domingo, 29 de marzo de 2009

Sopa de cristales (Jonathan Carroll, 2005)


Intentar hablarle al tiempo




Sopa de cristales

Titulo original: Glass Soup
Autor: Jonathan Carroll
Ganador de los premios:
World Fantasy, Stoker , British Fantasy
Traducción: Fanny Hernández Brotons
Fecha de publicación: febrero
de 2009
Formato: 23 x 15 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 352
PVP: 20,95 €
ISBN: 9788498004472
Colección: LINEA MAESTRA Nº: 16
Género: Ficción surrealista
Otros idiomas: Más de veinte



“Dos mujeres atractivas en un restaurante bueno hablando de un amante que habían compartido. Ambas sabían historias sobre Simon Haden que la otra no había escuchado. Ahora que estaba muerto, podían contárselas.”
p. 39

Cuando nos adentramos, tras las primeras páginas, en el mundo del -a todas luces- anodino, rutinario, y ya carente de sorpresas Simon, aparecerán sin embargo, y de a poco, los atisbos de algo diferente, surreal y delirante. Sólo es cuestión de tiempo para Simon darse cuenta. También para nosotros. Ahora bien, ¿cuánto tiempo habrá de ocurrir para que Simon, finalmente, descubra lo que ocurre? No lo sabemos. Poco importa. Porque ya nos hemos adentrado en este otro mundo donde tiempo y lógica poca cabida tienen. Sobre todo si es que hablamos de una muerte construida desde sueños –y pesadillas- soñados en vida. Momento crucial que significa, claro, que ya nos hemos vuelto parte, tanto como Simon, del libro de Jonathan Carroll.
Y si bien el nexo convencional de apellidos entre Lewis Carroll y quien aquí nos ocupa (New York, 1949) pareciera ser una obviedad poco letrada, valga entonces como vínculo onírico, donde la figura del espejo juega un lugar fronterizo respecto de un más allá poético. Entre la vida y la muerte, entonces, transitaremos junto a los personajes de Sopa de cristales. Una gran mezcla de condimentos y especias agradables y repelentes, capaces de configurar formas asombrosas que desprendan otras nuevas e igualmente bellas. Y aunque goce dicha referencia de cierto hermetismo, lo que se procura es no revelar, precisamente, el significado del título y esencia del libro.
Porque es una historia que nos hace transitar entre dos mundos –el de la vida/el de la muerte, el de todos lo días/el de los sueños- seremos capaces entonces de concebir el libro de Carroll como un gran sueño en sí mismo. Acompañados por las peripecias de personajes que se aman, se enemistan, deducen, discuten y pelean por un orden que nos libere –aunque ellos lo ignoren- del deseo corruptor del caos.
Agentes de uno y otro bando se darán cita en esta pelea de inteligencias, mientras la llegada de aquél que es fruto de un vientre humano, de una mujer conocedora tanto de la vida como de la muerte, promete el equilibrio que el caos querrá mermar. Es así que a la manera de un caleidoscopio -donde aún cuando sus figuras nos disparan hacia sensaciones cualesquiera siempre habrá una noción intrínseca de orden-, Sopa de cristales desarma y rearma el vínculo entre sus personajes. Habrá amores y desamores, juicios y prejuicios, como si el encuentro –afectivo, sexual, amistoso, perverso- previo de cualquiera sea el paso necesario para el acercamiento posterior. Amar la persona equivocada para encontrar la adecuada. Donde la muerte será la prueba requerida para la búsqueda del ser amado y el quebrantamiento de leyes inviolables. Ruptura que será raíz, a su vez, de la gestación de un niño más el pleito por su tenencia. Puzzle orgánico, de piezas mórficas, que se miran –otra vez Alicia- en un espejo que les devuelve un mirar diferente pero, justamente, equilibrante.
Todo ello se respira en Sopa de cristales, más lo que significa la capacidad de Jonathan Carroll de narrar desde un tono fantástico ejemplar, respecto del cual el propio Neil Gaiman supiera señalar: “Carroll abre una ventana que no conocías y te invita a mirar a través. Te regala sus ojos para que veas con ellos, y te ofrece el mundo con toda su frescura, honestidad y novedad”. Carroll ha obtenido los premios Stoker, World Fantasy y British Fantasy. Reside en Viena y, leídas las referencias de encantamiento que la arquitectura provoca en los personajes de Sopa de cristales, debe estar muy a gusto. Nosotros, gracias a sus páginas, también.

Nota 1: El mar de madera, El museo del perro, Los dientes de los ángeles, Manzanas blancas, son otras de sus obras, todas editadas en español por La Factoría de Ideas.

Nota 2: no voy a dejar de jactarme respecto de lo que supone -para mi alegría- obtener una respuesta de parte del mismísimo Jonathan Carroll quien, amablemente y a partir de un mensaje vía mail y admirativo, me ha regalado las siguientes palabras:
"Thank you for your words. It's nice to know that my 'soup' traveled far away but still tasted good to a reader far from home. Keep moving, keep dreaming. JC."

Coraline (2009, Henry Selick)


Una puerta entre sueños y pesadillas


Coraline y la puerta secreta
(Coraline). EE.UU., 2009. Dirección: Henry Selick. Guión: Henry Selick, a partir de la novela de
Neil Gaiman. Fotografía: Pete Kozachik. Montaje: Christopher Murrie, Ronald Sanders. Música: Bruno Coulais, They Might Be Giants. Voces: Dakota Fanning, Teri Hatcher, Jennifer Saunders, Dawn French, Keith David, John Hodgman. Duración: 100 minutos.


