitales, el cine ha perdido terreno o, por lo menos, hubo de olvidar aquel sabio rasgo por el que la televisión viene en su rescate: la artesanía narradora.
No se trata de señalar, como habitualmente ocurre, a la “virtud narradora” como definitoria del cine norteamericano, sino que, en todo caso, ésta se deduce de una comprensión particular sobre el montaje cinematográfico. (Este consejo nos lo da Deleuze, y viene bien aprehenderlo). A partir de allí, el storytelling característico. Vértigo narrativo que conjuga situaciones paralelas, que desordena y reordena. Simultaneidad narrativa que Game of Thrones traza de forma megalómana.
¿Cuántas historias? ¿Cuántos personajes? ¿Cuántos nudos argumentales? Muchas, muchos, y muchos. Más un cauce final que es el que tan preocupado tiene a los fans del escritor, dada la ausencia virtual de los dos últimos libros. Y en otras palabras, y ya como rasgo general: ¿Quién no se ha dejado seducir por el maremágnum narrativo que la mayoría de las series actuales propone? ¿Y las ganas latentes que el “continuará” provoca?
“Continuará” cuyas raíces –folletín, historietas, serials cinematográficos- encarna en las series y de manera justa con el público. El semana a semana procrea una familiaridad hogareña, de sapiencia puntual, de seguimiento incondicional. La inmediatez de Internet viene ahora a oficiar de otra manera en el asunto. Foros de discusión, blogs, debates sin fin, bravucones sin nombre. Nada mejor como parámetro del interés automático que las tecnologías permiten entrever. Si los antaño lectores corrían, literalmente, a recibir los nuevos capítulos del ingenio de Dickens, son ahora las correrías virtuales de la descarga digital las que ofician de modo simétrico (más de tres millones por episodio). Los personajes, en tanto, viven un tiempo que construyen a lo largo de sus capítulos así como los telespectadores en su día a día. Unos devienen con otros.
Término de temporada y, entonces, desespero de meses. ¿Cómo vivir sin saber qué habrá de ocurrir a los héroes?
¿Héroes? ¿En Game of Thrones? Sí. Héroes.


III.
Westeros permite una evocación histórica lo necesariamente difusa como para re-crear un mundo añejo, pretérito, casi parecido a un tiempo ido, de historia asible e inasible. También con la promesa de algún dragón al vuelo, visión a su vez mítica de este mundo de reinos en pugna.
En este sentido, Canción de hielo y fuego se encuentra cercana al espíritu de Michael Moorcock en Gloriana (de 1978, editada recientemente por Edhasa). Allí, el escritor inglés recrea una Inglaterra que es y no es la de Isabel I. Un clima ambiguo rodea a la reina, blanca como la luz, de sed sexual triste. Las paredes de Albión, reino de Gloriana, guardan secretos que, por olvidados, justifican su corona. Westeros, entonces y casi, como ese arrojarse al pozo de podredumbre, con un sustento de ecos lejanos que remiten a la Guerra de las Rosas, influencia histórica declarada por el mismo G. R. R. Martin. Con piezas de ajedrez en tensión constante. Más una gran muralla que se intuye como final de tablero, custodiada por guardianes y por relatos de nodrizas.
Cada género narrativo –y dejemos a un breve costado la hermandad y dicotomía entre géneros cinematográficos y televisivos– contiene un cúmulo de reglas y de lugares comunes. Las series los han abordado a todos y, al hacerlo, provocaron recreaciones felices (agreguemos, sin orden, Fringe, Deadwood, Boss, Breaking Bad, The Walking Dead, etc., con puntos sísmicos previos en Twin Peaks, X-Files, Lost). Game of Thrones, también, en esta lista grande de grandes títulos. “Creo que en su uso actual, la fantasía épica aparece como un rótulo con el que editores y librerías distinguen un producto que nosotros escribimos: historias con castillos, espadas y, algunas veces, con duendes y enanos; bueno, en mi caso con sólo un enano”, dice Martin. (2)
El “enano” es Tyrion Lannister (Peter Dinklage), quien consciente de su “diferencia” busca maneras que le permitan, así como Hobbes lo entendiera en su Leviatán, suplirla. Lee para adelantarse a los hechos, afila su lengua para las buenas réplicas. Como si fuese el alma de los reinos todos, hundidos como están en un pantano cada vez más movedizo, Tyrion parece atisbar algo más sobre lo que nadie sabe. Nadie tan bueno, nadie tan malo, o todos muy malos. Como señalara Willa Paskin en Salon.com: “Tyrion es el más cínico y manipulador, está mejor preparado para sobrevivir. Es la clase de personaje que la audiencia celebra dentro de la serie.”
El clan Stark como contracara de los Lannister, con el bueno de Sean Bean a la cabeza, llamado a ser la “Mano del Rey”. Lobos y leones. Con hijos de uno y de otro lado y por todos lados. Alianzas y traiciones en aras de una perpetuidad carente de escrúpulo. Todos héroes de un relato oscuro por raído, caído. Héroes que son ángeles sin alas, que chapotean en un barro de ciénaga colectiva. Más un rey, monarca de King’s Landing (Mark Addy), que revienta de ostracismo, de vino y de jabalíes.
La estela de fuego dice de la vuelta de los dragones. Las osamentas gigantes los recuerdan. Huesos que hablan desde un casi olvido. Pero que también descansan en la promesa de tres huevos. Daenerys Targaryen (Emilia Clarke) espera el vuelo del dragón adulto, lista para adueñarse del aire. Y esto, sólo una parte de la profusa caracterología que todo Game of Thrones dispara, con muchas apariciones repentinas, sin otra presentación que el conocimiento previo de los personajes. Una más: el niño y sus diez años de amamantamiento materno: ella, sobre el trono, altiva, ¡y en tetas!
A propósito de bebidas, en Game of Thrones, que se sepa, nadie bebe agua. Sólo cerveza, vinos. Jamón, mucho animal muerto, algunos manjares, abundan en mesas y en orgías de ingredientes bestiales, muy sexuales. Las escenas más calientes de la serie escapan a la tontería purista de la que se ha contagiado el cine. Y aún cuando los rostros y cuerpos vistos se adecuen a un prisma de belleza actual, la ilusión rápidamente se rompe en función de un poder corroído. Coitos simulados, vejaciones, manipulación, falsa sumisión. E incestos.
Entonces, y por fin, si el inicio mismo de Game of Thrones descansa en el descubrimiento de este último aspecto, motivo suficiente para una muerte que no es y para las sospechas que siempre han estado, ¿qué más decir de lo que a partir de allí deviene?
Una tercera temporada está en marcha. Faltan dos libros más. Y el invierno promete ser todavía peor.
Qué bello.


(1) “'Game of Thrones' Exclusive! George R.R. Martin Talks Season Two, 'The Winds of Winter,' and Real-World Influences for 'A Song of Ice and Fire'”, por Josh Roberts (01/04/2012), en http://www.smartertravel.com/

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