lunes, 20 de julio de 2009

Gustave Flaubert: Salambó (Alianza, 2009)


Seducción, mentiras,
festines y hambre de guerra




Algunos rezaron, de cara a diferentes constelaciones.
(p.372)

Salambó
(Salammbô)
Gustave Flaubert
Traducción: Hermenegildo Giner de los Ríos
Colección: 13/20
13,00 x 20,00 cm.
400 páginas
Rústica Fresado
I.S.B.N.: 978-84-206-8442-0
Código: 3466100
9,52 (IVA no incluido)
9,90 (IVA incluido)
Mayo 2009


Salambó marca, por un lado, el suceso de Gustave Flaubert (1821-1880) como escritor de éxito y de talento –publicada en 1862, cinco años después de Madame Bovary-, y por otro, la recurrencia de la figura femenina como espíritu de su narrativa.
Porque si bien Salambó se enmarca en plena Cartago, asediada por los mismos mercenarios que la ciudad contratara para enfrentar a Roma (s.III a.C.), el móvil femenino sigue allí como alma y móvil del relato. Y aunque su presencia no sea permanente en el libro, bastará su aparición primera para dejar sin hálito al lector y a Matho, líder mercenario que será capaz de robar, incluso, el Zaimph, velo sagrado de Cartago, para atraer la atención de Salambó.
Salambó, hija de Amílcar (ficticia, de acuerdo con los datos históricos), líder guerrero cartaginés, destila perfume suficiente como para encantar a quienes rodea, como para despertar el deseo y la pasión –erótica o guerrera, es lo mismo-. Podríamos también, claro, pensar a Salambó desde la figura de Helena, artífice de una guerra tan histórica como literaria, y analogar la figura poético-redentora de Flaubert con la de Gorgias y su famoso Elogio.
Porque es ella, excusa literaria en Flaubert, sed sin freno en Matho, la que justifica la reacción mercenaria, de un modo mucho más veraz que cualquier pago no resuelto (es que, justamente, los mercenarios atacan la ciudad ante la falta del pago prometido tras la guerra con Roma). Habilidad narrativa, en fin, la que destila Flaubert para recrear una época, una cosmovisión, un mundo perdido.
Asistir a las batallas -luego de esa delineación perfecta de sus protagonistas: ropas, adornos, cabellos, mugre, miradas, gruñidos, armas- es una experiencia inolvidable. Crueldad, sangre, heridas abiertas, cadáveres hasta el horizonte, canibalismo. Todo ello, tanto más, de forma sucesiva, sin más pausas que las habilitadas por las decisiones guerreras. No hay lugar destinado a reflexionar tanta masacre, queda ello como tarea para el lector. Salambó es la escenificación de la barbarie humana, de sus fervores y fanatismos religiosos: el velo de Tanit esconde en sí todo el horror, toda la seducción, toda la muerte. Y aunque la victoria esté pre-dicha, en Salambó todos son bárbaros y miedosos cuando se trata de observar el abismo del que es capaz el enemigo.
Dado el caso, si se me permite, no puedo evitar traer de mi recuerdo uno de los títulos que, dentro de esa colección de maravillas de Editorial Acme: Robin Hood, leyera hace tanto tiempo: Cartago en llamas, del por siempre admirable Emilio Salgari (¡con tapa de José Clemen!). Publicado en 1908, y con un espíritu más aventurero y melodramático, Salgari reconstruye –para derruir- la Cartago de la Tercera Guerra Púnica (149-146 a.C.).
Finalmente, y por cinefilia, recordar que Salambó goza de una temprana traslación al cine silente, en 1911, por Arturo Ambrosio y de otra dirigida por el “todoterreno” Sergio Grieco, co-producida por Francia e Italia en 1960, con Jeanne Valérie como Salambó y Jacques Sernas como Matho.

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