Postura ética
y mirada estética
El estreno de Infancia clandestina en Rosario fue acompañado por la presencia
de su realizador, Benjamín Ávila. La visión generacional, el espejo raro del
cine, las emociones, la política.
Por
Leandro Arteaga
Tipo de palabras seguras, Benjamín Ávila. No
titubea, mantiene su decir inalterable –aún cuando colegas periodistas no conozcan
la necesidad del silencio mientras se entrevista-, y dispara sentencias tales
como “no lo entendí a Prividera”, cuando este cronista le refiere el texto que el
director de Tierra de los padres le
dedicara a Infancia clandestina en el
suplemento Radar, de Página/12, del 23 de septiembre. “Traducímelo porque no tengo
idea de qué habla, lo leí tres veces y no lo entiendo. Igual lo agradezco.”
-No sé si
puedo explicarlo, pero pienso en situaciones en las que a mí, como espectador,
me envolvía tu película: la escuela, canciones, himnos, Malvinas, el gauchito
mundialista, así como el diálogo cinematográfico que se establece con La historia oficial.
-Hay una visión generacional. Si bien este punto de
vista sobre la época se ha abordado –Kamchatka,
Andrés no quiere dormir la siesta-,
creo que la gran diferencia es una ausencia de mirada culpógena. Nosotros no
miramos nuestra infancia desde un lugar de culpa o de angustia, así era nuestra
vida, la tomábamos con ese estado de normalidad. Entonces, eso es algo que por
un lado incomoda, pero por otro lado hay también una realidad muy fuerte donde
los espectadores se identifican, y eso hace que sea más interesante el proceso
de comunicación entre la película y la gente. La película no se sienta en el
lugar de la disyuntiva histórica, sino que viene a proponer un cotidiano que no
se conocía, todos esos condimentos ayudan a otra cosa.
-Pensaba en tu
historia de vida, en el cine como ese espejo medio raro, en la relación que hay
y que no hay entre los personajes con vos.
-Esa distancia es algo que ayuda mucho. Recuerdo que
alguien me preguntaba si había hecho catarsis, pero no, catarsis no, para eso
voy a un psicólogo, o lo hago con mi familia o en otros ámbitos. La distancia
con las cosas, con lo que sucedió realmente y esta construcción
cinematográfica, me ayudó mucho a despegarme, aunque inevitablemente mientras
filmaba atravesaba un momento donde el eco que sucedía en el rodaje traía voces
del pasado. Eso pasaba mucho, pero no era constante, y también me ayudaba esta
idea de que tal escena estaba construida para esto, para que el personaje diga
y haga tal cosa; es decir, había una función dramática, aunque realmente el
rodaje haya sido muy emocional. Yo dirijo haciendo cámara, no puedo hacerlo de
otra manera, y eso generaba un vínculo con los actores, una sinergia, muy
intensa, muy linda, de ida y vuelta, de no parar, había una cosa física muy
grande. Tengo anécdotas maravillosas de rodaje.
-Tu película
no declama, sino que cuenta “simplemente” una historia. ¿Tuviste instancias de
referencia?
-Creo que (Krzysztof) Kieślowski era un tipo extremadamente
simple y complejo. En lo que hace a un cine político, mis grandes referentes
son él y Ken Loach. Creo que el buen cine de Ken Loach es el que cuenta desde
su propia aldea, donde cuenta historias de Gran Bretaña, y las de Kieslowski son
todas sus películas. Me siento heredero de esas dos miradas estéticas, de
compromiso. Me parece que, claramente, nunca sería yo declamativo, no puedo
hacer una película con golpes bajos, me parece una falta de respeto manipular
formalmente la historia, cuando es algo que está tan ahí, como para tocarlo.
-También
porque se trata de hacer cine.
-Y también porque hay un lugar ético que conservar.
La relación con el espectador se tiene que trabajar desde un lugar ético: yo
tengo determinada postura y tengo que bancarme esa postura, ése es el lugar
ético más fuerte que uno debe tener con respecto a la película que se hace. No
tolero las películas que no tienen una posición tomada, esté o no esté de
acuerdo. Tenés que plantearte y plantarte desde un lugar, eso nos compromete. Si
empezás desde ahí, en todos los caminos que recorrés después hay una ética que
se impone, sea respecto de la decisión sobre qué tipo de actuación, qué tipo de
música, hasta sobre cómo se para la película ideológicamente. Todo eso marca la
decisión primaria, es decir, la cuestión ética de no traicionarse.
-Nunca se me
ocurriría pensar que filmaste pensando en el Oscar, si bien la posibilidad es
bienvenida.
-Estoy de acuerdo; de hecho, cuando me hablan del
Oscar yo digo Cannes, porque la película estuvo en Cannes, y eso es algo que me
hace tan feliz como esta otra posibilidad. El Oscar permite reconocimiento,
camino, difusión, y nos ayuda en el momento justo, cuando estamos estrenando la
película. Yo soy de los que dicen que hay que ocupar los espacios para generar
un debate, que no hay que parase en la vereda de enfrente. Yo me quiero cruzar
y hablar, me gusta generar ese debate.
-Me hacés
pensar otra vez en Prividera, lo digo por esto de asumir el discurso. En M él se pone frente a la cámara…
-Como no vi M,
no sé si Prividera es o no de la escuela de Albertina Carri. Sí vi Los rubios, y te puedo decir que estoy
en las antípodas de Albertina Carri. Si te hablo de ética, de postura,
Albertina Carri con Los rubios no lo
tuvo, la película que hizo es una falta de respeto a los hijos. Pregúntenle a
todos los hijos de desaparecidos, asesinados, a los nietos, qué opinan de Los rubios para que se den cuenta de que
esa película no tiene dimensión real del tema que toca, que es una
reconstrucción íntima, egoísta, puesta sólo en el ámbito personal, no hay
voluntad política ni ética a la hora de narrar. Hay riesgo narrativo -chapeau a la idea de poner a la actriz
haciendo de ella en el documental-, pero de ahí en más no hay nada nuevo o
interesante que pueda ofrecer la película. Me provocó mucho enojo y dolor.
-Me resulta
muy interesante lo que señalás, da cuenta de un cine que comienza a discutirse,
a dialogar consigo mismo.
-Es que la política está volviendo…
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