La doctora y el voto de silencio
Con una puesta en escena simétrica, en donde la figura de la
cruz es bisagra, Las
inocentes recrea un hecho histórico, e
interpela el presente. Preguntas en forma de cine, desde una mirada femenina.
Las
inocentes
(Les innocentes)
(Les innocentes)
Francia/Polonia, 2015. Dirección: Anne Fontaine. Guión: Sabrina B. Karine y Alice Vial, sobre una historia
de Philippe Maynial. Adaptación y diálogos: Anne Fontaine, Pacal Bonitzer. Fotografía: Caroline Champetier. Música: Gregoire Hetzel. Montaje: Annette Dutertre. Reaprto: Lou de Laage, Agata Buzek, Agata Kulesza, Vincent
Macaigne, Joanna Kulig, Eliza Rycembel, Anna Prochniak, Katarzyna Dabrowska,
Helena Sujecka, Klara Bielawka, Distribuidora: CDI. Duración: 100 minutos.
Salas:
Cines Del Centro.
8
(ocho) puntos
Por
Leandro Arteaga
A partir de la cruz como figura nodal, Las inocentes estructura su puesta en
escena. Y lo hace de manera simétrica, al repartirla entre el convento y la cruz
roja. Dos instituciones, separadas espacialmente, de modus operandi divergentes, preocupadas por el alma y el cuerpo. Una
de ellas vuelta hacia dentro, la otra hacia fuera. Síntesis de un conflicto, de
una época, y de cosmovisiones que tocan el ahora.
Vale decir, el film de Anne Fontaine transcurre
durante diciembre de 1945, en Polonia. La acción sucede a partir de una de las
monjas que contraviene las órdenes y escapa. La transgresión aparece como paso
primero y no es un dato menor, ya que se revela como un riesgo necesario: el caos,
el desorden, amenaza con desbaratar el secreto religioso. Cuando consiga
contactarse con una doctora –a partir de un rezo que parece responder de manera
más efectiva, contrariamente a las palabras, que se confunden entre el francés
y el polaco–, la película permitirá el cruce
inverso del umbral. Dos sentidos, dos direcciones, que se recorren para
converger, a partir de dos mujeres que son, en tanto síntesis, también
expresión de sus instituciones respectivas.
De esta manera, desde la réplica espacial y
simbólica, el film encuentra su equilibrio formal y discursivo. El argumento
tiene sostén en un hecho concreto, basado en una historia real, cuando el
convento aludido fuera asaltado por soldados comunistas, y todas las monjas violadas.
Mathilde, la doctora (Lou de Laâge), llega allí sin
saber con qué encontrarse, casi como en respuesta al misterio de la oración que
se refería. Su decisión, finalmente, será cuidarlas y asistirlas, sin revelar el
secreto. Sin darse cuenta, irónicamente, la mujer de ciencia cumplirá con un
voto de silencio, sin palabras que respondan a las exigencias de sus
superiores, todos hombres, que se ufanan por explicar sus horarios dispersos.
Del mismo modo, las monjas comienzan a demostrar
comportamientos que resquebrajan sus normas habituales. Ante Mathilde, algunas demuestran
otras actitudes, entre historias guardadas de una vida anterior, con sonrisas ahora
prohibidas. Casi como si se confesaran. La irrupción de la doctora no deja de
ser, por eso, el temor que crece a los ojos de la madre superiora (Agata
Kulesza), quien sabe sobre el resquebrajamiento gradual de su ámbito de
encierro. Mathilde puede ser el detonante final, la consecuencia de los
nacimientos que inevitablemente sobrevienen. Con ella el afuera está adentro, y
la clausura amenaza romperse.
Entre las monjas, Anna (Agata Buzek) es quien dará
cuenta de una transformación gradual, si bien primero renuente, obligada como
se siente a responder sin objeciones a las decisiones de su madre superiora. Por
otra parte, su nombre es un palíndromo, rasgo que acentúa su comportamiento, de
manera acorde con el tono general de la película.
Si salir afuera tiene su correlato en la
introspección, vale entonces detenerse en las maneras desde las cuales Mathilde
habrá de interrogarse, circunspecta como es, de caricias difíciles, con un
semblante pétreo. Es bella, pero no parece notarlo. Y es tal su adhesión a la
atención hacia estas mujeres, que inevitablemente habrá de atravesar, si bien
desde el roce amargo, la brutalidad de las que han sido víctimas. No hay
palabras que expliquen algo semejante. El espectador será, por esto, hábilmente
dirigido hacia lo espeluznante.
Es por ello que el film de Anne Fontaine es capaz de
indagar en asuntos densos, que son actuales. Violación, miedo, hijos, aborto;
no le hace falta al film declamarlo sino, antes bien, indagar desde preguntas, con
interrogantes que se traducen en la acción de sus personajes. El resultado es
magnífico, de una ambigüedad que interpela al espectador, aspecto mayor que ya
se intuye en el título mismo, que la distribución elige volver femenino. La
traducción podría haber sido “Los inocentes”, y la valoración de la película
seguir todavía problemática, por fuera de la intención primera: ¿cuáles son
los/las inocentes?
Además, es menester destacar que tales instancias
son dispuestas por una mirada y voz femeninas. Anne Fontaine es quien dispara
sus ideas en forma de cine, y lo hace con una altura que resulta admirable. El
trabajo de guión es preciso y cuenta con la participación del gran Pascal
Bonitzer. Pero lo que prevalece, vale atender, es el tono con el que Fontaine
plasma el relato, ya que no le interesa declinar la balanza en favor de uno u
otro lado, sino contrapesarla desde equívocos y segundas lecturas. Tan
suficientes como el cabello suelto de Anna (siempre seré una madre, dice) o el
rol salvador, casi mesiánico, de Mathilde.
1 comentario:
Chicos!! Me encantaba el BLog, porfa no lo abandonen!! Besotes
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