domingo, 29 de marzo de 2009

Coraline (2009, Henry Selick)


Una puerta entre sueños y pesadillas


Coraline y la puerta secreta
(Coraline). EE.UU., 2009. Dirección: Henry Selick. Guión: Henry Selick, a partir de la novela de
Neil Gaiman. Fotografía: Pete Kozachik. Montaje: Christopher Murrie, Ronald Sanders. Música: Bruno Coulais, They Might Be Giants. Voces: Dakota Fanning, Teri Hatcher, Jennifer Saunders, Dawn French, Keith David, John Hodgman. Duración: 100 minutos.


Si El extraño mundo de Jack (1993) supuso la colaboración creativa entre Tim Burton y Henry Selick, podríamos decir que en Coraline ocurre otro dueto maravilloso entre Selick y el espíritu fabulesco del escritor inglés Neil Gaiman.
Basada en la novela que Gaiman publicara en 2002 -más una reciente traslación bellísima en historieta, con dibujos de P. Craig Russell-, Coraline nos propone adentrarnos en ese otro lado que tanto nos seduce como espeja. Atravesar el reflejo, así como Alicia, para descubrir –como lo hacía el personaje de Lewis Carroll- que “lo que está a la izquierda se sitúa ahora a la derecha, y lo que está a la derecha lo hace a la izquierda”. Cuando la niña decida cruzar el pasadizo, se encontrará con la copia exacta de la casa que abandona (grande, solitaria y raída, con padres autistas en sus monitores de computadoras), pero sin embargo…
Entonces Coraline se vuelve un cuento de hadas tan oscuro como el mejor. Con las referencias claves como para reencontrarnos con la bruja encantadora y llena de golosinas, perversa de modo gradual, capaz de seducir desde el hechizo a tantos más, intérpretes todos de este otro lado oculto y mentirosamente hermoso. Bruja amante, a su vez, de los juegos y los desafíos, clave que sabrá encontrar esta niña solitaria para enfrentar sus miedos y aceptar, porque es ésa la historia que se nos cuenta, su realidad familiar.
Porque lo que corroe a Coraline es su incomprensión del mundo inmediato: adulto y arrutinado. Si bien los padres, gracias a la niña, serán liberados del hechizo y vueltos a su “verdad”, no tendrán interés alguno acerca de lo ocurrido. Pero Coraline sabrá, entonces, qué es lo que anida bajo este manto familiar, sólo preocupado por arreglos florales teóricos. Los amigos lejanos, ausentes por una mudanza forzada, ya no estarán. Y si bien el desenlace nos permite mirar de otra manera, algo más esperanzada, con flores que brotan de la tierra árida, lo cierto es que la niña asumirá, finalmente, que su suerte familiar es ésta y ninguna otra. Lo demás es sueño o pesadilla. De acuerdo con el lugar del espejo desde el que miremos. Cuál es la realidad. Cuál la fantasía. Coraline o Caroline. Así le dicen, así la confunden. Y las lágrimas de Alicia que nos vienen a la memoria junto a su súplica desesperada: “¡soy real, soy real!”
Mención aparte merecen los personajes que deambulan por el film, tanto el amaestrador atlético de ratas como las dos viejitas gordas, embalsamadoras de mascotas perrunas y lectoras de la fortuna. Una maravilla. Tanto como el prólogo con el que el film nos recibe y alerta. Porque ésta es una historia para niños. Adultos, precaverse.
Más la artesanía stop-motion del film, cultivada por el realizador en la mencionada –y ya absolutamente clásica- El extraño mundo de Jack y en Jim y el durazno gigante (1996), lo que nos permite ser parte de una fantasía cuya manufactura, muñecos y maquetas, encanta aún más que cualquiera de los hechizos de toda bruja.


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