Como si se tratase de un océano humano
Medusas
(Jellyfish)
Israel/Francia, 2007. Dirección: Etgar Keret y Shira Geffen. Guión: Shira Geffen. Fotografía: Antoine Héberlé. Música: Christopher Bowen. Montaje: Sasha Franklin, François Gédigier. Intérpretes: Sarah Adler, Nikol Leidman, Gera Sandler, Noa Knoller, Ma-nenita de Latorre. Duración: 78 minutos.
Si bien la posibilidad de filmar este largometraje no era algo previsto por el escritor israelí Etgar Keret, los frecuentes rechazos que el guión de Medusas recibía (escrito por su mujer y poeta Shira Geffen) terminaron por decidirlo. Algo de experiencia tras las cámaras ya lo cimentaban: el mediometraje Malka Lev Adom (1996), además de trabajar copiosamente en la escritura televisiva y de historietas.
Fue así que junto con su esposa terminaron por llevar a la pantalla un film que les significó, entre otros méritos, la Camera d’Or del Festival de Cannes. Además de una carrera cinematográfica que continúa, dada la coparticipación de ambos en el largometraje coral Stories on Human Rights (2008), junto a otros realizadores como Walter Salles y Pablo Trapero.
Medusas expone la ciudad de Tel Aviv como escenario de diferentes historias, la mayoría femeninas, surcadas por el trazo del agua como referencia. Una referencia que puede ser huidiza, tal como el primer encuadre del film nos propone: la pareja rompe el vínculo y el fondo acuático que les rodea se va con él. Hay también otras instancias donde ocurre lo mismo, como si el agua fuese un algo inasible que se apresa inútilmente y que, cuando entre los marcos de un cuadro, engaña con ilusiones.
Las distintas historias de Medusas habrán de apelar a la necesidad de, todavía y como sea, poder respirar. Sea tanto para lo que toca a la mujer joven y sola, afectada por la gotera del techo y la niña que emerge de entre olas anónimas; como lo que comporta a la inmigrante filipina, obligada a cuidar de ancianas que la maltratan mientras sueña con su hijo lejano y la promesa del reencuentro; como también la fotógrafa que elige mirar donde nadie lo hace para descubrir algo diferente; o la esposa reciente que no tolera soportar su reposo obligado ante la libertad de movimientos del marido.
Historias que repercuten unas sobre otras, que vislumbran un fresco mayor, más complejo y contradictorio. Porque allí donde se notan las diferencias y el maltrato –como el que merece la mujer inmigrante o la empleada- puede que también provoquen las situaciones opuestas. Pero todo ello sin dar cuenta de una necesidad de explicación mayor o colectiva, sino simplemente por medio de elementos que interactúan unos sobre otros mientras provocan un dibujo que, también, desdibuja.
En este sentido, puede apreciarse el interés mayor que provoca Medusas, porque es allí cuando la película se vuelve casi surreal, con instancias que se justifican por sí mismas y que potencian el relato hacia lugares insospechados. Observar cómo la pequeña niña traída por las olas resuelve el problema de la gotera es un hallazgo –que luego tendrá su correlato y que servirá para ahondar más en otro de los personajes-. Así como la lectura de una escritura que confundimos con otro personaje, merced al encuadre con el cual el film nos engaña; cuando finalmente conocemos la última de las palabras escritas, la vida y la muerte juegan allí sus cartas. Nada es lo que parece.
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