Si El extraño mundo de Jack (1993) supuso la colaboración creativa entre Tim Burton y Henry Selick, podríamos decir que en Coraline ocurre otro dueto maravilloso entre Selick y el espíritu fabulesco del escritor inglés Neil Gaiman.
Basada en la novela que Gaiman publicara en 2002 -más una reciente traslación bellísima en historieta, con dibujos de P. Craig Russell-, Coraline nos propone adentrarnos en ese otro lado que tanto nos seduce como espeja. Atravesar el reflejo, así como Alicia, para descubrir –como lo hacía el personaje de Lewis Carroll- que “lo que está a la izquierda se sitúa ahora a la derecha, y lo que está a la derecha lo hace a la izquierda”. Cuando la niña decida cruzar el pasadizo, se encontrará con la copia exacta de la casa que abandona (grande, solitaria y raída, con padres autistas en sus monitores de computadoras), pero sin embargo…
Entonces Coraline se vuelve un cuento de hadas tan oscuro como el mejor. Con las referencias claves como para reencontrarnos con la bruja encantadora y llena de golosinas, perversa de modo gradual, capaz de seducir desde el hechizo a tantos más, intérpretes todos de este otro lado oculto y mentirosamente hermoso. Bruja amante, a su vez, de los juegos y los desafíos, clave que sabrá encontrar esta niña solitaria para enfrentar sus miedos y aceptar, porque es ésa la historia que se nos cuenta, su realidad familiar.
Porque lo que corroe a Coraline es su incomprensión del mundo inmediato: adulto y arrutinado. Si bien los padres, gracias a la niña, serán liberados del hechizo y vueltos a su “verdad”, no tendrán interés alguno acerca de lo ocurrido. Pero Coraline sabrá, entonces, qué es lo que anida bajo este manto familiar, sólo preocupado por arreglos florales teóricos. Los amigos lejanos, ausentes por una mudanza forzada, ya no estarán. Y si bien el desenlace nos permite mirar de otra manera, algo más esperanzada, con flores que brotan de la tierra árida, lo cierto es que la niña asumirá, finalmente, que su suerte familiar es ésta y ninguna otra. Lo demás es sueño o pesadilla. De acuerdo con el lugar del espejo desde el que miremos. Cuál es la realidad. Cuál la fantasía. Coraline o Caroline. Así le dicen, así la confunden. Y las lágrimas de Alicia que nos vienen a la memoria junto a su súplica desesperada: “¡soy real, soy real!”
Mención aparte merecen los personajes que deambulan por el film, tanto el amaestrador atlético de ratas como las dos viejitas gordas, embalsamadoras de mascotas perrunas y lectoras de la fortuna. Una maravilla. Tanto como el prólogo con el que el film nos recibe y alerta. Porque ésta es una historia para niños. Adultos, precaverse.
Más la artesanía stop-motion del film, cultivada por el realizador en la mencionada –y ya absolutamente clásica- El extraño mundo de Jack y en Jim y el durazno gigante (1996), lo que nos permite ser parte de una fantasía cuya manufactura, muñecos y maquetas, encanta aún más que cualquiera de los hechizos de toda bruja.


sábado, 28 de marzo de 2009

Carlos Nine (entrevista)



Dice Nine de sí ser una “especie de francotirador”. Pintor, escultor, ilustrador, historietista, cineasta. Un artesano que adoramos. Un artista superlativo. Para quien escribe esta reseña -añejo lector de Humi-, todo un acontecimiento: hablar, por fin, con el responsable de aquellas siniestras y bellísimas páginas de Humberto y Garrapié.
El gran Carlos Nine.










Nota realizada el 27/03/2009

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http://www.mediafire.com/?ntnmd1mzmzm

Gustavo Sala (entrevista)




Sus historietas nos resultan un desborde de incorrecciones políticas, de desenfreno y ocurrencias sinfín, pero con una artesanía y prolijidad (tal como señala en la nota nuestro amigo Pablo Colaso) notables. Desde la mesa de un restaurante porteño, entre el caos del bullicio y la promesa de visitar el baño, Gustavo Sala nos regala este diálogo.

Nota realizada el 27/03/2009


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http://www.mediafire.com/?2dx22mdo5jn

Radio Fantástica #1 - #2 (Carlos Abraham)


Carlos Abraham (1975) es Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Dirige la revista especializada Nautilus, y es autor del libro Borges y la ciencia-ficción (Quadrata, Bs. As., 2005). También publicó Estudios sobre literatura fantástica (2006) y La literatura fantástica argentina en el siglo XIX (2007). Ha sido premiado por la Asociación Internacional de la Fantasía en las Artes (IAFA) por su ensayo “Las utopías literarias argentinas en el período 1850-1950”. Ahora se encuentra preparando una historia del género en Argentina más otro libro sobre la editorial Tor.

Aquí comenzamos a compartir las charlas –increíbles- que nos ofrece Carlos. Un lujo p
ara el programa.

Blogs de Carlos Abraham:
http://museodeliteraturapopular.blogspot.com/
http://lanovenamusa.blogspot.com/
http://nautiluscf.blogspot.com/


#1 (Lint. Mágica, 20/03/09)
Argentina 1816, diario La patria argentina: Delirio (primer cuento de ciencia ficción), El Buenos Aires futuro (1879), Raimunda Torres y Quiroga y sus seudónimos, más la primera edición argentina de Batman y Superhombre.
http://www.mediafire.com/?mtzwtjtzwqm

#2 (Lint. Mágica, 27/03/09)
Revista Más Allá, el nexo entre Argentina y España, José de Elola, Césare Civita y Héctor Oesterheld.
http://www.mediafire.com/?2kokymbdmmm

Radio Dossier: Easy Rider (1969, Dennis Hopper)



El tronar de la motocicleta y el camino de asfalto. Escapar de la urbe y sus estupideces. Buscar un camino diferente. Y encontrar la respuesta más cruel. Pero en el medio de todo ello, eso sí, la solidaridad de todos los que viven al margen y sin las estupideces. Un film clásico, referente de toda una época. Lisergia, psicodelia y desparpajo.

