jueves, 20 de mayo de 2010

Robin Hood (2010, Ridley Scott)


La banda de los ladrones alegres


Robin Hood
EE.UU./Inglaterra, 2010
Dirección: Ridley Scott. Guión: Brian Helgeland, Ethan Reiff, Cyrus Voris. Fotografía: John Mathieson. Música: Marc Streitenfeld. Montaje: Pietro Scalia. Intérpretes: Russell Crowe, Cate Blachett, William Hurt, Max von Sydow, Mark Strong, Oscar Isaac, Danny Huston. Duración: 140 minutos.



Aún cuando también aquí esté presente la pretensión tontamente “realista” que sobre mitos y leyendas el último cine norteamericano viene realizando, Robin Hood sabe salir airoso y sin disparar demasiadas flechas. Lo dicho viene, por un lado, como consecuencia del despropósito que significan películas anodinas y banales como Rey Arturo (2004), Troya (2004) o, desde cierta afinidad de género, Cruzada (a propósito, del mismo Ridley Scott). Films con alardes de revisionismo histórico –pero absurdo- sobre historias que pierden, así, su encanto verdadero.
Por el otro lado, señalar que si el Robin Hood de Russell Crowe no dispara muchas flechas es porque no estamos en presencia de un émulo de Errol Flynn o de Douglas Fairbanks sino, antes bien, en la indagación causal de su mismísimo nombre de fantasía bienhechora. Pero, y sin perjuicio, el mito sabe salir redimensionado desde esta nueva vuelta de tuerca, al no verse entorpecido ni negado sino, antes bien, resignificado tanto lúdica como históricamente.
Lo que queda es un film logrado, que sabe distanciarse de tantas otras versiones así como de establecer, por primera vez para el arquero, una confrontación sorprendente con el mismísimo Rey Ricardo Corazón de León. Desde esta sola instancia, habrá que prepararse para lo que viene y deviene. Con un Sheriff de Nottingham que, de a poco, uno se sorprende al recordarlo –merced al influjo malvado de Godfrey (Mark Strong)- como el villano principal del libro (si es cuestión de elegir, que sea el de tapas amarillas, con la ilustración de Pablo Pereyra, y bajo el rótulo “Colección Robin Hood”: la mejor de todas). Porque en la versión de Ridley Scott apenas, pero suficientemente, se dibujan los trazos generales que todos conocen.
De modo gradual, Robin conocerá el significado de su apellido y el de la frase que acompaña a la espada que debe entregar al padre del caballero moribundo, merced a su promesa. Allí el secreto y el designio que cataloga al héroe como tal. Como el marginal y outlaw que todos conocen. Aunque con un sentimiento patrio que hará, por momentos, que se sienta cierto escozor muy molesto. “Cuando se trata de franceses, todos somos ingleses” se escucha en el film. De todas maneras, y por fin, primará el lugar que al héroe corresponde: los bosques de Sherwood.
Y una vez arribados allí, se recordará que los momentos clásicos de la historia el film los ha reelaborado pero sin perder de vista sus rasgos esenciales, así como el que supone el desafío y duelo de amistad entre Robin y Little John. Las leyendas, se sabe, acentúan lo que de veras ocurrió. Entre una y otra, leyenda y verdad –lección aprendida gracias a Liberty Valance-, deberá elegirse la primera. Y eso es lo que, sorprendentemente, termina por ocurrir con este Robin casi añejo, de arrugas en su lugar justo; las cuales, si se permite, remitirán a uno de los mejores títulos del arquero: Robin y Marian (1976), donde Sean Connery y Audrey Hepburn componían los años otoñales de la pareja de siempre, y bajo la dirección aventurera del gran Richard Lester.

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