sábado, 24 de diciembre de 2011

Las acacias (Pablo Giorgelli, 2011)


Un viaje de destinos predecibles


Las acacias
Argentina/España, 2011
Dirección: Pablo Giorgelli. Guión: Pablo Giorgelli, Salvador Roselli. Fotografía: Diego Poleri. Montaje: María Astrauskas. Intérpretes: Germán de Silva, Hebe Duarte, Nayra Calle Mamani. Duración: 92 minutos.


Por Leandro Arteaga


Pareciera que a Las acacias ya se la ha visto antes. Es decir, desde la premisa que predispone al relato, y que orienta hasta al espectador más desprevenido, nada puede ser más distinto o sorprendente que lo que refiere a un viaje compartido entre un camionero y una joven madre. Desde Asunción hasta Buenos Aires. Pasajera obligada por encargo del patrón. Un bebé a cuestas acerca del que nadie le avisó. Y si bien con ánimos de malestar en un principio, tanto gradual como consecuentemente habrán de ocurrir su aligeramiento y candidez final.
Entonces, Las acacias es lo antes expuesto, nada diferente. ¿Qué más decir? Que la construcción del guión, la concreción del relato, es sostenido y que maneja muy bien los tiempos. Desde un primer y abúlico comienzo de viaje -la ruta monótona que invita al adormecimiento, que contagia la frustración de rutina del protagonista-, pasando por un sostén armónico medio –los atisbos de diálogo, las primeras sonrisas, los encuadres de cámara compartidos-, hasta el desenlace inevitable con promesa de algo más.
Este “algo más” aparece de maneras diversas a lo largo del film de Pablo Giorgelli: se descubre, mientras encubre, desde datos pequeños y guiños apenas. A través de los tics o modos de Rubén (Germán de Silva) –la higiene, la soda, el hijo, las fotos, la bicicleta, el cigarrillo, el Gauchito Gil- tanto como los de Jacinta (Hebe Duarte) –los bolsos, las empanadas con pan, los nueve meses, la prima, la promesa de trabajo, un diálogo de almuerzo-, sin olvidar los que corresponden a la pequeña Anahí –el padre ausente, o la tapa del termo su juguete preferido-.
Hay, por eso, un guión pensado, ajustado, así como situaciones que seguramente habrán sido contempladas y reformuladas a partir del suceder mismo del film, rodado desde las premisas de una road-movie. Más aún respecto de lo que significa la participación del bebé, auténtica actriz desprovista de cualquier amaneramiento o condicionante. Lo que provoca, por un lado, la sorpresa ante la manera desde la cual –aquí la tapa del termo- Anahí deja de llorar; o la articulación del montaje al buscar coincidencia –evidente por anunciada- entre el bostezo de la niña y el de Rubén (aquí la situación menos interesante, por irreal, desde el punto de vista cinematográfico).
Así como muchos otros premios internacionales, Las acacias ha obtenido varios galardones en el Festival de Cannes, entre los que distingue la Cámara de Oro. No son méritos menores, sino expresión de un film que ha conseguido tanto el entendimiento entre sus actores/personajes centrales así como respecto de la pluralidad de espectadores y juicios críticos. Su sencillez, tal vez, oficie como vínculo clave, con una sonrisa de esperanza final que, por brillar y a juicio de quien esto escribe, empaña lo que podría haber sido más turbio.

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