Emitido en Linterna Mágica el 27/03/2009
Intervienen: Manuel Bendersky, Leandro Arteaga, con mostachos, patillas a tono, aire de cowboys, y chicas del Mardi Grass.

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Easy Rider Radio Dossier

domingo, 22 de marzo de 2009

Death Proof (2007, Quentin Tarantino)


Celuloide rayado pero cine aburrido


A prueba de muerte
(Death Proof)
EE.UU., 2007. Dirección y guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Quentin Tarantino. Montaje: Sally Menke. Maquillaje: Howard Berger, Gregory Nicotero. Intérpretes: Kurt Russell, Zoe Bell, Rosario Dawson, Vanessa Ferlito, Sidney Tamiia Poitier, Rose McGowan. Duración: 114 minutos.



Segmento del díptico Grindhouse -que conforma junto con Planet Terror (2007), de Robert Rodríguez-, A prueba de muerte de Quentin Tarantino conjuga aquellos elementos indispensables para los dobles programas que el realizador tanto añora y celebra: cine berreta, celuloide raído, y rollos faltantes.
Condiciones de proyección que han significado toda una experiencia cinematográfica y cinéfila. Títulos disparatados –que A prueba de muerte cita explícitamente desde sus decorados- producidos para alimentar un gigantesco y ya desaparecido emporio del autocine y el cine B. El proyecto Grindhouse, además, ya cuenta con films que se suman a su estética, como es el caso de la reciente Hell Ride (2008, Larry Bishop), con producción ejecutiva de Tarantino, y una guerra de motoqueros con cameos de David Carradine y Dennis Hopper. Un tour de force desprovisto de verosímil pero lleno de chicas desnudas. Con Carradine y Hopper concientes de lo ridículo del film.
Y si bien A prueba de muerte tiene algunos de aquellos elementos que uno disfruta (cine “sucio”, acción de matinée, autos clásicos), tanto como el protagónico del gran Kurt Russell (demente doble de cine -Stuntman Mike- que adora su Chevrolet negro y cadavérico, arma mortal para las mujeres que elige arrollar), nada de ello nos salva del tedio que provoca el film de Tarantino.
Hay ciertas situaciones que en Tarantino ya resultan no sólo reiterativas, sino cansinas. Tanto sus personajes post-pop-pulps (creíbles y divertidos a veces, aburridos otras tantas) o los largos diálogos, ocupados en aspectos irrelevantes, que se prolongan sin aportar nada que signifique peso alguno a la trama. De hecho, el argumento de A prueba de muerte se estructura desde una concepción dual y reiterativa. Es decir, el film se divide en dos partes absolutamente iguales, sólo las distingue su desenlace.
En este sentido, el quiebre lo marca un blanco y negro tan injustificado como el tipo de imagen límpida que, por contraste con el rayado de la primera parte, se observa de mitad del film en adelante. Como si fuesen dos capítulos en la vida de este psicótico “stuntman” de las pistas que sólo gusta de, decíamos, arrollar mujeres.
Sí puede uno quedarse, cómo no, con Russell y su cicatriz y su auto y su look añejo. También se disfruta la injustificada ilación de escenas que los primeros momentos del film ofrecen. Pero no hay nada que nos lo vuelva de veras interesante. Como si –seguramente- Tarantino haya jugado con los rasgos más incongruentes de aquellas películas que él tanto disfruta y los hubiese trasladado a un divertimento que, por personal, se vuelve abúlico hacia el espectador. Un gran capricho, tanto como el que supone volver primera actriz a la de veras doble de riesgo Zoe Bell.
Valga la contrapartida que supone Planet Terror, donde Rodríguez construye una historia en la que sí participamos y disfrutamos con los códigos más bizarros del cine de terror.

sábado, 21 de marzo de 2009

Radio Dossier: Who Framed Roger Rabbit? (1988, R. Zemeckis)


Película emblema de la comunión entre animación y acción real. Lugar de ensueño para quienes -como uno- queríamos ver juntos, alguna vez, a Daffy Duck con Donald. Aquí un recuerdo, comentarios, nuestra admiración por Tex Avery, y la mención referencial de Richard Williams.

Emitido en Linterna Mágica el 20/03/09
Intervienen: Esteban Tolj, Diego Fiorucci, Leandro Arteaga, mientras miran embelesados las curvas de Jessica Rabbit.

Descargar Roger Rabbit Radio Dossier

jueves, 19 de marzo de 2009

Patricio Henríquez (entrevista)


El realizador chileno, radicado en Canadá, que integrara el gobierno de Salvador Allende, participó del Festival Latinoamericano de Video Rosario 2008. "El cineasta tiene que hacer primero cine, que tenga una dimensión política será inevitable", consideró Patricio Henríquez.
El último combate de Salvador Allende (1998), Imágenes de una dictadura (1999), Desobediencia (2005), dan cuenta de una obra ya referencial dentro del cine documental.

Descargar nota (10/09/08): http://www.mediafire.com/?iowwo4yznmy
Leer entrevista en Rosario/12 (24/09/08): http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/12-15331-2008-09-24.html

lunes, 16 de marzo de 2009

Gran Torino (2008, Clint Eastwood)



La revisión moral
del gran Eastwood


Gran Torino
EE.UU./Australia, 2008

Dirección: Clint Eastwood.
Guión: Nick Schenk, Dave Jo
hannson.
Fotografía: Tom Stern.
Montaje: Joel Cox, Gary Roach.

Música: Kyle Eastwood, Michael Stevens.
Intérpretes: Clint Eastwood, Christopher Carley, Bee Vang, Ahney Her, Brian Haley, Geraldine Hughes.
Duración: 116 minutos.



