Filmar la
palabra que nace
Por
Leandro Arteaga
Una película, por lo general, presupone cierta
manera relacional con el espectador –contenida en el desarrollo argumental,
caracterizaciones, puesta en escena, montaje, música, etc.-. Es decir, hay una
suma de convenciones, de códigos, que se comparten y que prejuzgan al momento
de sentarse a ver cine. Todo esto ha sido consolidado así como dinamitado, una
y tantas veces más.
Los salvajes cuenta una historia y no
cuenta una historia. O, antes bien, deconstruye el parecer del espectador a la
vez que, parece, lo ratifica. El inicio mismo, casi prólogo, es evidencia de
esto. Los chicos huyen, balacera mediante, del correccional en el medio de la
sierra. Huida violenta, de montaje con vértigo. Con un plano que contiene, a
manera de saldo, al que dispara con su víctima, uno a cada lado del cuadro,
pequeños y de cuerpo entero, con el cálculo justo como para considerar el trayecto
de la bala a lo largo de todo lo ancho del cuadro hasta la caída mortal.
Acción, entonces. Hay cine donde hay acción.
Pandilla huidiza, bribona, adolescente. ¿Qué más habrá de ocurrir? En medio de
la naturaleza, en camino hacia ningún lado, encuentros fortuitos mediante (y
uno de ellos el que más y mejor dice, con Ricardo Soulé ermitaño), los
compañeros en el escape se miran, se dicen, se besan, se pelean. Pero todo
esto, de a poco y tan sensiblemente, se desgaja.
Lo de la sensibilidad sólo es posible porque se
trata de una mirada poética. Como si de dejar que las imágenes puedan respirar
se tratase. Es verdad, las imágenes de Los
salvajes respiran, se humedecen, se consumen. Un cine de contacto natural,
cierto, metafísico. Para este último rasgo, primero habrá de desgajarse, se
decía. Sacar tantas capas como sean posibles de lo que el prólogo-secuencia prometía.
Sólo así lograr después un abismarse que, si el espectador quiere, también
habrá de ocurrir en él.
Entonces, si la progresión argumental indicaría un
camino habitual, la película de Alejandro Fadel lo desarma. Le va quitando lo
que lo haría funcionar en tal sentido. La banda fugitiva se convertirá en
ánimas solitarias. Porque sólo será posible quedar sin palabras allí cuando
cada uno se enfrente consigo mismo. El diálogo a ocurrir será íntimo, para cada
uno, de maneras distintas. En comunión, como se refería, con los elementos
naturales.
Deshacer, por eso, una huída que –Increíble hombre menguante de por medio-
habrá de acallarse para dejar que el fuego ritual surja en medio de la noche.
Una vez allí, al fin, el silencio. Y el cine, se sabe, es el único medio que
puede filmarlo. Filmar el silencio. Un grado cero desde el cual, ahora sí,
volver a contar la historia. Esto es, la palabra.
Los
salvajes
Argentina,
2012. Dirección
y guión: Alejandro Fadel. Fotografía:
Julián Apezteguía. Música:
Sergio y Santiago Chotsourian. Montaje:
Andrés Estrada y Delfina Castagnino. Intérpretes:
Leonel Arancibia, Roberto Cowal, Sofía Brito, Martín Cotari, César Roldán,
Ricardo Soule. Duración:
130 minutos.
Salas:
Cine El Cairo
10
(diez) puntos
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