Londres: oscura, lluviosa y podrida
Canciones de sangre
(He Kills Coppers)
Jake Arnott
Traducción: Ignacio Gómez Calvo
Mondadori, Bs. As., 2010
360 páginas, $59
(…) su afición al alcohol estaba empezando a dar que hablar, lo cual, teniendo en cuenta el consumo habitual de un agente normal de la policía de Londres, era decir mucho.
(p. 236)
(p. 236)
La colección roja&negra de Mondadori es un hallazgo. Por un lado, porque permite continuar la estela del policial desde autores actuales, sin quedar en la reminiscencia de tantos nombres (maestros) de tiempos idos; y por el otro, porque la coordinación misma de los títulos corre a cargo del escritor Rodrigo Fresán.
Desde una selección de autores no tiene desperdicio Mondadori ha editado, recientemente, Crímenes de sangre, segunda parte de la trilogía del inglés Jake Arnott; cuyo primer título –Delitos a largo plazo- fuese, justamente, el primer disparo de la roja&negra.
Habrá que señalar, para el punto de vista de quien escribe, que Delitos a largo plazo no significó demasiada sorpresa ni tampoco maestría o nervio narrativos. Más allá de las reminiscencias y ecos de los turbios años sesentas londinenses, con la resaca homicida de los gángsters reales y mellizos Ronnie y Reggie Kray, la confección del personaje guía/homicida de Arnott –Harry Starks- no parece deparar grandes hallazgos. En Delitos… diferentes historias narran los hechos y los puntos de vista alternativos y afectados –para siempre- acerca de Starks. Como presencia divina, Harry Starks enhebra todos y cada uno de los destinos de este micromundo perverso que Arnott comienza a delinear.
Y se subrayará que se trata de sólo un comienzo. Porque basta con acercarse a las páginas de Canciones de sangre para volver a respirar la podredumbre pero de manera diferente y, ahora sí, llamativa. Canciones de sangre no sólo supera los tanteos del capítulo anterior, sino que es un gran libro. Con una habilidad narrativa que, aún cuando reitere el puzzle desordenador anterior, adquiere otros matices, con una elaboración más atinada, propia de un montaje cinematográfico que se acelera hasta converger en el mismo punto que, así como unión, vuelve a ser desunión.
En Canciones de sangre el lector deberá deambular entre las peripecias y tristezas y corruptelas de personajes tales como: periodista sensacionalista y perverso (¿cuál no lo es?), prostituta de buen corazón, ex-soldado, policía corrupto, policía no corrupto, policía que quiere no serlo más, una logia masónica, y el Mundial de Fútbol del ‘66. Pero no se trata sólo de alternar historias distintas, sino de narrar con un pulso que adquiere adrenalina progresiva, donde la moralidad está puesta en jaque, y donde los hechos no se condicen con lo que debería ser. Así y todo, el mundo funciona (o lo parece). Y, sobre todo, quien mejor funciona es el libro de Arnott.
Canciones de sangre posee el suficiente tufillo noir como para volver pestilentemente cierto lo peor del submundo citadino e inglés. (La celebración del Mundial, de calles atestadas de vítores ante un gol dudoso, más la moral destrozada del personaje, constituye un acto reflejo magistral). Más unos diálogos que resuelven las inconsistencias que –de nuevo a juicio de esta pluma- afloraban en Delitos a largo plazo. Con la astucia maestra como para querer más lectura de Arnott y no poder esperar al tercero y último de los títulos (Crímenes de película), sobresale entonces la pregunta obligada que aquí no se responderá, sea tanto en beneficio de la buena lectura como del interrogante que supone el paradero del alma máter y literariamente negra de Jake Arnott: Harry Starks.
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