Desde ya que no podremos obviar al personaje matón y -aún cuando muchos quieran mitigar este aspecto- fascista de Harry, el sucio. Porque el Walt Kowalski que Clint Eastwood compone en Gran Torino es su reflexión, su autocrítica, su continuación.
El primer gesto que Eastwood da a su personaje, en el medio del sepelio de su esposa, es el de un gruñido. Rasgo cascarrabias que marcará su nexo familiar y social. Hijo y nieta que detesta -signos de consumismo y avaricia social-, más un barrio plagado de, según él, chinos o coreanos o lo que sea, porque son todos iguales; es decir, ratas de pantano.
A partir de lo cual podremos enhebrar otro de sus elementos de vida, ya que Kowalski es veterano de la guerra de Corea y mantiene impoluto el frente de su casa mientras no duda en amenazar con un arma a quien quisiera pisar el césped. Sólo su perra vieja más el también viejo pero magnífico automóvil Gran Torino parecen ser sus únicos compañeros.
Casi como si uno pensara en una suerte de últimos años, solitarios y carcelarios, de aquél policía hiperviolento que delineara, por medio de sus films, el espíritu de los inmediatos años reaganianos. Pero, visto el ánimo entre duro y, porqué no, lírico del cine de Eastwood, sabe bien uno que los tiros, digámoslo así, no serán precisamente los de siempre.
Gran Torino se permite erigirse, entonces, como una revisión social, más la autorecriminación que significarán los puños sangrantes del mismo Kowalski, quiebre que garantiza un momento cúlmine para la conversión del personaje. Pero esta conversión, que no dudará en buscar su redención, no caminará por los carriles usuales, aún cuando un gesto de cercanía se dibuje –por fin y para la presunta victoria del sacerdote- entre el catolicismo y él.
Porque el persistente cura irlandés, joven e inexperto –sabrá reconocer- en asuntos que conciernen a la vida y la muerte, no dejará por ello de plegarse, luego del más terrible hecho del film, a la reacción general y violenta, como si otorgara una licencia moral para el hecho brutal que, se presiente, Kowalski realizará como venganza. Es entonces cuando son otros los lugares que el film de Eastwood elige, más la identificación plena que supone su propia caracterización, lo que le permite analogarse con el proceder final de su personaje.
Si hay algo que se desprende, entre tanto más, es la sensación de que el ser norteamericano que destila Gran Torino no pasa por otro lado más que por esa misma mixtura racial que, dado el caso, ya provocaran tanto los rasgos polacos del mismísimo Kowalski como los de su amigo peluquero e italiano.
En Gran Torino se respira, también, mucho cine, sea tanto por lo dicho en los primeros párrafos como sobre todo por ese gusto clásico, sin efectismos ni golpes bajos o cámaras agitadas. Un film narrado de manera sobria, con la dureza propia, casi ríspida, del gran Eastwood, más esa manera poética que sólo él puede manejar, tan llagada como su propia voz cantora, susurrante y cortante, compañía musical de los créditos finales.

sábado, 14 de marzo de 2009

Radio Dossier: Sierra alta (High Sierra, 1941, Raoul Walsh)


Sierra alta (High Sierra, 1941; El último refugio en España) es uno de los títulos emblemáticos del director Raoul Walsh (1887-1980). Se compone de muchos de los elementos que permitirán a Hollywood desarrollar el mejor cine del mundo -el de los años '40 y '50-: artesanía narrativa, vínculo literario (novela de William R. Burnett y guión de John Huston más el propio Burnett), el vislumbrar cada vez más sombrío y auténtico del cine noir (inmediatamente surgiría El halcón maltés, de Huston), y el primer protagónico absoluto de Humphrey Bogart.
Aquí un desarrollo comentado, dialogado, celebratorio.

Emitido
el 13/03/2009 en Linterna Mágica

Intervienen: Leandro Arteaga, Gustavo Milano, Marcelo Vieguer, Esteban Tolj, y el espíritu inclaudicalbe de Roy Earle.

Descargar:
High Sierra Radio Dossier

jueves, 12 de marzo de 2009

El juego favorito (1963, Leonard Cohen)


Caminar, amar, perder, escribir

El juego favorito
Leonard Cohen
Traducción: Agu
stín Pico Estrada.
Edhasa, Bs. As.,
2009
Argentina: $ 39.00
Resto del mundo:
U$S 13


Bajo mis manos
tus pequeños pechos
son los vientres, vueltos hacia arriba
de golondrinas caídas que respiran.

(p.182)


Cuando uno recuerda, porque el mismo texto nos lo hace necesario, que el título del libro es El juego favorito, es entonces cuando nos encontramos con una verdad revelada, con minúscula y melancólica. Pero no desde quien gusta de vestir nubes grises o posturas vacuas, sino como corolario de un sentir que no puede terminar de traducirse en palabras. A la manera de una imagen que sirve de raíz al relato leído.
En El juego favorito, novela de Leonard Cohen (1934, Montreal) publicada originalmente en 1963 y ahora traducida por Edhasa, el artista canadiense desarma una historia de vida que vuelve sobre sí, alterna sus tiempos, no nos dice demasiado acerca de su presente, y se desgrana con suavidad. La vida de Lawrence Breavman, su protagonista, alter-ego inevitable del propio Cohen, nos es rememorada como si se tratase de una voz introspectiva, dedicada a mirarse, a deconstruirse, a pensarse. Como si fuese, tal vez, una lectura de diario personal, tenso y contradictorio, pleno de búsquedas y pérdidas.
De señalar un nexo hilvanador entre las diferentes escenas de vida, ese elemento es el cariz poético que las elige y enhebra. Asistimos al devenir de Breavman porque nos adentramos en quienes le rodean, en la Montreal que cambia de facciones y arquitectura así como él de cuerpos. Cuerpo que se sabe niño, que reviste pulsiones irrefrenables, que conoce surcos arrugados. Más un alma que se envuelve de misterio ante el ataúd frío de aire acondicionado y ceremonia de palabras religiosas pero vacías, momento terrible, donde la despedida al niño querido, único vínculo paternal para un Breavman nunca padre, incómodo y a disgusto como responsable en un campamento de niños ricos, golpea al lector tanto como al personaje, como si se tratase de una libertad que, por plena, muere arrollada y perdida entre pastizales.
Pero éste no es más que uno de esos momentos íntegros y llenos de vida, proclives a comprender un pensar que ha debido soportar y pelear un mandato materno y religioso –mientras escucha las denuncias una madre judía y en desquicio-, que ha soñado con hipnotizar el deseo femenino a su antojo, que supo entender como inolvidable -por prontamente lejano y perdido- un momento de amistad, que reconstruye un cuerpo femenino desde diferentes tactos y caricias y decires y nombres, más un amor que se revela como duda, como decisión, como conflicto.
Lawrence Breavman es, podríamos decir, el personaje que de a poco elije, porque así lo prefiere, la voz narradora. Cuando nos adentramos en su mosaico de vida, fragmentado, caleidoscópico, maravilloso, quedamos sujetos a él, como línea de un mismo poema. Es allí cuando nos damos cuenta de cómo las palabras endulzan el alma lectora.
Por momentos descarnado, por momentos de un rebosante desafío adolescente –siempre poético, nunca cegado-, por momentos lírico y bello, El juego favorito culmina por conformar una canción dolida, vuelta a escuchar en un bar de recuerdos escondidos, con una ciudad cambiada, con un periplo de vida ocurrido, con un amor que es compañía porque también es distancia.

