Una pequeña luz de esperanza
Por Leandro Arteaga
No hubo momento que no incluyera amistad. Entre la gente, los intérpretes. Ininterrumpidamente, durante tres horas, Silvio Rodríguez hizo amistad con todos. La misma disposición sobre el escenario predisponía tal situación: músicos como medialuna, en un semicírculo desde el cual las canciones desprendían su armonía. Círculo completo con el público. Y el cubano como imposible punto medio matemático, ya que era uno más en la medialuna de seis. Tan importante como cualquiera. Vaya generosidad.
Guitarra Tres (Maykel Elizarde), Guitarra (Rachid López), Flauta/Clarinete (Niurka González Núñez), Voz/Guitarra (Silvio Rodríguez), Bajo Acústico (César Bacaró), Batería/Percusión (Oliver Valdés). En ese orden, de izquierda a derecha y como abanico abierto, prestando sonidos entre sí, con la voz que canta y aúna, que va y viene junto al público.
Muchos más se repartían también desde las afueras de la noche de sábado del Hipódromo –de viento fresco, de luna recortada-, sobre enrejados y alambrados, viendo apenas, escuchando atentos, en silencio. Como si no existiera –y no existía– el ruido sordo de pocas cuadras más allá. El propio viento transportaba el cantar del músico. Situación que hacía del parque Independencia una imagen de noche sin tiempo. Gota suspendida, con luz blancoamarilla llena de luna. Melodía de viento.
Luz que es también resquicio por el cual escuchar/mirar. Grieta visible, de profundidad mucha, que comunica hacia lo vivido, con la melodía de canciones presentes que, al borrar distancias, hilvanan y zurcen el tiempo. Maneras del recuerdo, del devenir. Hay muchas edades dispersas y juntas entre los asistentes. Cuántos son los que ensimismados y jóvenes cantan o escuchan sin haber estado antes. Pero estarán después. Nada hay como el arte.
Allí, claro, Cuba. Lugar de encuentro, isla idílica/real. Sueños pasados, algo de herrumbre. Todo lo que ha sido, lo que es y será. “A desencanto, opóngase deseo / Superen la erre de revolución / Restauren lo decrépito que veo” dice Sea Señora, composición reciente (Segunda Cita, 2010). Mientras de viva voz el cantautor señala sobre los cambios que atraviesa la isla, así como advierte sobre sus “inclaudicables principios”.
Músico de ánimo sereno y pausado, sólo cuando las cuerdas suenan afinadas inician entonces las canciones. Se despliegan de a poco, desde matices distintos. El público atiende a lo que dice –si bien poco, apenas- el propio Silvio antes de ellas, a los acordes iniciales que parecen ser, a las ganas de que se interprete alguna predilección, al escuchar las letras nuevas. Además del disfrute mismo que significan tantos arreglos bellos, con la sorpresa de pases de jazz, blues o música clásica, dentro de ese repertorio inagotable que significa por sí misma la música cubana.
En tal sentido, la participación de la flauta de Niurka González Núñez, compañía notable y de apoyo sensible para todo el grupo. Pero sobre todo la velocidad de dedos de Maykel Elizarde en su guitarra tres. Las imágenes ampliadas de este negro vital y alegre llegaban siempre tarde al sonido de su rapidez. Tan talentoso, tan aplaudido.
Fueron más de veinte canciones. Con dos bises. Un total de treinta. Junto con muchas de las letras que ya son diálogos de décadas, que incluyeron El reparador de sueños (Tríptico II, 1984, “en Cuba la cantan los niños”), La era está pariendo un corazón (sentimiento-canción compuesto un día después de la muerte de Che Guevara, compilado en Al final de este viaje, 1978), La maza (Unicornio, 1982), Ojalá (Cuando digo futuro, 1977), Casiopea (Rodríguez, 1994), entre tantas más.
Con detenimientos algunos como el pedido de justicia hacia los Cinco cubanos antiterroristas, que cumplen condena en Estados Unidos desde hace diez años –señalamiento también hecho desde suelo norteamericano, hace un año, e interrumpido por la CNN–; el agradecimiento desde el “cantar más” hacia su distinción como Visitante Ilustre de la Ciudad de Rosario, realizada por el Concejo Municipal durante el recital; los homenajes a Violeta Parra y a “quien naciera aquí y nos inspirara”, en alusión a Guevara; o la visita musical de los también cantautores cubanos Amaury Pérez (en dupla con Silvio en Amigos como tú y yo, más su explicación semántico-cubana del título de su canción Te haré venir: “no se trata de pedirle que vuelva, no puedo ser más explícito…”) y Santiago Feliú (“¡Viva Cuba, carajo!”, fiel a su estilo directo y, habrá de sincerarse el cronista, sin poesía).
El hiato de tanto tiempo hubo de solventarse. Tantos años sin Silvio Rodríguez en Rosario. “Algún tiempo” según él, aunque motivo de conjeturas desde las voces de la noche. Es curioso cómo el tiempo se dice de tantas maneras, como desde dónde y cuándo se lo escuchó por primera o última vez al músico, en cuáles circunstancias, con cuánta pregnancia de recuerdo, o quiénes me llevaron a verlo y me hicieron escuchar tal o cuál vinilo. Y ahora, de pronto y hace sólo pocas horas, otra vez estuvo por aquí. Habrá de pasar sólo un corto tiempo más, y las voces volverán a su desacuerdo natural.
Sobre el cierre, los celulares tratan de rescatar algunas imágenes para un después indefinido. Nada hay que hacer. Poca, nula importancia para tales procederes. Los que miraron con los oídos y escucharon con la vista habrán guardado mejores sensaciones.
El viento, mientras tanto, sigue y seguirá haciendo circular la música.
En Rosario/12 (14/11/2011)
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