viernes, 10 de mayo de 2013

Nosotros, detrás del muro (2012, Lucrecia Mastrángelo)


 Una invitación a derribar los muros

El documental de Lucrecia Mastrángelo enhebra tres testimonios de mujeres en prisión. Una mirada profunda sobre el sistema de encierro y su lugar funcional y social. La esperanza, pese a todo, como apuesta a la que dedicar la vida.

Nosotros, detrás del muro
(Argentina, 2012)
Dirección y guión: Lucrecia Mastrángelo.
Producción: Nanci Torres.
Fotografía: Lucas Pérez.
Sonido: Santiago Zecca, Agustín Pagliuca.
Dirección de Arte: Oscar Vega.
Música: Caludio Zemp.
Edición: Vanina Cantó.     
Protagonistas: Marta Días, Ana Basualdo, Andrea Lemos.
Sala: Cine El Cairo, hoy a las 20.
9 (nueve) puntos



Por Leandro Arteaga

Hoy, en el horario de las 20 y con entrada libre y gratuita, El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120) proyectará de manera íntegra el trabajo más reciente de la realizadora Lucrecia Mastrángelo: Nosotros, detrás del muro; documental de cuatro capítulos que toma como escenario la Unidad Nº 5 del Penal de Mujeres de Rosario. El proyecto de Mastrángelo, vale señalar, resultó ganador en la categoría "serie de documentales federales para televisión 2012”, del concurso de Televisión Digital organizado por el Incaa. Antes de su estreno televisivo, por la señal Encuentro, El Cairo da la posibilidad de la visión conjunta de los episodios, con presencia de la realizadora.
Referir el trabajo más reciente de Lucrecia Mastrángelo implica también dar cuenta de un recorrido, de una trayectoria audiovisual que se ha preocupado por detener su mirada –y construirla- en el margen social, haciendo eje en sus protagonistas. Tal tarea no es fácil porque tampoco equivalió nunca a cierta sensiblería correcta, de la que a veces se contagió algún documentalismo “comprometido”. Vale decir, en Mastrángelo nunca hubo –ni habrá- oportunismo o corrección política, sino una búsqueda temática que se traduce, justamente, en búsqueda estética. En este sentido, se percibe un camino de crecimiento artístico, rápidamente abarcable entre títulos como De carne y sueño (1997), Refugios (1999), Espejos (2007), Sandra Cabrera, el crimen impune (2010), entre otros; hasta culminar en la sensibilidad profunda que significa Nosotros, detrás del muro.
La sensibilidad aludida se traduce en la moral que desprende cada imagen o, mejor dicho, desde la composición misma del encuadre. El mérito de la realizadora, entre tanto más, no lo supone el mero permiso de filmar paredes adentro del Penal, sino la consecución de una intimidad profunda. Este rasgo involucra de manera única y privilegiada a las entrevistadas. Como la cámara de cine es, siempre, invasiva, permitir que tal acto ocurra dentro de un mundo personal –algo mucho más profundo que la cárcel misma- significa en tanto acuerdo tácito, que deposita confianza en quien es habilitado a participar de un entorno íntimo.
Las entrevistas y entrevistadas serán entrelazadas, dibujarán un (micro)mundo o también un otro-mundo. Son tres, y sus testimonios, sus experiencias, hacen de los cuatro episodios apenas un rasguño sobre lo mucho que sus puntos suspensivos guardan. Sus nombres son: Marta Díaz, Ana Basualdo, Andrea Lemos. Y las palabras elegidas que ofician como disparadores para cada capítulo son: encierro, desamparo, sobrevivir, esperanza. Cuatro términos de significación vaga, imprecisa, problemática. Que llevan a discurrir, pensar, desarrollar una mirada sobre la vida, sobre la sociedad, con la cárcel como espacio interno que visibilizar.
Tal visibilización tiene su recorte de privilegio, tal como se apuntaba, en las entrevistadas. También en quienes se distinguen por una tarea de lazo social, que desvanezca el muro interpuesto: Fabricio Simeoni desde el taller literario, Graciela Rojas desde su tarea profesional. Ellos, miradas activas que incentivan. La literatura será el lugar sin límite, tal como lo refiere Simeoni, espacio desde el cual transgredir el control habitual, con la poesía como desafío a la custodia cotidiana. De manera análoga, ayuda la promesa de los cariños que acompañan, de la familia que espera, o el amor como situación imprevista, capaz de ocurrir donde nadie imagina, aún cuando el código de las internas no permita “mirar” las visitas de las amigas. Pero, acá la sorpresa, nada evita que sean ellas el objeto de las “miradas”.