Descargar:

Reseña músico-literaria sobre Cohen en Linterna Mágica (13/03/09).
Intervienen: Gustavo Milano y Leandro Arteaga.
link descarga: http://www.mediafire.com/?jynlydjfitd


El espectáculo del vampiro (2001, Richard Laymon)


Una demente feria de tinieblas


El espectáculo del vampiro
Richard Laymon





Titulo original: The Travelling Vampire Show

Premios de la novela: Bram Stoker (2001).
Autor: Richard Laymon
Traducción: Olga Martínez Yuste
Fecha de publicación: noviembre de 2008
Formato: 23 x 15 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 384
PVP: 21,95 €
ISBN: 9788498004274
Colección: ECLIPSE Nº: 44
Género: Terror
Otros idiomas: más de quince



Será consecuencia del simple avanzar de la acción -entre cantidad de conversaciones o disquisiciones, más el recuerdo de que lo leído y por leer ocurre sólo durante la tarde y noche de un mismo día-, que uno no termina por darse cuenta de que, de pronto, luego de tantas páginas, el espectáculo del vampiro inicia.
Y cuando inicia, todo el extenso reparo en sus personajes principales –tres adolescentes amigos, separados por breves manzanas dentro del pueblito rural de Grandville en 1963- adquiere un redimensionamiento todavía mayor, ligado ahora al más puro deleite gore, sádico y sexual. Pero vamos por partes.
Richard Laymon (1947, Chicago – 2001, California) ha obtenido con esta novela el premio Bram Stoker del año 2001. Es el mismo responsable de toda una extensa bibliografía que se inicia desde la discutida, y ya clásica, El sótano (Martínez Roca, 1984), más una lista de novelas con las que, entre diferentes nominaciones, lo han sabido situar como un autor de culto dentro del género del terror.
En El espectáculo del vampiro, que La Factoría de Ideas nos aporta por primera vez en idioma español, nos encontramos con una especie de crónica del crecimiento y descubrir sexual, desde un prisma que, las más de las veces, se tiñe de perversión. Todo ocurre a partir de la inminente visita de un espectáculo itinerante, más su promesa de mostrar, para regocijo y horror del público, a la única vampiro en cautiverio. No sólo los chicos dejan seducirse de modo inmediato, sino que la imposibilidad de asistir por no tener los suficientes 18 años los moviliza a encontrar otros medios.
El primer peldaño será acercase al llano Janks, lugar donde el circo del horror tendrá lugar. Ir a una hora temprana, observar preparativos, pero sobre todo con el fin de poder observar, aunque sea apenas, a Valeria, vampiro que, según se dice, irradia hermosura.
Sabemos que el vampiro, como figura recurrente en la narrativa, encierra secretos que significan de diferentes modos. Que desde el mirar del niño apenas crecido, podemos arriesgar, se vinculan con el descubrir sexual, la primera sangre, la perversión, la muerte, y tanto más. Todo ello lo señalamos porque cuando asistamos al show prometido –desde el cual Laymon, ténganlo seguro, no nos defraudará- habremos de saber pequeñas historias anteriores, algunas macabras, otras aún más terribles, como la que guarda el porqué del nombre Janks para este llano maldito, preñado de vidrios salientes y fosos donde caer. Allí donde retazos de niños ardían para ser saboreados.
Dwight, Rusty y Slim. Dos niños y una niña. Con ardores que los cambian, los unen y distancian. Amistad que se tiñe de romance, más cuerpos que crecen, estiran, embellecen o, por obesidad, deforman. Dwight descubrirá en Slim, pequeña mujer de suavidades ya presentes, un mirar distinto. Rusty, en cambio, pareciera hacer todo lo correcto como para ser desagradable en grado extremo. Más una hermana casi más insoportable, que compite por el amor de Dwight, nuestro guía en este relato donde asistiremos tanto a su heroicidad como a su voyeurismo ante la bikini de pechos pequeños de Slim o ante el cuerpo de infarto de Lee, su cuñada.
Es decir, en El espectáculo del vampiro se conjuga una extraña capacidad narradora de entretener, asustar, enaltecer y pervertir. Porque si bien Dwight sabrá dónde poner su cabeza ante el apremio de la acción, ante lo moralmente correcto, no dejará por ello de observar con lujuria disimulada la pequeñez de la camisa femenina o de ser víctima de la mixtura enrarecida entre el miedo a morir y una erección imparable sobre el cuerpo de Lee. Junto con un proceder que, aún cuando lo sitúe de modo, a veces, heroico, no será del todo intachable. Menos aún cuando observe con gusto –habrá de reconocer- la paliza que Rusty propicie a su pequeña hermana. Quizá sean éstos los momentos más incómodos en el libro de Laymon y, por ello, los mejores.
Recordemos, todo ello durante el transcurso de un día. Luego del cual las vidas de todos los partícipes habrán de cambiar de manera irrevocable. Sabremos habernos dado cuenta, entonces, de que fuimos testigos de una debacle oscura, que ocurrirá desde el proceder individual de cada personaje, y que hará asumir al vampiro del espectáculo la forma que cada uno de ellos elija modelar.
En suma, una gran novela de horror.

