domingo, 16 de noviembre de 2008

Llegar a La Havana y después

Che, el argentino
(The Argentine)
Francia/España/EE.UU., 2008
Dirección: Steven Soderbergh.
Guión: Peter Buchman.
Fotografía: Peter Andrews.
Montaje: Pablo Zumárraga.
Música: Alberto Iglesias.
Intérpretes: Benicio del Toro, Julia Ormond, Demián Bichir, Catalina Sandino Moreno, Santiago Cabrera,
Duración: 126 minutos.






Si bien las imágenes accesibles de un modo previo, a través de trailers y fotografías, permitían entrever una semejanza fisonómica entre el actor –Benicio del Toro- y su personaje –Ernesto Guevara-, la incógnita seguía siendo, de algún modo, ¿cómo adecuar la menudencia del guerrillero en la gigantez estatuaria de del Toro?
De una manera casi imperceptible, también notable, el actor lo logra. Y nos sumerge en un personaje sensible y sencillo, complejo y enorme. Porque la contextura de grandote del actor –que obtuviera el galardón correspondiente en el último Festival de Cannes- habilita el costado sígnico del personaje: mito que se recrea una y otra vez, sea por medio de películas o de libros. Vale decir, el Che se ha vuelto tan inmenso como la figura física que aquí lo reviste.
Y a la vez, así como correspondiendo esta faceta con capítulos históricos de similar desborde –el discurso en New York, los consecuentes embates periodísticos y políticos- también asistimos a momentos pequeños y mejores, tales como la alfabetización de los guerrilleros o, simplemente, la última palabra que elige el guión –y que dejaremos en suspenso- para finalizar el film, primera parte del díptico realizado por Steven Soderbergh (Sexo, mentiras y video, Kafka).
Entonces, asistimos a la recreación de un Che no necesariamente idealizado o, por lo menos, ajeno a una concepción fanática u opositora. El Che de la dupla Soderbergh/del Toro se sitúa entremedio, de una forma más compleja, atenta a aquellos gestos de desafío y enmienda social, pero también a aquellos otros de digestión más difícil: pena de muerte irrevocable para quien traicione el ideal, o el adjetivo de “maricón” para quien decida abandonar la partida revolucionaria.
Desde estos elementos se ficciona, se recrea, a Guevara. Más el habitual desglose temporal de los films de Soderbergh: saltos en el tiempo que encuentran, de acuerdo con la mirada que queramos adoptar, ejes diferentes. Hacia atrás y hacia delante, con distintas texturas fotográficas, Soderbergh construye y deconstruye su personaje, que se impregna de un contexto que lo involucra de modo sustancial, que modifica gradualmente sus acentos argentino/cubanos, que labra una relación cíclica -podríamos decir, de acuerdo con la propuesta narrativa- entre el Che y Fidel Castro, hasta ese ingreso triunfal a La Havana, que el realizador decide certeramente evitar para dejar fuera de campo, mientras presagia de esta manera el acontecer inmediato y la independencia del Che para su partida hacia otros rumbos, de cara también al segundo capítulo fílmico con su acontecer definitivo en suelo boliviano.
En suma, asistimos a un buen film, narrado estupendamente, e interpretado de igual modo. Hay épica pero también mesura. Más lo que significa, de suyo propio, el nombre y figura de un personaje histórico que se nos revela como cercano pero, al mismo tiempo, también inasible.

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