Esta plasmación de paredes adentro, coloca rápidamente el hecho fáctico del muro como situación de la que nadie está exento. El muro y su aislación aparecen, así, como instancia de sufrimiento social, se esté dentro o no de la cárcel. De todas maneras, quienes allí están serán condenados a sobrevivir (uno de los ejes del trabajo) porque pareciera que sólo queda aceptar lo que en suerte toca. Es un poco el sabor amargo que queda al espectador luego de la visión total. Las entrevistadas son tres, con la radio, la poesía o el amor, como maneras válidas, muy bellas, de seguir hacia delante para salir del muro. Pero son excepciones. Son muchas las que, dicen ellas mismas, vuelven cuando hace poco habían salido. La droga tiene un peso demoledor. Lo admirable es cómo el documental señala su incidencia, entre otras preocupaciones temáticas, desde el fuera de cuadro: está sin ser vista, con una presencia fantasma que anuda complejidades mayores. También se menciona la tarea –igualmente fantasma- de las/los asistentes sociales. También aparecen, poco y suficiente, las figuras recortadas del vigilante y sus armas o, en otras palabras, la encarnación de la violencia como lugar y promesa de contención. En diálogo con este periodista, la realizadora supo señalar meses atrás: “Pensé que me iba a encontrar con mujeres con las que iba a poder reflexionar sobre el encierro, sobre qué significa, pero no. Me encontré con mujeres que están esperando las visitas para que pueda ingresar la droga, mientras las guardiacárceles miran para un costado. El sistema penitenciario deliberadamente quiere que esto pase, para que no se puedan recuperan y se vayan eliminando de a poco.”
Destaca también la recreación pretendida que Mastrángelo propone, lo que sitúa al documental en línea fronteriza difusa con el registro de la ficción. Hay entrevistas numerosas pero no se trata de un típico trabajo de “bustos parlantes”, sino de un entramado audiovisual donde el lenguaje cinematográfico aparece para dar forma, porque lo que preexiste es una puesta en escena precisa, que sabe hacia dónde dirigir su construcción discursiva. Asoma, entonces, un relato, una narración, donde convive mucho, pero mucho más, que lo que significan las tres mujeres elegidas. Es imposible, por ello, que el espectador sustraiga su mirada y vivencia propia respecto de lo que se está representando, mostrando, evidenciando.
Todo ello como marco general, como mapa de montaje, donde los planos que la realizadora obtiene son capaces de reparar en lo mínimo, lo cotidiano, en la pared descascarada, el piso decolorado, el bebé arrullado, el mate compartido, las sonrisas pícaras, la cama siendo tendida, los gestos durante los diálogos sexuales. Montaje sonoro que también habilita el acto poético de liberación que significa escuchar a quien asesinó, para purgar desde su palabra pero, eso sí, para no perdonar nunca al abusador, al violento, al golpeador. Sea porque había una familia que defender. Sea porque hay, justamente, una dignidad que sostener. Son reiteradas las oportunidades en las que se escucha a las entrevistadas señalar las complicaciones, demoras, faltas de respuesta, que el solo hecho de ser mujer les depara.
Esta última palabra, tal vez, podría sumarse como conclusión mayor a las otras cuatro que a Nosotros, detrás del muro sirven para su construcción: dignidad. Para ellas y para toda persona que, como una de las protagonistas señala, son ni más ni menos que seres humanos. Ninguna mejor aproximación a lo que los derechos humanos significan. Tan grande es, por eso, la tarea que significa y desempeña el documental de Lucrecia Mastrángelo.

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