Watchmen (2009, Zack Snyder)


La política correcta de los héroes de Hollywood

Watchmen
EE.UU., 2009
Dirección: Zack Snyder.
Guión: David Hayter, Alex Tse, a partir de Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons.
Fotografía: Larry Fong.
Música: Tyler Bates.
Montaje: William Hoy.
Intérpretes: Malin Akerman, Billy Crudup, Matthew Goode, Jackie Earle Haley, Jeffrey Dean Morgan, Patrick Wilson, Carla Gugino.
Duración: 163 minutos.




Ahorraré palabras al señalar que Zack Snyder me resulta síntoma del peor y más conservador cine norteamericano. Tanto El amanecer de los muertos (2004) como, sobre todo, 300 (2006) lo corroboran. En el primer caso, desde la remake del clásico magnífico de George Romero. Donde en Romero la narrativa era hallazgo e ironía, en Znyder se vuelve efectismo visual y placer –de veras- racista. (Recuerdan, para el caso, el morbo que significa para el film cada una de las muertes. El “zombie-metáfora” de Romero en manos de Snyder se vuelve un “otro”, un “diferente”, listo para ser masacrado). En el segundo caso, a partir del comic de Frank Miller, Snyder erige a sus trescientos espartanos gimnastas, de físicos bronceados, y capaces de enarbolar la libertad cueste lo que cueste. Film emblema, sin dudas, de la administración Bush.
Pero con Watchmen, Zack Snyder parece querer situarse, ahora, en veredas opuestas. Recordemos que el panorama político ha cambiado y que los nombres de marquesina de espectáculo de Hollywood buscan la mejor manera de caer bien parados. Entonces, cómo no, nos encontraremos con la prédica “políticamente correcta” de Watchmen. Rasgo que no le corresponde, en absoluto, a la historieta original y maestra, publicada por DC Comics entre 1986-87, con guión de Alan Moore y dibujos de Dave Gibbons.
En manos de Snyder, el discurso absolutamente genial de Watchmen se traduce en un film farragoso, pleno de lugares comunes (¡los temas musicales!), más la insoportable cámara de movimientos espasmódicos: de la rapidez exagerada al rallenti detallista en un solo travelling o panorámica. La sangre, en los films de Snyder no ensucia a la pantalla, sino que la decora.
Así y todo, Watchmen no funciona tan mal. Porque tiene la suficiente consistencia como para sostenerse desde la historia original: superhéroes desvencijados, cuestionados, viejos, y narcisistas. Lo que no vamos a encontrar en la propuesta fílmica es su vertiente poético-violenta. Sí habrá violencia –de esa a la que el cine yanqui se ha vuelto tan proclive: esteticista y, por ello, vacua-, pero nada de lirismo. Es imposible no pensar en la obra original, cuya narración fragmentada genera un crescendo que culmina por ensamblar todas las piezas en un gran momento final. Como si se tratase de instrumentos musicales que, una vez juntos, comparten sus temores y, por ello, desafinan de manera visceral. El caos será, pero con una estructura argumental absolutamente racional. El comic, sin dudas, es un obra única.
¿Qué nos queda respecto del film? La inevitable curiosidad de ver Watchmen en pantalla grande. Con aciertos en cuanto a caracterización de personajes, no caben dudas. Pero sin el peso emotivo de su fuente original. Un blockbuster más de Hollywood. Carente de toda aquella mirada cínica que supo hacer de la historieta un enclave para el género por también significar la reflexión sobre el concepto político y moral del superhéroe. Elementos críticos hoy transformados en mero entretenimiento.
Lo peor: la posibilidad de que Zack Snyder realice la traslación de El hombre ilustrado, de Ray Bradbury. Prefiero el recuerdo de su versión del año 1969, despareja pero, con todo lo que pueda reprochársele, mucho más sensible que cualquiera de los títulos de Snyder.

lunes, 9 de marzo de 2009

El luchador (The Wrestler, 2008, Darren Aronofsky)


Renacer
desde las cenizas


El luchador
(The Wrestler)
EE.UU./Francia, 2008
Dirección: Darren Aronovsky. Guión: Robert Siegel. Fotografía: Maryse Alberti. Música: Clint Mansell. Montaje: Andrew Weisblum. Intérpretes: Mickey Rourke, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood, Mark Margolis, Todd Barry, Wass Stevens. Duración: 111 minutos.



