Box, aviones, el tango y una puerta
A partir del beneficio económico del programa Espacio
Santafesino, cuatro nuevas producciones tienen su estreno. Ficción, documental
y animación, en manos de realizadores notables.
Por Leandro Arteaga
El programa que Espacio
Santafesino propone para la función de mañana, a las 20.30 en Cine El Cairo
(Santa Fe 1120) –con repetición en mismo horario el sábado–, es una muestra
excelente de lo mucho que se produce a nivel local. En otras palabras, y al
decir de Alain Badiou, mirar una película es mirar dinero en pantalla: si el
dinero no está, la película tampoco. Por eso, a celebrar el sostén anual que
significa el subsidio del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia.
La función en
continuado, con entrada libre y gratuita, permitirá apreciar el nuevo trabajo
de Elena Guillén: Camino al aeropuerto.
Y acá el cronista se detiene con la mejor predisposición, porque el anterior y
primer cortometraje de Guillén, Cuatromil,
resultó una revelación feliz, capaz de delinear un sismo de tensión a partir de
la relación entre un padre y su hija. En Camino
al aeropuerto, la apuesta deviene ahora un diálogo de direcciones opuestas,
con el foco puesto en la pareja que interpretan Paula
García Jurado y Ricardo Arias. El
título dice sobre el destino del argumento, pero no sobre el cómo. Qué sucedió o
sucederá, dados los ánimos encontrados, de decires interlineados, donde lo que
se escucha no es lo que se dice. Una puesta en escena de espacios sin aire, con
planos cerrados, de cápsula que asfixia, hacen del trabajo de Guillén (10
minutos) un hundirse lento. El despliegue de la cámara y la dirección fotográfica
(Pablo Romano y Cristian Ferreira da Cámara, respectivamente) logran una
consonancia justa. Se trata de un relato preciso, de paréntesis, con puntos
suspensivos. Es esto, precisamente, lo que logra la realizadora: escarbar en lo
inmediato y filmar la incertidumbre. Admirable.
Por su parte,
Francisco Pavanetto retrata en El gato
cósmico al final (14 minutos) otra relación de pareja pero en términos
diferentes, de esos con los que su obra tiene costumbre, teñida como está del
registro fantástico (Otros mundos, El Hombre Apnea). Martín Fumiato y María Eugenia Solana componen a estos
personajes de vida en una casa vieja, grande y en blanco y negro. Pero una
abertura caprichosa, que escapa a los puntos de fuga usuales, les amenaza. Como
una herida en la pared, a punto de caerse o de devorarlos. El gato sabe algo,
mientras camina por ahí, se aparece sin permiso, y mira. Una mezcla entre la
ventana de Parque Chas (la historieta
de Barreiro y Risso) y la cabina de Doctor
Who. Qué más hay, no es algo que interese responder. En todo caso, mejor
abrir la puerta y dejarse llevar. Y todo se transforma.
La
animación llega de la mano de Maia Ferro con La gallina clueca (11 minutos). La acción se sitúa en plena década
del ’50, en el barrio Refinería. El puerto, el tango, la muchachada y un
casamiento. El peligro de algún secreto sin confesar está por allí rondando.
Todo esto desde un encantador eco gráfico con reminiscencias al gran humorista
Calé, patente en el diseño que de los personajes realizara Diego Fiorucci; pero
también con la suficiente sensibilidad como para hacerles habitar una Rosario
en camiseta –Calé era rosarino, al fin y al cabo– de fondos estilo Chuck Jones
o la UPA (el
extraordinario sello de John Hubley), en manos de Melisa Lovera. Una seductora recreación
de época capaz de hacer habitar gags y melancolía. Con La gallina clueca, Maia Ferro (La
quietud empalaga, cleta, La bici)
también articula una coproducción entre Cooperativa de Animadores Rosario y
Tembe Colectivo Cooperativo, de Santa Fe.
Finalmente,
el boxeo femenino protagoniza Bonitas,
unitario para TV (28 minutos) de Arturo Marinho. Desde una mirada atenta a
asociaciones insospechadas, a momentos casi suspendidos, a lo que está por
suceder (pero sólo para el que espera paciente), el trabajo de Marinho acompaña
el trabajo y las ilusiones de las hermanas Bermúdez, de Villa Gobernador
Gálvez, en pleno entrenamiento hacia una gloria anhelada ni más ni menos que en
Tokio. La cotidianeidad, el barrio y el sudor, los entrenamientos diurnos y
nocturnos, el cuadrilátero y las piñas, la Iglesia y los tatuajes; todo se convierte en un
momento irrepetible, de tiempo dilatado, cuando quien mira es Marinho. Su
capacidad para extrañar los ambientes y a la vez articular un relato, da cuenta
de un recorrido profesional que crece, con ejemplos mayores como Detrás de la línea amarilla, Los degolladores y El amansador. Con Bonitas
hay un salto cualitativo más, capaz de articular simultáneamente registros como
el documento más puro con la ensoñación de la bruma por la noche. Sin perder,
nunca, el eje: la proeza del día a día de las boxeadoras, sus ánimos de fiera y
una belleza que golpea.
Cada uno de los realizadores, vale destacar, es
también guionista de su película. Guión y dirección como instancias recíprocas,
esenciales para la consecución de una obra. Es por esto que puede precisarse un
rasgo autoral compartido, así como repartido en maneras estéticas diversas. Una
pluralidad que beneficia, siempre, al que mira. Sea a través de la cámara así
como a la pantalla.