Filosofía para la revolución de mayo
A partir de un análisis riguroso de los medios de comunicación durante la revolución de 1810, la investigadora Silvana Carozzi examina la referencia filosófica como legitimación revolucionaria.
Por Leandro Arteaga
“La revolución necesita de la prensa para salir de Buenos Aires; además de las campañas militares hace falta la campaña periodística, la construcción de una opinión pública, algo que hasta ese momento era inexistente” apunta la docente e investigadora universitaria Silvana Carozzi a Rosario/12 como uno de los lugares relevantes que aborda su libro Las filosofías de la Revolución. Mariano Moreno y los jacobinos rioplatenses en la prensa de Mayo (1810-1815), que edita Prometeo, y que se presenta este jueves (30/06), a partir de las 18.30, en el Salón de Actos de la Facultad de Humanidades y Artes, UNR (Entre Ríos 785).
“Para eso está La Gaceta con la famosa frase de Tácito con la que Moreno la encabeza: “A la rara felicidad de una época en que puede pensarse lo que se quiere y decir lo que se piensa”, porque no tengo dudas de que Moreno siente que está viviendo un raro tiempo de felicidad”, agrega Carozzi, así como destaca su interés particular por “analizar la revolución viniendo de la filosofía y no de la historia, donde sí hay mucha bibliografía.”
“En este libro trabajo a Bernardo de Monteagudo, a Mariano Moreno y a Manuel Belgrano, los tres “jacobinos”, algo que hay que decir siempre entre comillas porque se trata de jacobinos criollos, diferentes a los franceses. Son también los tres jacobinos que publicaron, que escribieron en la prensa; en este sentido, el libro es además un trabajo sobre los medios de comunicación de Buenos Aires entre 1810-1815. Cuando comencé a trabajar en Monteagudo, también traté de ver cómo Monteagudo procesa, presenta y valida la filosofía que lee. Lo que me interesó fue su “biblioteca”, su nómina de lecturas filosóficas, y la forma de la recepción de la filosofía, algo que después amplié hacia todo el grupo morenista: en qué consistió la biblioteca de cada uno, qué libros de filosofía leyeron, cómo los leyeron; lo que equivale también a pensar por qué de algunos autores ellos ocultan el nombre mientras que de otros hacen alarde, cómo los cortan y los pegan, cómo los modifican.”
-¿De qué maneras aparecen estas referencias?
-En La Gaceta basta con decir “como dice un gran pensador” o “como dice un gran filósofo”, una frase se repite sin que haya ninguna obligación de mencionar al autor. Hay un juego de gestos: el explícito, el ocultativo, la clandestinización, la utilización por la ventaja teórica; todo esto habla de la posibilidad de que la doctrina aludida ofrezca un mirador, una luz, una lente a estos actores que están en el medio de una confusión, de una tiniebla del acontecimiento que es máxima. Es como una avalancha que se les viene encima a partir de las abdicaciones, en Bayona, de la casa reinante. Tal como lo dice Halperín Donghi, esto es un efecto a distancia de la caída de la monarquía española, pero la pregunta está en qué hacer, y en qué medida la lectura de la filosofía los pueda ayudar.
-¿Hay necesariamente coincidencia entre las lecturas elegidas?
-Cuando Monteagudo entra en La Gaceta -fallecido Moreno- el morenismo modificará su agenda. Por eso hay que empezar leyendo a Moreno para saber cuáles son sus preocupaciones y ver después qué pasa con esa “biblioteca”, si se acude a la misma o si se la modifica, si se la vulnera, algo que yo creo efectivamente ocurre. Investigar los periódicos en los que participa Monteagudo, La Gaceta de Moreno, y el Correo de Comercio de Belgrano, me permitió ver que se trata de un grupo bastante heterogéneo, en donde la unidad viene dada por la acción antes que por las referencias filosóficas o lo que podrían ser los marcos intelectuales o teóricos. Otra cosa que sostengo en el libro es que Moreno no es el traductor de El Contrato Social de Rousseau, otra de las controversias que nunca consiguió cerrarse. Moreno hace editar el Contrato siendo Secretario de la Junta Gubernativa, en la Imprenta de Niños Expósitos; lo edita para que se lea en las escuelas, lo prologa y le quita un capítulo, pero nunca dice que él lo haya traducido. Los morenistas “fuertes” han entendido que le agregaban méritos a Moreno torciendo su misma palabra, pero creo que es algo que no hace falta para confirmar ni su grandeza histórica, ni su gesto rousseauniano. La prueba está en que cuando Moreno se muere, el libro inmediatamente se prohíbe, y los ejemplares que están dando vueltas se capturan y se queman.
En Rosario/12 (29/06/2011)
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