Será casi redundante reiterarlo, pero El luchador sólo es posible desde la figura de su primer actor. Porque Mickey Rourke es Randy “The Ram” Robinson, luchador de catch que ha conocido tiempos mejores y ve peligrar su continuidad por problemas de salud. Parábola de héroe caído y renacido; de tozudez extrema y sensibilidad recobrada pero ignorada. Es inevitable pensar la delineación del personaje con los condimentos tan delirantes y terribles en la vida propia del actor, detalles que se han vuelto públicos y que, según se sabe o intuye, han influido en el rodaje del film de Darren Aronofsky (Pi, Réquiem por un sueño).
Según palabras del mismo realizador, la acción durante la filmación estuvo supeditada al hacer de Rourke, a atender su manera de encarar y resolver el drama en las escenas. Motivo por el cual uno no puede, también, desvincular muchos de sus parlamentos desde lo vivencial. Pero aún sin esta referencia –porque nada nos hace indispensable conocer acerca de la vida de Rourke y su suerte profesional- El luchador se erige como un film justo, pequeño y contundente.
Randy Robinson es signo, casi, patético del modo de ser social norteamericano. El primer tramo del film es el más duro, con heridas que desgarran la carne y decoran el orgullo del batallador, mientras montañas de drogas diferentes calman dolores y retroalimentan el furor del público, verdadera bestia que exige sangre y más dolor (situación que nos rememora el mismo clima de adicción y violencia de Réquiem por un sueño, más el guiño irónico y perfecto que se destila hacia La pasión del Cristo de Mel Gibson). El ring es escenario para nombres y atuendos exagerados, casi circenses, que diferencian etnias y acentúan el clamor nacionalista de quienes pagan las entradas.
Porque Randy es, precisamente, un auténtico “héroe americano”: aún se recuerda la batalla gloriosa que sostuvo con el Ayatollah, y aún cuando los pormenores de los combates sean arreglados y conocidos por el mismo público, es éste el que encuentra en estos simulacros patrioteros un lugar de desahogo. Situación idéntica que han promovido, podemos agregar, tantos films respecto de su público (los enfrentamientos de Rocky Balboa –contra el ruso Ivan Drago en su cuarta entrega- son un claro exponente).
En el film de Arronofsky se conjuga esta mirada, por momentos cruel, más una sensibilidad que surge desde detalles: el vínculo con la bailarina nocturna Cassidy (Marisa Tomei, cada vez más querible), la reaparición de una hija casi olvidada, los lentes que permiten la lectura, el audífono que ayuda a la escucha, el hielo necesario para calmar el dolor de espalda, el trabajo mal pago como manera de sustentar el alquiler. Rourke va reformulando, de a poco, esa imagen de bestia de las cuerdas por la de un hombre cansado, de respirar ruidoso y mirada dolorida.
Lo que termina por conformar, justamente, un film tan dolido como su mirar, pleno de melancolía. El tema musical de Bruce Springsteen, que acompaña los créditos finales, sirve de carta de cariño hacia este mastodonte peleador pero profundamente sensible.

sábado, 7 de marzo de 2009

Radio Dossier: The Rocky Horror Picture Show (1975, Jim Sharman)


Film de culto, debut cinematográfico del gran Tim Curry, delirio pop y bizarro que festeja la libertad sexual... The Rocky Horror Picture Show (1975, Jim Sharman) es un festejo y, sin dudas, uno de los clásicos del cine.
Aquí una reseña radial, compartida y amena, plena de diálogo e ideas transvestidas y transilvanas.




Emitido el 06/03/2009

Intervienen: Leandro Arteaga, Manuel Bendersky, Diego Fiorucci y el Dr. Frank-N-Furter.

Descargar:
Rocky Horror Radio Dossier


Muerto hasta el anochecer (2001, Charlaine Harris)


Las increíbles vicisitudes

de Sookie Stackhouse

Muerto hasta el anochecer
Charlaine Harris

Titulo original: Dead Until Dark
Premios de la novela: Anthony (2002), Nominada al Locus (2002), Nominada al Dylis (2002).
Autor: Charlaine Harris
Ganador de los premios:
Anthony, Lord Ruthven, Agatha Christie
Traducción: Aitor Solar Azcona
Fecha de publicación: enero de 2009
Formato: 23 x 15 cm

Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 256
PVP: 16,95 €
ISBN: 9788498004823
Colección: PANDORA Nº: 0

Género: Fantasía
Otros idiomas: más de veinte




"Nunca vería a Bill a la luz del día. Nunca le prepararía el desayuno, ni quedaría con él para comer.
Nunca tendría un hijo suyo.
Nunca le llamaría a la oficina para pedirle que de camino a casa comprara algo de leche.
Nunca iría a la iglesia conmigo."

Sookie Stackhouse
Muerto hasta el anochecer
p. 141

Existe algo del orden de lo ameno, vinculado con la fluidez de la narradora, que nos hace avanzar casi sin darnos cuenta a lo largo de las páginas de Muerto hasta el anochecer. Charlaine Harris (1951, Tunica, Mississippi), su autora, ha logrado encontrar en Sookie Stackhouse un personaje sobre el cual construir un universo que, de acuerdo con lo que promete su extensa serie de títulos, augura más y diversas sorpresas.
Muerto hasta el anochecer logra trascender porque lo que funciona, sobre todo, es su premisa vampírico-humana: en el mundo de Sookie los vampiros han sido reconocidos como seres reales y, dado el hecho, pasibles de acceder a los mismos derechos que posee el ser humano. En torno a ello, se desarrollarán las diversas temáticas que la ruptura del mito estimula, y que han sido el lugar desde el cual los vampiros han sobrevivido durante siglos en la narrativa: racismo, homofobia, derechos humanos (¿para un “no-muerto”?, ¿en qué categoría cuadra el vampiro?), miedos, religiones, y tanto más. Porque si la figura del vampiro puede revestirse desde algún significado, éste es, precisamente, el de lo “otro”, el de su negación y, por ello, su persecución.
En la novela de Harris nos vemos inmersos en plena novedad de convivencia vampírico-humana, con el plus de sentido que supone narrar las vicisitudes de Sookie (camarera, telépata y virgen) desde el pueblo sureño y ficticio de Bon Temps, en plena Luisiana. Sookie sabrá darse cuenta de que un vampiro, por fin, arriba al pueblo y a su lugar de trabajo. Asediada por la persecución de pensamientos ajenos que le taladran permanentemente el cerebro (y que han hecho de ella una “rara”), Sookie descubre que sus poderes nada pueden hacer ante la presencia de Bill, vampiro de familia, también y cómo no, sureña.
La pulsión sexual entre ambos será el pulso inevitable de Muerto hasta el anochecer, pero lejos está la propuesta de Charlaine Harris de corresponderse con –aprovechemos el término- la vena afortunada de Stephenie Meyer y su serie Crepúsculo. Allí donde sólo existe una moralidad puritana, con adolescentes castos y vampiros arrepentidos, nada tiene que hacer el personaje de Sookie Stackhouse. Con un planteo más cercano a temáticas adultas, pero sin perder el vilo del entretenimiento juvenil, el libro de Charlaine Harris se divierte y transgrede miedos, porque Sookie no vacilará en dar pasos decisivos, sea en materia sexual, sea en cuanto al trauma que le suponen los rumores ajenos y la posibilidad de ser la próxima víctima del estrangulador. Una serie de asesinatos rodean a Sookie, y amigos y familiares morirán bajo un mismo patrón homicida, mientras la sospecha recae, a su vez, sobre el nuevo amigo vampiro.
Muerto hasta el anochecer nos permite acceder a un microcosmos que, una vez dado el primer paso, subyuga para su continuación. Más lo que supone encontrarnos con la traslación televisiva de título True Blood (HBO), obra de Alan Ball, mismo responsable de Six Feet Under (2001-05) y guionista de American Beauty (1999, Sam Mendes). Allí es Anna Paquin la encargada de dar vida a Sookie Stackhouse, en el marco de una primera temporada que, aún cuando sigue el carril del libro que aquí comentamos, se permite nuevos personajes y virajes narrativos, que favorecen el desarrollo argumental y profundizan, a veces de manera sombría, los vínculos entre los diferentes personajes. El uso de la sangre vampira como estimulante adictivo es un hallazgo del libro que la serie de Ball ha aprovechado, en algunos capítulos, de modo admirable. Junto con una mirada sobre lo religioso que, al tratarse del sur norteamericano, adquiere progresivamente tintes más reaccionarios y peligrosos.
Los libros de Sookie Stackhouse, también conocidos como la saga de los Vampiros Sureños, son hasta ahora ocho, con un próximo título a editarse durante el presente año. La Factoría de Ideas, de España, a través de su colección Pandora, ha editado para nuestro idioma los tres primeros (Muerto hasta el anochecer -3 ediciones-, Corazones muertos, El club de los muertos –de aparición inminente-), más la promesa de continuar hasta el último de los libros de Sookie. True Blood, en tanto, conoce por estos días la emisión de su segunda temporada en las pantallas norteamericanas.

lunes, 2 de marzo de 2009

Milk (2008, Gus Van Sant)



La dignidad moral
de Harvey Milk



Milk

EE.UU, 2008

Dirección: Gus Van Sant.
Guión: Dustin Lance Black. Fotografía: Harris Savides. Música: Danny Elfman. Montaje: Elliot Graham. Intérpretes: Sean Penn, Josh Brolin, Diego Luna, James Franco, Alison Pill, Emile Hirsch, Victor Garber. Duración: 128 minutos.



Si hay algo que inmediatamente surge tras la visión del film -gracias luego, y para siempre, a su recuerdo- es la altura moral de Milk, sea tanto la del verdadero Harvey Milk (1930-1978) como la de su recreación cinematográfica. En una época presente donde ciertos contenidos y valores han pasado a ser objeto del olvido o asunto de museos alguna vez recorridos, la pregnancia ideológica, discursiva y, de nuevo, moral que contiene y ofrece el film de Gus Van Sant constituye un contraste saludable, bienvenido, festejable.

La traslación de la vida del activista y primer dirigente político estadounidense, abiertamente declarado homosexual, se constituye fílmicamente como proclama ética, como apología de los derechos humanos, como postura que se enerva –y políticamente se construye- ante la diatriba reaccionaria de los sectores conservadores.

Milk
es, además, otro de los grandes films de Gus Van Sant. Afortunadamente lejos de la complacencia insólita que supusieron títulos como En busca del destino (1997) o Descubriendo a Forrester (2000), Milk continúa el periplo cinematográfico de, quizá, uno de los mejores realizadores actuales. Es más, podríamos situar a Milk dentro de la tematización que con sus últimos film (Elephant, Last Days, Paranoid Park), el director desarrolla acerca de la adolescencia y juventud norteamericanas. Porque Milk ocurre, justamente, dentro del marco social de los años ’70, consecuencia de una década explosiva y anterior que encontró en los sectores jóvenes fuerzas de cambio.

Harvey Milk asume como uno de los supervisores de la ciudad de San Francisco en 1977, luego de continuas batallas políticas, más la compañía de una comunidad gay que irá cimentando un mismo proyecto. Milk es quien encausa el reclamo y lo guía socialmente. Gus Van Sant deconstruye su historia desde el racconto que ofrece el propio protagonista mientras graba sus memorias. El desenlace fatal que supone su asesinato, el director lo recrea desde movimientos de travelling que, mientas acompañan la figura del asesino, nos recuerdan el mismo clima sórdido de Elephant. Situación que nos permite encontrar rasgos de estilo narrativo más una contundencia discursiva cómplice por parte de ambos films.

El realizador no duda en recurrir a imágenes documentales que atraviesan y entrelazan la totalidad de Milk. Sea tanto para referenciar situaciones periodísticas concretas –que complementan la tonalidad fotográfica del film, símil ‘70-, como para también justificar la imposibilidad que supone dar piel a un personaje nefasto como el de la cantante Anita Bryant y su cruzada cristiana fundamentalista contra la homosexualidad.

Milk
, el film, surge entonces como un prisma de época que se vuelve espejo actual. Reflejo que se atreve a mirar no sólo el realizador, sino también su primer y genial actor, aquí con una sensibilidad plena, de movimientos y gestualidad justos. Sean Penn es Harvey Milk. Y es por eso que uno celebra su gesta y admira sus discursos. Tanto como la calidad artística de su intérprete.